Cuando uno llega a cierta edad (una manera educada y discreta de decir que ya no se es un chaval precisamente) los regalos de reyes pasan de ser algo divertido a algo útil, práctico. Nos empiezan a regalar ropa (calcetines, pantalones, camisas) o complementos (carteras de piel, cinturones, bufandas, paraguas, gafas, etc.) Como siempre, algunas cosas de éstas han caído. Pero también hubo sorpresa. Mi mujer me regaló una gorra.
Tengo algunas gorras, de esas estilo béisbol, que uso muchas veces en verano. Unas son de publicidad, otras recuerdos turísticos y tengo una también personalizada con mi “alias” bordado en el frontal. Cuando aprieta el sol y se está de vacaciones es muy conveniente protegerse la cabeza, sobre todo cuando te falta, como es mi caso, la típica mata de pelo que cubre la cabeza de los seres humanos. Es decir, cuando se es calvo, como yo.
Yo heredé la calvicie prematura que caracteriza a la mayoría de los varones de mi familia. No me he podido librar, pues esta alopecia genética se da en las dos vertientes familiares, tanto en la rama paterna como en la materna. Por eso estoy acostumbrado desde joven a sufrir las inclemencias del tiempo sobre mi cuero cabelludo. Mi padre era de los que siempre usaba sombreros (borsalinos o fedoras), gorras, e incluso llegó a hacerse una peluca para tapar su calva reluciente, soportada desde joven. También se compró un sombrero cordobés, de ala ancha, que se ponía cuando quería pasearse orgulloso por la calle. Incluso se fotografió con él. Llevaba cubierta la cabeza tanto en verano como en invierno, disponiendo de prendas adecuadas para cada estación. Muchas veces me he puesto alguna de las mascotas o gorras, cuando era niño, por ese afán imitador que tenemos cuando estamos aprendiendo a desenvolvernos en nuestro medio. Pero de mayor siempre me he resistido a usar sombrero en todo momento. ¡Eso era cosa de viejos!
Ya hace tiempo que usar sombrero no estaba de moda. En otras épocas no solo era una prenda de abrigo o para protegerse del sol, sino que se usaba como complemento masculino que daba prestancia y elegancia al que lo portaba, o era una prenda más que nadie discutía llevar, fuese adulto o niño. A partir de mediados del siglo pasado fue decayendo la costumbre de cubrirse la cabeza. Así que yo me vi influido por esta decadencia del sombrero. Lo suyo era llevar el pelo largo y punto. Ahora la gorra de béisbol sí está de moda, con la aparición de las tribus urbanas de origen negro, como las que gustan del hip hop o el rap. Muchos jóvenes usan la gorra de béisbol, adornada con dibujos graffiteros, colocadas con la visera en la nuca. Éstos, como no son mis estilos musicales ni de moda, han ayudado a rechazar la costumbre de cubrirme la cabeza. Pero, como digo, al ser calvo desde muy joven, tampoco he podido presumir de melena rockera, como me hubiera gustado.
Como decía al principio, uno de los regalos de reyes ha sido una gorra. Una gorra de loden. Una gorra sport, estilo británica (London), como las que se pusieron de moda a fines del siglo XIX y principios del XX. El loden es un tejido impermeable, confeccionado inicialmente por los agricultores de las regiones alpinas, como tela protectora frente a condiciones climáticas extremas. En el Tirol lo empleaban y confeccionaban desde la Edad Media los monjes usando la lana de las ovejas del lugar, por su resistencia, poco peso y por dar mucho abrigo. En mis años de joven su pusieron de moda abrigos de loden, que llamábamos abrigos “condón”, que les encantaban a los pijos.
Pues como uno no es de piedra y con los fríos invernales se cogen muchos resfriados, hace varias semanas que empecé a usar la gorra del regalo. La gripe, el frío y el vencer el orgullo de creerse resistente a las inclemencias del tiempo, hicieron que diese mi brazo a torcer y que me encasquetase la gorra. Ahora todas las mañanas salgo con ella puesta, bien abrigado, y con cierto aire vanidoso. ¡Qué narices! Si hasta se ve uno con otro aire más elegante. Y me percato de que no soy el único de mi generación y de otras hasta más jóvenes que llevan cubierta su cabeza, para evitar las molestias del mal tiempo. Vamos, que voy por la calle como un niño con zapatos nuevos. Hasta leí con alegría y emoción la entrevista que le hicieron, en un periódico provincial, al septuagenario dueño de la tienda, la cordobesa sombrerería Rusi, donde mi mujer compró la gorra. Ahora ella me ve y se ríe, porque la llevo siempre a mano, con lo remiso que me mostraba. Y es que, como decía al principio, uno tiene ya una edad...y una gorra azul marino preciosa.
Te he visto con la gorra y te queda muy bién. Te dá aire intelectual.
ResponderEliminar¿Y cuándo me viste con la gorra, molinero?. No lo recuerdo. De todas formas, gracias. Sobre todo por lo del aire intelectual, jajaja.
ResponderEliminarPues te ví el día 30 de enero por la calle ancha cuando iba con Enrique en su coche. Por eso no me verias.
ResponderEliminarFuimos a por la abuela para traérnosla aqui.
Estoy pensándome yo también lo de la gorra, jajaja, queda bien, ya que también me estoy quedando sin pelo.
¡Ah, sí!. Sí te vi, en el coche de Enrique. Yo volvía de la Asamblea del PSOE, con Pepe y Reyes.
ResponderEliminarPues búscate una gorra así, si te gusta. Como digo en el post, estoy encantado, y en estos días invernales de mal tiempo viene de perilla, jajaja. Aunque si te la regalan, mejor, jajaja.