Es costumbre de los empleados del ayuntamiento celebrar las jubilaciones de los compañeros o compañeras. Algunas veces, esta celebración se hace en una comida o cena, a la que asisten los que quieren y pueden en un día determinado. Dependiendo de la popularidad del que pasa a la nueva y jubilosa situación. También eventos similares han tenido lugar cuando alguna persona ha dejado de prestar servicio para la administración local por otras causas (traslados, nuevos destinos...). Ayer hicieron conmigo un ágape similar, pues muchos me han considerado un compañero, más que un jefe, tras 28 años de concejal y 24 dedicado a "jefe de personal", como me han dicho cariñosamente más de una vez.
Fue una comida exquisita y calurosa, por la asistencia, el trato y el lugar y la hora (hacían más de 35 grados de temperatura en la calle). Pasamos un rato muy agradable. Como se hace con otros "retirados", a mí también me hicieron algún regalo, además de la invitación a la comida, junto con mi esposa. Recibí un magnífico reloj de pulsera, con una dedicatoria grabada. Mis compañeros y compañeras de grupo municipal, junto con los tres alcaldes con los que he estado compartiendo escaño en el pleno municipal y en el trabajo diario, me regalaron también un juego de escritorio, con pluma y bolígrafo, "para que no perdiera la costumbre de firmar". A mi mujer, Anamaría, le hicieron entrega de un cesto de hermosas flores.
Hubo varias intervenciones. La de Juan Carlos Limones, el tesorero, que leyó la dedicatoria de todos los empleados que participaron en el acto, con su presencia o aportando su parte para el obsequio. La de Manolo, el primer alcalde democrático. La de Salvador, su sucesor, y uno de los que me "ficharon" en su día, para entrar en la primera candidatura. Y la de José Antonio, el alcalde actual, y junto con quien me estrené de concejal allá por 1983. Yo dediqué emocionado también otras palabras de agradecimiento a los presentes, con otro tono diferente al que me tenían acostumbrado a soportar, "ya que había dejado de ser concejal". Dediqué algunas palabras de reconocimiento a una de las presentes, Ana Suárez, que también dejó el cargo en días pasados, y así, compartir con ella el acto. Relaté algunas anécdotas en tono distendido, e hice también un canto de alabanza a la profesionalidad, a la pasión por su trabajo y su pueblo, que hacen que la "maquinaria de la administración funcione", aunque otros dejemos de dirigirla. Finalicé (un largo discurso, me temo, que sorprendió a más de uno de los que me conocen por persona discreta y de pocas palabras) agradeciendo a mi familia, también, el apoyo prestado. A la familia de sangre que me aguantó las locuras de juventud, y a mi familia actual, a mi mujer, que tanto me ha apoyado, permitiendo dedicar incontables horas y días a la labor municipal.
En fin, un bonito, entrañable y amistoso final de un largo ciclo en el ayuntamiento palmeño. Donde espero encontrar, según sus propias palabras, a todos mis compañeros, "que no por obligación, sino con gusto", estarán para atenderme, como a otro ciudadano más.
Un acto bonito y entrañable digno de las buenas gentes.
ResponderEliminarLa tarea político-municipal —a veces enorme e insoportable— debe ir recayendo en otras personas, esencia clásica de toda buena democracia, para que el peso de la representación de todos quede lo más reparido posible.
No obstante, suelen quedar rutinas, resacas y resabios y espero que los sepas pronto superar.
Como se trasluce de tus palabras que fue un acto muy bonito para ti y por todo lo alto, te felicito efusivamente y te mando un abrazo socialista.
Yo también espero superar esas rutinas, resacas y resabios de los que hablas, Jesús. Pero tendrán que permitírmelo mis antiguos compañeros de corporación. Cosa de tiempo.
ResponderEliminarMuchas gracias por tu felicitación y un fuerte abrazo socialista, amigo.
Sí, fue emotivo y bonito, como dices, CratiBea. Como les dije, al no ser ya concejal, me permitió el lujo de hablar con ellos con matices más personales. Y que vayan a tu despedida muchas y muchos de tus antiguos "mandados", dando muestras de cariño y soltando más de alguna lágrima, es muy emocionante. Sobre todo si me ha tocado hacer el papel de "perro guardián del rebaño".
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