domingo, 10 de julio de 2011

La calle Feria, segunda parte


Continuamos hoy con la segunda parte del recorrido evocador de la calle Feria, durante los años sesenta y setenta. Ya que hemos hecho un pequeño descanso imaginario en la casa de la calle José de Mora número 3, de la que un día hablaré con más detalle.


En la acera izquierda, yendo a la plaza del ayuntamiento, tras la casa de Soledad López, de la que también hablé, estaba y está la Imprenta Higueras. La imprenta, cuyo “apellido” no aparece en el letrero de madera, que aún conserva, ocupa una antigua casa, típica de Palma, con balcones y ventanas enrejadas y sobresalientes de la línea de fachada, que todavía pervive a pesar del paso del tiempo. Su maquinaria se ha modernizado, no hace mucho, siendo una de las imprentas tradicionales del pueblo. En Santa Clara, hace poco, se abrió una sala museística dedicada a los oficios tradicionales, donde se conserva una de las máquinas de impresión que se usaban aquí, además de otros útiles y fotografías. Si la visitáis y tenéis la suerte de que esté por allí Antonio Lopera Flores (“Flores, el de la imprenta”), como nos pasó a nosotros, seguro que gustosamente os enseñará el funcionamiento de esa joya antigua. Es el que aparece en la fotografía, con cazadora marrón, junto a Felipe González, cuando visitó Palma en 1979, y se fotografiaron a la puerta del local. 


Un accesoria de la casa de la imprenta acogía la peluquería de Evaristo, una habitación pequeña que durante años sirvió, además, como otras peluquerías, de lugar de tertulia entre clientes, peluquero y vecinos. Fue incorporada años más tarde a la imprenta, cuando ampliaron la maquinaria y entraron a trabajar los hijos de Miguel Higueras. 


Seguidamente, en otro edificio contiguo, estaban el estanco de Adolfo de la Torre, un cántabro que recaló en estas tierras, tras ser uno de los miembros del bando perdedor de la guerra. Allí intentaron enseñarme a jugar al ajedrez y era punto obligado para la compra de artículos de papelería (bolígrafos, blocs, cartillas, lápices, gomas de borrar, etc), sobres y sellos de correos, y de mayor, artículos de fumador. Al morir Adolfo, al que vemos, en la misma visita de la foto anterior, saludando a Felipe, heredó la concesión su hijo Adolfo (el popular Adolfito, todo un personaje, sensible, poeta y gran aficionado al flamenco), al que veíamos muchas veces subido en su scooter, siendo “el único que llevaba casco en Palma”, como le gustaba decir. Al morir él el estanco, que normalmente atendían Fina, su hermana, y Antonio, su cuñado, cerró definitivamente. En la misma casa, hubo un taller de reparaciones de televisiones y radios.


A continuación encontramos la casa de las hermanas Pulido, Las Pulías, de la que hablé en el artículo anterior, con la tienda de comestibles en el zaguán. Una casa con una fachada interesante, protegida en el PGOU, con una portada de pilastras de ladrillo y un friso con relieves, sobre el que descansa una ventana enrejada. En la planta inferior había un escaparate, además de las ventanas de ambos lados de la puerta. Recuerdo el patio y la cochera, que daba a calle Santo Domingo, donde Marcos tuvo una terraza de verano algún tiempo. La puerta de la cochera, con un curioso dintel, estaba frente a la entrada del colegio de las monjas. 


Posteriormente dábamos con una tienda de televisores y, algo también muy popular, La tienda chica, llamada así por empezar usando un pequeño local en esquina con Calle Santo Domingo, hasta que se trasladó al local que ocupaba el Banco de Bilbao que hacía esquina con mi calle, mucho mayor, aunque conservara el nombre. En esa casa, en la planta alta, durante un tiempo estuvo viniendo una dentista de Constantina, a cuya consulta se entraba por la calle Santo Domingo. Al derribarse el edificio hubo un taberna, la Taberna Romerijo, del hijo de Romero, y luego al asesoría ASEPAL. 


En la esquina de en frente aparece imponente el antiguo convento de los dominicos, reconvertido en escuela regida por las Hermanas Franciscanas de los Sagrados Corazones, el colegio de La Inmaculada Concepción, la conocida como escuela o colegio de las monjas. En su pared aparecía el letrero de cerámica que daba nombre a la calle: Calle Santo Domingo, en honor al fundador de la Orden de Predicadores, nombre que aparece ahora como un paréntesis del pasado, debajo del nombre actual, Madre Carmen, fruto de un desmesurado interés por realzar la figura de la fundadora de la orden que actualmente ocupa el edificio, y que el ayuntamiento no supo frenar. Mea culpa, también. De este edificio, su historia y la de muchos palmeños y palmeñas que pasaron por sus aulas y habitaciones, se merece hacer otro comentario más detallado y singular, por lo que pasamos ahora de largo, con un detalle que luego reseñaré.

