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La semana pasada el portavoz de la Conferencia Episcopal española, Martínez Camino, comparó de forma bastante desafortunada los matrimonios civiles con los contratos de telefonía, al decir que "El matrimonio civil es un contrato mucho más leve que contratar un servicio telefónico o de telefonía móvil", porque "El matrimonio canónico es una vez en la vida, no se puede repetir cuatro veces en un año. El matrimonio civil sí, incluso más." Ni una cosa ni la otra son ciertas, simplemente.
Lo que sí es cierto es que el vínculo que contraemos con las compañías de telefonía muchas veces nos impone unas obligaciones que se asemejan más a las de los tiempos de la esclavitud o la servidumbre medieval. Librarse de la maraña de obligaciones que se recoge en la letra pequeña de los contratos es tarea heroica. Si es que conocemos el texto del contrato, claro, y llegamos a contactar con un responsable de la empresa proveedora, escondidos siempre tras engorrosas legiones de agentes comerciales, que nos apabullan con sus ofertas, o tras direcciones de internet que nunca muestran a nuestro interlocutor.
Esta imagen del principio nos recoge lo que muchas veces nos apetecería contestar ante las reiteradas invasiones de nuestra privacidad de los dichosos comerciales. Porque algunas veces nos gustaría perder la compostura y soltarles una buena "fresca". Aquí, con mucha gracia, por cierto, la sufrida "parte contratante" ha dejado de manifiesto su sentir, ante las agobiantes exigencias de las todopoderosas compañías telefónicas. ¡Bravo!
¿Contestaría el señor Director de Marketing al requerimiento del cliente?
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