Ayer, tras el paseo vespertino, le llevé a Ana la máquina de recortar la barba que uso habitualmente, para que me cortase el pelo, el poco pelo que me está quedando desde hace unos días. Me dijeron que se caería de repente, pero en mi caso no ha sido así, haciéndolo poco a poco y manteniendo unas greñas, que ya desagradaban. Así que, recorte y arreglado.
Entre mediados y finales de noviembre del pasado año, empecé a sentir molestias al comer, en lo que yo pensaba era el estómago, como si me apretasen este cada vez que tragaba los alimentos. Las molestias se fueron tornando en dolores, cada vez más fuertes, en las semanas siguientes. Mi médico me recetó un par de tratamientos, que no daban resultado satisfactorio, así que me derivó al especialista de digestivo. Tuve cita el 12 de febrero. Me pidió dos pruebas, una endoscopia y una colonoscopia, pues repasando los resultados de un análisis anterior para la revisión de la trombosis que me diagnosticaron en febrero de 2024, vio que aparecía un marcador tumoral alto y era conveniente examinar también esta parte («para ir descartando»).
El 27 de febrero me hicieron la colonoscopia en el Hospital Universitario Reina Sofía, sin resultados preocupantes (me quitaron un pequeño pólipo y me tomaron muestras de una posible úlcera ya cicatrizada). El 5 de marzo llegó el turno de la endoscopia y el resultado fue muy diferente: todavía con los efectos de la sedación, me comunicaron que habían encontrado algo «maligno» en el esófago, aunque faltase la confirmación con las biopsias. A partir de ahí mi caso pasaba a un equipo de especialistas para afrontar el problema. Y nos avisaron que me vería envuelto en una espiral de pruebas, consultas, etc. El 6 de marzo me entrevisté con la enfermera coordinadora, que me mandó unos análisis y me citó para una TAC para el lunes siguiente, coincidiendo con la eco-doppler que me hicieron para la revisión de la trombosis, enfermedad que persiste y que, por tanto, estoy simultaneando. El día 11 me vi con la enfermera y la especialista de digestivo, que me confirmó el cáncer de esófago, tras la TAC, y me avanzó que el miércoles 12 mi caso pasaba al equipo de tumores para acordar el tratamiento, y la derivación a Oncología. Eso sí, con la buena noticia de que estaba el tumor localizado y no aparecía extendido en los órganos de las proximidades. El 21 tuve la primera cita con la oncóloga, que, tras la exploración, me indicó el tratamiento previsto: 4 ciclos de quimioterapia, operación y otros cuatro ciclos de quimio. Además de la realización de un PET, cosa que se llevó a cabo el 26. El 27 estuve en el servicio de Endocrinología del Hospital, también.
El 7 de abril, tras una extracción para análisis de sangre, tuve la segunda consulta en Oncología. Y por la tarde me instalaron un reservorio, un implante de acceso venoso central, conocido como un «Port-a-Cath», mediante cirugía en el Hospital Provincial. Eso permitió que el jueves 10 me diesen el primer ciclo de quimioterapia en Hospital de Día (la primera foto es de esa sesión, precisamente). Previamente, el día 9 tuve la primera cita con el cirujano que me operará, quien me indicó que debía perder peso y ponerme en forma, además de ir al rehabilitador para darme pautas de respiración (cosa que me toca mañana 12 de mayo). El cirujano me comentó las dificultades y riesgos de una intervención de este tipo, más aún cuando, como en mi caso, tomo anticoagulantes por la trombosis, un riesgo añadido a los demás.
Desde entonces he tenido dos ciclos más de quimio, con los efectos secundarios correspondientes (astenia, diarrea, hipersensibilidad en manos y pies, caída del cabello, como comentaba al principio, debilidad, hongos y aftas bucales, hemorragias nasales…), pero no he dejado que estos efectos me hundiesen el ánimo y la moral. El mismo día de la endoscopia salí con la idea de que me tenía que curar. Desde que me prescribieron la colonoscopia ya empecé a sospechar sobre cáncer, con lo que estaba «sobre aviso». Pero, como le dije a la enfermera, ya no estamos como hace 30 años, cuando si te daban esta noticia, la pregunta al médico era cuánto tiempo te quedaba de vida. Afortunadamente y gracias a la ciencia, son muchísimos los cánceres que se curan (y he conocido más casos de esos entre personas conocidas, de los que me hubiera podido imaginar). Y, si hay que luchar, se lucha. Incluso yo mismo animé a mi mujer en ese momento de impacto emocional, y le dije que al día siguiente volvía al trabajo. No me iba a pasar el día en mi casa dándole vueltas a la cabeza y pensando en la mala suerte que había tenido. De hecho, hasta la operación de instalación del Port-a-Cath, no he estado en baja, y he acudido a trabajar casi con normalidad (solo faltando por la citas médicas), culminando el traspaso del trabajo pendiente a las compañeras de la Secretaría del Ayuntamiento de Fuente Palmera, donde soy funcionario, y cuyos compañeros y compañeras, tanto corporativos como empleados, han estado desde el primer momento apoyándome (cosa por la que les doy las gracias). Además empecé pronto a comunicar a familiares y amigos mi situación, lo que me ha permitido conversar y verbalizarla, ayudándome mucho a la hora de mantener el buen estado de ánimo, gracias al afecto demostrado por ellos. Y el buen ánimo cura.
Mi familia, especialmente mi mujer, Ana, está siendo un apoyo fundamental en todos los sentidos. Me siento arropado y querido, cosa que, sin duda, incide en las posibilidades de curación. Es muy emocionante el sentir las buenas vibraciones que me transmiten, incluido el personal sanitario que me está atendiendo, cuya empatía y buen hacer son de mucho agradecer. Los efectos beneficiosos de la quimioterapia también los estoy notando desde hace algunos días. Ya no me duele al comer, y casi no tomo analgésicos. Buena señal.
Y si hay algo que me impulsa más a luchar, lo que me da más ganas de vivir, es ese afecto, al que se añade el de una personita que hace 21 meses se incorporó a nuestras vidas, y que tiene toda la suya por delante, nuestra nieta María. La que me llama «bubu», la que corre cuando nos ve al llegar a casa y nos abraza contenta. La que sonríe en mis brazos, cuando la cojo tras hacerme correr tras ella por el jardín. Esa a la que queremos con locura sus padres, abuelos, bisabuelos, tíos, primos y demás (hasta los perros). Como he dicho más de una vez, a mi nieta espero acompañarle de la mano cuando se gradúe en la Universidad, o donde ella quiera. Y voy a hacer todo lo que pueda, y más, para verlo. Me he preparado esta camiseta para ahora, cuando llegue a casa, recibirla como se merece. ¡Esta sí que es una inyección de vida!
Espero que pueda seguir escribiendo, aunque sea con menos dedicación y con más dificultades, como me ha pasado con mi colaboración anual en la revista de la Feria de Mayo de Palma del Río. Pero, esta batalla la vamos a ganar. Tendré salud, más salud ¡Viva la vida!