Recuperando la línea de fachada que tiene la calle, retranqueada solo en la entrada de la iglesia de Santo Domingo, aparece la casa de Elena León, popular costurera de la época, a la que recuerdo con sus menudas gafas, para ver de cerca, en la punta de la nariz o colgando sobre el pecho, con esos cordones que todavía alguien ha intentado poner de moda. Le sigue la casa de la familia Castiñeyra, edificio señorial, con dos puertas y numerosas ventanas, y un balcón central con un cierre acristalado del estilo que hemos visto ya en otros monumentos arquitectónicos palmeños, ya desaparecidos. Este edificio forma parte del colegio de las monjas de Santo Domingo, siendo usado como aulas del centro. Incluso allí se ha instalado durante años un colegio electoral, ya trasladado al antiguo convento de Santa Clara. Otras viviendas, una donde se instaló el Hostal Las Palmeras y otra donde estuvo la farmacia de Antonio García, junto con una más interesante, ahora residencia del dentista Antonio Gálvez, van a parar a la actual calle Presbítero José Rodríguez (nombre que tuvo la calle Alamillos durante el Franquismo), entonces un callejón que daba a los corralones de las casas que quedaban hasta llegar a la plaza.

Destaca aquí la casa del constructor Manuel Peso, casa que se conservó cuando edificó en la parte posterior, hasta alcanzar la muralla. Hizo allí en los finales de los setenta tres bloques de pisos, con una calle a la que se puso el nombre del sacerdote, y en uno de los susodichos bloques compró mi padre un piso, al vender la casa de la calle José de Mora, para que fuera la residencia familiar. Esa casa, la de Manolo Peso, fue demolida posteriormente, edificando su familia (su yerno Leocadio Martínez) una casa para Victoria, la viuda del constructor, otra para una de las hijas y su familia, un piso para la hija mayor, y un pequeño bloque de tres pisos. Un dato curioso de la antigua casa de Manolo Peso es que tenía bastantes ventanas y en ellas, en sus rejas de hierro, se conservaron, hasta su derribo, las muescas, algunas de gran tamaño, hechas por los impactos de bala sufridos durante los enfrentamientos de la guerra civil. 


Pasamos ya a la otra acera, dejando atrás los corralones y el arco que colocó el alcalde Miguel Delgado, y que algunos pretenden recuperar. Idea no muy afortunada, en mi opinión. Haciendo esquina estuvo el Bar García, que al ser derribado, como otros edificios de la plaza, fue ocupada la nueva construcción por el Bar el Gallo


Algunas casas veremos posteriormente, de factura más modesta, popular, con pocos elementos destacables, solo una reja con elementos lobulados que recuerdan al estilo gótico en una ventana. Un casa, creo, de un Fortea y donde vivió un amigo del colegio apellidado Regal. Allí, antes de la puerta principal, hicieron un local, eliminando una ventana lateral, donde el hijo de Pepe Romero montó Los chitis rosas, un puesto de juguetes y chucherías que pasó luego por otras manos, hasta su cierre.


En sus primeros tiempos encontrábamos seguidamente el Bar el Gallo, de la familia Rodríguez, hasta su traslado a la esquina, con la barra en planta baja y habitaciones en el segundo piso, donde se daban cita aficionados al juego. Allí también hubo una panadería de José Flores, que se usó como sede de Alianza Popular en el 83, al ser éste uno de los fundadores del partido. Una accesoria contigua albergó, que yo recuerde, una Relojería, una Platería, y hasta un Asador de pollos en el mismo local, sucesivamente. 


El establecimiento para mí más importante de la zona era la Confitería Ruiz, de Luis Ruiz, El Bollito, al que vemos en la foto de grupo, del archivo de mi suegro, junto al árbol a la izquierda, sobre el zapatero Juan José, hermano de Agustín, en una excursión campestre al Retortillo. En esta pastelería terminábamos al salir de misa todos los domingos, comprando la ración de pasteles para el postre de la cena. Un lugar pequeño, pero entrañable, y un verdadero templo para la gula, donde también vendían helados. Luis, heredero de otro confitero (El Bollo) que tenía la tienda en la calle El Sol, sigue vivo, aunque hijos suyos le hayan sucedido en el oficio de pastelero, endulzando nuestro paladar con sus exquisitos dulces. La mesa camilla de la habitación del fondo, donde esperaba sentada Luisa, su mujer, la llegada de los clientes es otra de las imágenes imborrables de la niñez.

