¿Conocen ustedes los restaurantes Lizarrán?. Me encanta ir a estos establecimientos hosteleros donde, como dicen ellos, lo sencillo se convierte en una pequeña obra de arte. Sus pinchos, tapas, raciones de lo más variadas, basados en la cultura gastronómica del norte, principalmente la vasca, pueden conseguir que eso de irse de tapeo sea una gozada, casi sin límites, solo el de tu dinero. Esa técnica de ofrecerte sus productos, como hacen en algunos de los que conozco, de forma periódica, metiéndotelos por los ojos los camareros o camareras, con su magnífica presentación y su mejor degustación, hace que no pares de probar especialidades, una tras otra, hasta que tu cuerpo aguante.
Esto parecía algo original, pero el año pasado, cuando pasamos unos días en la playa, en Fuengirola, fuimos a otro lugar de maneras similares, pero de especialidades diferentes, más propias de la costa: el pescaíto frito. Estuvimos en el restaurante El Gaditano. Si en la primera cadena el ambiente es típicamente vasco-navarro, en el segundo es de playa, cutremente de playa. Porque sí, como se ve en la foto, las mesas están dispuestas en un pasaje que une unos bloques de apartamentos de esos que afean nuestras costas, gracias al bum de la construcción a mansalva y precios baratos. Las mesas no tienen manteles sino que te colocan uno de papel cuando te sientas (y encuentras sitio, que no es fácil). Obviamente hace un calor bastante molesto, por las condiciones (que no permiten el aire acondicionado) y por la masa de clientes. Pero tiene su encanto, que me recordó a los "Lizarrán": múltiples camareros se desplazan por los pasillos con los brazos cargados de platos "cantando" su cargamento. Algunos los cantan literalmente, pues se sueltan un cantecito flamenco para anunciar "pijotas, calamares, gambas, cazón, boquerones...", lo que sale en esos momentos de las cocinas. El producto es magnífico, fresco y de calidad. Y la cuenta te la hacen según los vasos y platos que quedan en el mantel de papel (como en los anteriores la hacen por los palillos), donde, por cierto, una diligente camarera te la ajusta con un rotulador para que puedas comprobar que no te engañan. Estilo más vulgar sí, pero rapidez y eficacia en el servicio. Y una gozada de pescaíto. ¡Qué arte!
Esto parecía algo original, pero el año pasado, cuando pasamos unos días en la playa, en Fuengirola, fuimos a otro lugar de maneras similares, pero de especialidades diferentes, más propias de la costa: el pescaíto frito. Estuvimos en el restaurante El Gaditano. Si en la primera cadena el ambiente es típicamente vasco-navarro, en el segundo es de playa, cutremente de playa. Porque sí, como se ve en la foto, las mesas están dispuestas en un pasaje que une unos bloques de apartamentos de esos que afean nuestras costas, gracias al bum de la construcción a mansalva y precios baratos. Las mesas no tienen manteles sino que te colocan uno de papel cuando te sientas (y encuentras sitio, que no es fácil). Obviamente hace un calor bastante molesto, por las condiciones (que no permiten el aire acondicionado) y por la masa de clientes. Pero tiene su encanto, que me recordó a los "Lizarrán": múltiples camareros se desplazan por los pasillos con los brazos cargados de platos "cantando" su cargamento. Algunos los cantan literalmente, pues se sueltan un cantecito flamenco para anunciar "pijotas, calamares, gambas, cazón, boquerones...", lo que sale en esos momentos de las cocinas. El producto es magnífico, fresco y de calidad. Y la cuenta te la hacen según los vasos y platos que quedan en el mantel de papel (como en los anteriores la hacen por los palillos), donde, por cierto, una diligente camarera te la ajusta con un rotulador para que puedas comprobar que no te engañan. Estilo más vulgar sí, pero rapidez y eficacia en el servicio. Y una gozada de pescaíto. ¡Qué arte!
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