miércoles, 24 de febrero de 2010

Maxi o mini



En otros tiempos nos imaginábamos que progresar era tener cosas más grandes: una casa más grande, una televisión más grande, un coche más grande, ropa más grande, de persona mayor. Crecer y hacerse mayor, para el niño es el objetivo ansiado, convertirse en un adulto, para ganar tu propia libertad, para ser autónomo y no tener que depender de las decisiones de otros, nuestros padres. Superar cada vez mayores retos en la vida. 

En tu formación aspiras a más. Aprender cosas que ves los que tienen más edad que tú manejan con soltura. Entre los artículos de consumo ocurre lo mismo. Dejar a un lado los juguetes, objetos pequeños que deben ser sustituidos por entretenimientos más grandes: el triciclo pasa a ser bicicleta, ésta se transforma en ciclomotor, luego motocicleta y finalmente en coche. 

La modernidad, como concepto en el consumo doméstico, se impone en el siglo pasado, tras las penurias de la posguerra de la segunda guerra mundial, en forma de cultura consumista. Ahora que ya no es prioritario sobrevivir, acumular más cosas y cada vez más grandes, es el objetivo del habitante de nuestro mundo civilizado. Un ejemplo claro lo vemos en esta imagen, de finales de los años cincuenta. 

La modernidad se instala en la cocina, entonces, el ámbito reservado a la mujer, la reina del hogar. Mujer que encontramos vestida de forma desenfadada (para la época). Sostiene una de las carpetas de discos de vinilo que, suponemos, está escogiendo para ambientar su lugar de trabajo doméstico. Está en una actitud relajada, lo que indica que no es molesto su quehacer cotidiano. Eso nos quieren dar a entender. ¿Qué es lo novedoso, lo moderno, en esta sala de la casa?. Los aparatos para reproducir música, conviviendo con los muebles y utensilios para cocinar. Nos funden en un solo ambiente los aparatos del esfuerzo cotidiano, reservado entonces a la mujer (eran tiempos previos al feminismo triunfante), con máquinas dedicadas a producir placer, propias de estancias dedicadas al ocio y el descanso familiar o personal. Vemos un conjunto de aparatos reproductores de sonido (altavoces, platos giradiscos, magnetófonos, amplificadores) con muchos botones, agujas, luces, palancas y potenciómetros. En un enorme mueble que nos recuerda a las gigantescas computadoras que por aquellos tiempos llenaban la imaginación de quienes aspiraban a convertirse en científicos de renombre y vanguardia, o tal vez soñaban con agentes secretos empeñados en descifrar los planes encriptados de los pérfidos enemigos de la civilización occidental. Todo recargado, y grande, muy grande. Esa era una imagen del progreso. 

Todos después hemos aspirado a tener nuestro equipo de sonido, no tan grande, pero que se acercase a este “ideal” que vemos en la imagen. Del aparato de válvulas, con el descubrimiento de los transistores, pudimos conseguir instrumentos más manejables y de mejor calidad de sonido. Ese cacharro con el que muchos escuchaban la retransmisión deportiva los domingos, pegado a la oreja, mientras paseaba con la señora, que empujaba el carrito de bebé, era una especie de chicharra odiosa para mí, sin embargo. Lo ilusionante era tener un equipo modular en tu propia habitación, a ser posible, para disfrutarlo en la intimidad. Era la alta fidelidad, el sonido de calidad, en estéreo, con potencia para conseguir un gran volumen con el que oír mejor el último trabajo de tu grupo de rock favorito. Grandes bandas, con gran instrumental, con un sonido potente, enorme, sonando en un gran aparato.

Pero los científicos de vanguardia y renombre descubrieron lo pequeño. Llegó la moda de  lo “mini”. Del gran computador se pasó al ordenador personal y de éste al micro-ordenador. De la gran cadena de sonido pasamos al “compacto”, a la minicadena, que volvía a echarse al hombro, como el transistor odioso de nuestros padres. El disco de vinilo (el elepé) se transformó en CD (disco compacto). Y la informática se encogió, se comprimió el aparato y su contenido. El mp3 derrotó al gran formato. La utopía de lo grande se nos ha desdibujado. Ya no es moderno. Vivimos más y lo joven, el concepto triunfante de los pasados sesenta, está cada vez más manoseado. Un señor de sesenta años se sigue considerando joven (los de verdad ¿qué son?, ¿niños?), y ya hasta nos quieren retrasar la edad de jubilación. Los de quince, veinte, treinta años, no quieren crecer y pretenden quedarse en su reducido cubículo, su habitación convertida en su reducido hogar, siempre al amparo del mayor, del grande. 

¿Volveremos algún día a admirar lo grandioso, el tamaño sobresaliente, lo gigantesco?. ¿Quién sabe?. Tal vez, como pasa periódicamente, por la inquietud de innovar permanentemente, alguien vuelva a rescatar lo “maxi”. Y entonces, la imagen que ilustra este artículo vuelva a ser un referente de modernidad. O no. 


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