Pasando otras casas y la confluencia con la calle Las Pilas, dábamos con la Mercería y casa de Manolín Esteve, cuya tienda continuó a su jubilación su hija Encarni, ahora también cerrada. Los Estévez pertenecían a una familia valenciana que vino en el siglo XIX, para la construcción del puente de hierro, según una versión que me contaron (hay otra que dice que son de origen catalán, de Cardedeu, y que el primero vino a trabajar de maestro panadero). Luego, la casa de Rodríguez, el padre de Alberto, donde instaló su primera tienda de electrónica. Una casa posterior tuvo más tarde alojada la zapatería Ortiz. Pero el comercio más destacado era la tienda de la viuda de Guillermo Iglesias, toda una institución, con colmado pequeñito, perfumería, zapatería, mercería y tienda de tejidos y confecciones, dependencias amuebladas con sabor, a las que se iba accediendo, pasando por un pasillo central y a la última, tras sortear un pequeño patio cubierto. Tenía entrada por Calle Feria y por Calle Cuerpo de Cristo. En su parte superior, con entrada por Cuerpo de Cristo, vivió muchos años Mamá Lola, como la llamaban sus familiares.


Al cruzar la calle dábamos con una casa, en cuya primera planta estaba un escaparate de la tienda de Guillermo Iglesias, haciendo esquina, propiedad de éste, y colindante a la casa donde vivió su hija Guillermina, con su marido, muchos años dependiente del comercio, Eloy Higueras, hasta su traslado al Acebuchal. Le sigue el piso del hijo de Soledad López, con el bajo comercial, ahora un bazar. Seguidamente damos con la tienda de comestibles y panadería de “Monterito”. Y luego otro local donde se han instalado varios pequeños negocios, lindando con otro donde estuvo la papelería Mayco, debajo de un piso de una de las hermanas Valle, cuya casa familiar le sigue, y que ha sido restaurada para que viva una sobrina de Eugenio Valle, “el maestro”, alma mater del grupo folk Azahares. Los Valle son una familia de origen francés muy relacionada con la música, según decía mi padre.

Para terminar llegaremos al Bar “El zapaterillo”, antes de “volver a casa”, bar amplio, con una primera sala donde estaba la barra, y otra en forma de patio cubierto, rodeado de habitaciones, simulando una plaza de toros, y decorado con numerosos motivos taurinos. El edificio lo derribaron y el bar se trasladó a la Avenida de Goya, siendo sustituido por la vivienda y consulta del ginecólogo Carlos Orense, médico que, por cierto, asistió a mi madre, en el parto, cuando nació éste que escribe.

Era la Calle Feria una calle con mucha vida y hasta tráfico. Una de mis distracciones cuando pasaba por ella, para ir al colegio, era hacer juegos matemáticos con los números de las matrículas de los coches que había en ella aparcados. Las aceras eran estrechas, pero no nos quejábamos al pasar por ellas. Con la crisis del petróleo de 1973 empezaron los cierres de negocios en esta calle, antes la más transitada y deseada del pueblo. Intentos de revitalizarla, como la peatonalización que llevó a cabo el ayuntamiento en los noventa, no dieron los frutos deseados, pues la población, con el auge de la construcción y la urbanización de nuevas zonas, se fue desplazando, cambiando así el centro comercial, popular y hasta geográfico a otro eje en el casco urbano. El intento de hacer un centro comercial abierto no cuajó y lo aprovecharon algunos propietarios para pedir que se abriera de nuevo al tráfico esta vía, con lo que su declive se agravó, al convertirse solo en una zona de paso, para evitar el actual centro urbano (eje avenidas de Santa Ana, Andalucía y Campana), cerrando cada vez más locales, y dando un aspecto penoso y despoblado a la calle. Ahora, la construcción de viviendas en el solar de la antigua tienda de “Las Pulías”, promovida por el ayuntamiento, junto a otras medidas, van a intentar de nuevo su puesta en valor. Ojalá que esto se consiga y que este tradicional espacio palmeño no sufra más los inconvenientes de los cascos históricos de tantas ciudades.

15 comentarios:

  1. La tienda de Guillermo Iglesias era una versión en miniatura de los hoy "Grandes almacenes" Yo, que soy mas joven, no recuerdo el patio. Mi recuerdo llega hasta la zapateria, que estaba al fondo, donde mi madre me compraba los gorilas con los que regalaban la pelotita verde. Creo que te has dejado atrás lo más singular de este establecimiento, el café, lo vendian entrando por la calle feria a la derecha y si entrabas por la calle Cuerpo de Cristo era lo primero que encontrabas. Todavia recuerdo el penetrante olor a café cuando entrabas en la tienda.

