Una de las imágenes más difundidas de los aguadores (los "aguaores") que abastecían de agua potable a Palma, antes del suministro por la red pública en 1968, era la que incluí en el post "Agua potable, la necesidad y el problema". La fotografía es de1962, y la tomé del coleccionable "Palma, un paseo único". En ella vemos a dos aguadores en la Fuente de Belén, con sus carros, y las garrafas y los cántaros donde transportaban el agua.
Ahora, dentro de las colecciones de imágenes de la provincia que tiene la Diputación provincial de Córdoba, encuentro también otra fotografía de un aguaó. El fotógrafo le sorprende saliendo por el camino que cruza el recinto amurallado desde el Cerro de la Iglesia a la Plaza de los Caídos. Esa vía deja a un lado el solar del antiguo alcázar almorávide y al otro los jardines del Palacio de los Condes de Palma, contiguo al antiguo cementerio adosado a la Parroquia de la Asunción.
Vemos que va subido al carro, tirado por una mula blanca, a un costado. La mula a duras penas tira de su carga, un remolque formado por una cuadrícula de maderos cruzados, en cuyos huecos se encajan los cántaros de cerámica que van repletos del necesario líquido para beber. El aguaó va tocado con gorra para soportar el sol, y dirige el carro con unas riendas que van sujetas al freno que hay en el varal, de la parte del emparrillado donde se apoya sentado. Detrás asoman unas garrafas de cristal, forradas de mimbre, como las que teníamos en casa para comprar y guardar el agua potable. En la escena asoma una lánguida sensación de tristeza. Melancolía por ganarse la vida casi mendigando unos reales o pesetas con algo tan sencillo, como es el agua. Tristeza en el paso de la bestia, que con esfuerzo desplaza la carga por el suelo pedregoso y terrizo.
Va por la Mesa de San Pedro, donde hasta los años 60 se alojaron pobres que no tenían vivienda, en los chozos. Sin servicios, sin condiciones de habitabilidad adecuadas, presos muchas veces de enfermedades contagiosas y de epidemias fruto de los alimentos en mal estado que a veces consumían, mendigados entre la población de la zona. Con la mirada altiva de la torre de la Parroquia de La Asunción, al fondo. Cuya única sombra era la de la paja de los techos de estas chabolas, que tiraron un día, siendo yo niño, para realojar a sus moradores en algo que eufemísticamente se llamó "albergues provisionales", y que eran modestas casitas prefabricadas, que unieron en una larga fila, parecida a un tren (de ahí el popular nombre de Ferrobús, para aquel asentamiento), en la actual Avenida de la Paz. Albergues o chabolas que desaparecieron en los 90, por fin, para abrir e integrar el populoso barrio del V Centenario.
El aguaó pasa fumando su cigarrillo, buscando nuevos clientes, queriendo dejar atrás la ruina y la miseria. Trayendo el agua limpia que da la vida. Como en la canción de Atahualpa Yupanqui, El Arriero:
En las arenas bailan los remolinos,
el sol juega en el brillo del pedregal,
y prendido a la magia de los caminos,
el arriero va, el arriero va.
Si bien, como también dice la letra del cantautor argentino, sin riquezas propias, modestamente, acarreando la preciada mercancía, aunque sea con cansina tristeza, porque:
Las penas y las vaquitas
se van par la misma senda.
Las penas son de nosotros,
las vaquitas son ajenas.
Va por la Mesa de San Pedro, donde hasta los años 60 se alojaron pobres que no tenían vivienda, en los chozos. Sin servicios, sin condiciones de habitabilidad adecuadas, presos muchas veces de enfermedades contagiosas y de epidemias fruto de los alimentos en mal estado que a veces consumían, mendigados entre la población de la zona. Con la mirada altiva de la torre de la Parroquia de La Asunción, al fondo. Cuya única sombra era la de la paja de los techos de estas chabolas, que tiraron un día, siendo yo niño, para realojar a sus moradores en algo que eufemísticamente se llamó "albergues provisionales", y que eran modestas casitas prefabricadas, que unieron en una larga fila, parecida a un tren (de ahí el popular nombre de Ferrobús, para aquel asentamiento), en la actual Avenida de la Paz. Albergues o chabolas que desaparecieron en los 90, por fin, para abrir e integrar el populoso barrio del V Centenario.
El aguaó pasa fumando su cigarrillo, buscando nuevos clientes, queriendo dejar atrás la ruina y la miseria. Trayendo el agua limpia que da la vida. Como en la canción de Atahualpa Yupanqui, El Arriero:
En las arenas bailan los remolinos,
el sol juega en el brillo del pedregal,
y prendido a la magia de los caminos,
el arriero va, el arriero va.
Si bien, como también dice la letra del cantautor argentino, sin riquezas propias, modestamente, acarreando la preciada mercancía, aunque sea con cansina tristeza, porque:
Las penas y las vaquitas
se van par la misma senda.
Las penas son de nosotros,
las vaquitas son ajenas.
Pasa como si intuyera que su oficio tiene los días contados. Y mira como con desconfianza al fotógrafo. Su estampa será pronto un simple recuerdo, ante el panorama más saludable que se avecinaba. Ante la calidad y comodidad del suministro de agua potable por el grifo de nuestro hogar.
No hay comentarios:
Publicar un comentario