viernes, 19 de marzo de 2010

El avestruz

Me encantan las fotos antiguas. Fíjense en ésta. Me imagino una tarde de domingo. Ella le dice a su marido. “George, hace tiempo que no me sacas de paseo, tras el servicio del predicador”. Y el marido, complaciente, accede a dar una vuelta por el parque, antes de la hora del almuerzo. Molly, que así debe llamarse su mujer (Molly, que nombre más campesino, country total) se pone su sombrero más altivo y se lanza a la calle orgullosa, dispuesta a comerse el mundo.

Ya en el parque se dirigen al zoo, el pequeño recinto de animales que linda al suroeste de la zona ajardinada de la modesta población de Virginia donde viven los Jones, de los Jones de Charleston, de toda la vida. Molly está feliz al ver que han traído una especie nueva. “¡George, mira!, ¿qué es ese pájaro enorme que hay junto al abrevadero?.” El marido se balancea en busca del rótulo que está en la valla del espacio cerrado, se echa atrás su sombrero y lee: “Avestruz. Ave Estrucioniforme, del grupo de las corredoras, procedente de África”.

Molly estaba pasmada, casi asustada. Nunca había visto un ave de semejante tamaño. Le parecía un monstruo de la naturaleza, una malformación gigantesca de una especia más pequeña, como las gallinas que criaba en el corral de su rancho, junto a los gansos y los cerdos. Un guarda le tranquilizó. No era ninguna obra del diablo, ningún anuncio de la cercanía del Apocalipsis fatal. Es más podía domesticarse para obtener carne, huevos, piel, y plumas. Las que podían adornar su sombrero, en lugar de ese penacho de tela que llevaba, como el de algunas señoras de buena posición que había visto alguna vez paseando por el parque a refugio de su sombrilla. Ahora entendía el tamaño de aquellas plumas, que le parecieron deformación sospechosa de artificio. Incluso podía servir de medio de transporte. 

¿Para transporte?, preguntó George asombrado. Sí, contestó el guarda, en algunas partes los usan para tirar de carros poco pesados. “¡Y hasta hacen carreras, montándose como caballos!.”  Era increíble lo que se habían estado perdiendo, tanto tiempo recluidos en su granja. 

Al ver a Martin, el fotógrafo, no dudaron en llamarle. “¡George!, quiero que me hagan un retrato junto al avestr....zzz”. ¡Avestruz!, irrumpió el guarda. “Junto a eso”, cortó en seco Molly. “Nos haremos un retrato”, terminó por afirmar seguro y contento el marido. Esta imagen quedará para la historia, y seguro que sus nietos se sentirían orgullosos al verla tiempo después. 

Así que posaron con el avestruz. Molly se atrevió a subirse, asiendo las riendas con una mano, mientras la otra se sujetaba al animal, con cierto temor que no se reflejaba del todo en su rostro, sin embargo. George, se situó a su lado, apoyando el codo en el ave, como si de la barra de su bar preferido se tratara. Incluso flexionando la pierna izquierda, en postura relajada. La sonrisa de ambos nos dice que lo pasaron bien, que la experiencia fue agradable. Me imagino que el avestruz se portó como de una dócil montura se espera. Luego volverían a casa en busca de la comida, donde recordarían su aventura. Y seguro que sus hijos y sus nietos, como nosotros, se han divertido viendo esta imagen. 

4 comentarios:

  1. Que penita me da el pobre avestruz espero que luego no se subiera el marido que están los dos de buen año.

    Un saludo.

    ResponderEliminar
  2. Ni que se subieran juntos. El guarda no lo permitiría. jajajajaja

    Un saludo.

    ResponderEliminar
  3. Cierto es que la señora está bastante oronda, y el marido ni te digo. Es probable que la pobre avestruz acabase con el cuello tronchado

    ResponderEliminar
  4. Miguel, por las características de la fotografía deduzco que eran tiempos donde el maltrato animal no estaba mal visto. Pero si les costó mucho el animal, seguro que no permitieron que dañaran la nueva adquisición del zoo. "Indagaré" en ello para una posible nueva entrega de esta historia.

    ResponderEliminar