martes, 1 de julio de 2008

Feria de Teatro en el Sur. Primer día.

Ayer comenzó la XXV edición de la Feria de Teatro en el Sur. Bodas de plata, según se dice, de una cita anual ineludible para muchas compañías andaluzas, en el calor de principios de Julio en Palma del Río. Como es una fecha emblemática, hay derroche de espectáculos este año, 38 obras, incluyendo dos cordobesas (por fin) y la presencia de obras de 11 comunidades autónomas invitadas con lo mejor de su quehacer teatral.

Tras el acto de inauguración, en el Monasterio de San Francisco, inició el rosario de representaciones una compañía ya veterana en el ciclo, Atalaya, que también cumple su veinticinco aniversario este año. La obra que mostraron en el Teatro Coliseo fue Ariadna, basada en el mito griego con textos de diversos autores, como Nietzsche, Catulo, Ovidio, Marina Tsvietáieva. Y se notó la amalgama de autores y textos. La versión opta por uno de los tres finales conocidos del mito, en el que la protagonista se suicida para no someterse al poder del dios Dionisos, tras huir de Creta en compañía de Teseo (al que ayudó a matar al minotauro, su hermano, proporcionándole un hilo con el que escapar del laberinto), y tras el abandono por éste en la isla de Naxos.

Sostiene la compañía que esto dota al personaje de gran modernidad, al optar entre la pasión por vivir y el poder terrenal (su padre) y el de los dioses (Dionisos). Sin embargo, para mí, eso no queda claro en la representación. El final no se aprecia, tal vez, por lo confuso del texto. No veo esa pasión por vivir. Los acompañantes (unas veces como bacantes, otras como representación coral de Afrodita) ocultan el desenlace. La escenografía, a veces muy oscura, tampoco ayuda. El que las voces de los coros se taparan entre ellas no dejaba claro cuando cantaban en supuesto “griego” o estaban narrando de forma inteligible la acción. Hizo falta ayuda (con aplausos provocados) para saber cuando era el final.

Repitió Ricardo Iniesta el recurso a la coreografía oriental (movimientos de artes marciales y teatro chino) al que nos tiene acostumbrados desde hace años. No veo mucha similitud entre las danzas mediterráneas (por muchas influencias asiáticas que tengan) y ese estilo tan querido por el director. Ver al mismo tiempo a una princesa helénica y a un samurai no me gustó. En su haber siempre ha estado la escenografía. En este caso, un toldo manejado por grúas que elevaban o bajaban el nivel donde se movía el elenco, dotando al espacio de diversas partes. Algunas veces sublime, otras, confusa, como en el laberinto, que no aparece ni por insinuación (la iluminación, creo que no fue la acertada). El que los coros interpretaran lo mismo a bacantes que a personajes individuales como Afrodita o el minotauro, a veces confundió.

El público no respondió con entusiasmo, algunos se aburrieron. No obstante se nota la veteranía del director y algunos actores, que demostraron su amplia preparación para la expresión corporal y la danza. Pero creo que a esta compañía se le ha acabado una etapa y que deben explorar otros recursos dramáticos si quieren perdurar, sin el estimabilísimo apoyo de la administración cultural andaluza. En fin, luces y sombras (en los dos sentidos, el físico y el dramático) en una representación valiente, de las pocas que se atreven a pisar el enorme escenario del Teatro Coliseo.

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