La obra representada por Rezuma Teatro en el Teatro Coliseo, Sin honra no hay amistad, de Francisco De Rojas Zorrilla, no gustó ni a los que pregunté, ni a mí mismo. “Desde un profundo respeto y el conocimiento del teatro del siglo de oro damos un paso atrevido hacia las formas de contar de nuestro presente. Es un espectáculo que pretende conectar las nuevas tecnologías con los clásicos”, nos dicen desde esta compañía creada por EureKateatro (Castilla-La Mancha), junto con La ruta (de Murcia), Triplete (de Málaga) y Callacanalla (de Madrid). Paso atrevido, y fallido. Las nuevas tecnologías eran proyecciones de fotografías sobre tres bambalinas cubiertas por láminas elásticas, por las que se puede penetrar o salir del fondo de la escena, quedando a modo de superficie plana cuando están en reposo. El cambio de imágenes y también la proyección de video en algunas ocasiones, donde se incluían escenas, nos sugería el traslado de ambientes. Nada nuevo: hace años que estos recursos han sido usados por otros escenógrafos. ¿Otra “novedad”?: el texto se representa en época “moderna”, es decir, en los años 60 y 70, con vestuario muy hippie, empezando en una discoteca, donde la música impide oír los diálogos. Mal empezamos, porque el texto en verso armoniza mal con la música de los Beatles, los Rollings Stones, Queen, Alan Parsons, Donna Summer, Heart Wind & Fire, John Miles, Santana, Triana, Georgie Dann o Rafaella Carrá, y más si no se puede oír de lo alta que está la música. Los primeros veinte minutos fueron letales, no había forma de “coger” el argumento, y mucha gente (incluidos programadores) abandonaron la sala. Yo tenía la impresión de que los que estaban arriba (el elenco) se lo pasaba muy bien, mientras los de abajo nos aburríamos soberanamente. Hubo más de un ronquido en el patio de butacas. Y luego su duración, excesiva para estos tiempos. Era una comedia y nadie rió, ni siquiera una sonrisa.
Menos mal que cerramos nuestra incursión por el mundo de la escena, con Malaje Solo con su obra “Humor Platónico”, eso sí, con los inconvenientes del horario, que relataba antes. José Antonio Aguilar ya nos tiene acostumbrados a su sentido del humor. Desde que está acompañado de Antonio Blanco, un contrapunto a su aparente torpeza y seriedad (por eso lo de malaje, aburrido, que no tiene gracia) completa espectáculos asequibles pero redondos, que nos divierten. Esto pasa también con el que estrenaron ayer. “Está muy extendida la creencia de que los mitos griegos eran explicaciones mágicas de hechos reales. Sin embargo muy pocos saben que en origen los mitos eran relatos humorísticos con los que los griegos se desternillaban, que en la antigüedad en lugar de chistes se contaban mitos”, nos dicen. Y juegan con personajes mitológicos, como los griegos se reían en sus comedias de los propios dioses. Eso sí, haciendo partícipes a espectadores de ese juego, con lo que se aseguran la complicidad del público, incluidos los sufridos y estoicos ayudantes que buscan en las primeras filas de la grada. Aquí sí que lo clásico engarza bien con lo moderno: Farruquito, pistolas, la cerveza, muñecas hinchables, neveras, el jamón. Faetón es un piloto de carreras, en coche de choque; Afrodita, Hera y Artemisa son muñecas Barbie; los sátiros y las ninfas son los habituales personajes de discoteca o botellón. Nos reímos y mucho. Menos mal, porque al ser la hora que era y visto el chasco anterior, un desahogo así nos vino de perlas para irnos a descansar.
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