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  2. El patio es que no parecía tal, porque estaba cubierto con esos bloques de cristal duro que se ponen también en paredes, para dejar pasar la luz. En la parte que he llamado "colmado pequeñito" es donde estaba el café y otros productos. Sí, debería haber hecho una mención expresa a las latas de café y la balanza.

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  3. ...leyendo esta segunda entrega me vino a la mente la imagen de aquella reja de grueso barrote y la muesca de bala,reparaba en ese detalle cada vez que me llevaban mis padres al bar gallo a tomar una fanta en botella estriada y con los restillos de ¿naranja?¿oxido? en el fondo,acompañada esta de un paquetillo de catufas de Los Curro,marca que repartia el famoso tioencueros...Poder disfrutar de los recuerdos de la vida es vivir dos veces.

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  4. Me alegro que disfrutes dos veces de la vida, como dices, comunicante anónimo. ¿Eres el que me preguntó sobre las muescas de bala, no?. Como ves, yo también escuché esa historia que ahora cuento. Por cierto, el tioencueros del que hablas es primo hermano mío. Ya hace bastantes años que no vive en Palma.

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  5. Soy quien te hizo mención a las huellas de las balas,si.Ya hace años que le perdí pista a tu primo,aunque sabia que no estaba en Palma,recuerdo el supermercado que tenia en calle nueva,su furgoneta,etc.Soy coleccionista de juguetes antiguos y hace poco adquiri un lote de la casa reamsa,irremediablemente me vino a la mente aquella tiendecilla de pineda y los paquetillos de indios y vaqueros,los paracaidistas que habia que meterle un canto rodao en la espalda,etc,etc...nostalgia pura y dura.

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  6. Yo, un anónimo, de pequeño me entretenía en meter el dedo sobre la muesca que dejara el proyectil, lo que recuerdo con esa imagen que se percibe sobre 1943. Casi estaba calentito. Sobre esa casa han pasado muchas cosas, además de las que se refieren

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  7. Pues atrévete a contarnos algo más de lo que sabes de esa casa, amigo anónimo. De lo que sea posible, claro.jajajaja

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  8. Supongo que la persona del ultimo comentario se refiere a algun hecho extraño o similar.Estamos impacientes por saber,animate y cuenta lo que sepas o puedas.saludos

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  9. Joer, Chevi, ¿ de donde sacas tantas fotos antiguas???, yo con tu permiso y con el de la "SGAE" te he copiado unas cuantas, enhorabuena por el blog y en especial por los articulos relacionados con Palma y con las cosas cotidianas e historicas , lo que menos, o sea nada, son los articulos relacionados con la politica, pero en fin, estamos en Democracia y es bueno que todos podamos expresarnos con libertad. Un saludo y sigue amenizandonos con más historias de Palma y de cosas cotidianas.

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  10. Bueno, unodepalma, entiendo que todo lo que publico en mi blog no te guste. Es un blog variado, y personal. Pero me alegra que te satisfagan los artículos relativos a la historia de Palma.

    Las fotografías las obtengo de diversas fuentes. Muchas de ellas son de reportajes que están en la Diputación, y ya están en manos del ayuntamiento de Palma. Otras son de archivos privados. Incluso algunas son de mi archivo particular. Algunas son de internet, también. En fin de muchos orígenes.

    Muchas gracias por tus visitas y que sigas disfrutando. Un saludo.

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  11. Hola a todos.
    Una duda. Lo que aparece en el artículo como casa de la Familia Castiñeyra, ¿No era la casa de D. Antonio Almenara y Paquita Molero?
    ¿Sabes cual era el segundo apellido de D. Antonio Almenara?(Por relacionar de que familia venía)
    Un saludo,
    Enhorabuena como siempre.

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  12. Pues no lo sé, yo la conozco como de la familia Castiñeyra. La familia Molero tuvo la casa que hoy es de César Egea, por eso le pusieron a la calle Barbera el nombre de Teniente Molero, por su cercanía a su casa, cuando éste murió en la División Azul. Muchas gracias por tus elogios. Si averiguas algo de lo que dices, por favor, lo publicas. Gracias. Un saludo.

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  13. Sí, en la casa hoy día de las Monjas vivió Paquita Molero, hija de Paco Molero (creo que de segundo apellido Ruiz de Almodovar) que era quien vivió en la casa de César Egea y anteriormente vivía en la casa que luego se ha encontrado el comercio de "Las Puristas" en la calle Ciguela, esquina con Teniente Molero( Por eso se le pone a la calle Teniente Molero, pues cuando muere sobre 1943 la familia Molero aún vivía en esta casa de la Calle Ciguela) Paquita Molero se casó con D. Antonio Almenara. Este matrimonio no tuvo hijos por lo que donaron las casa a la congregación de las hermanas.
    Un saludo.
    Si alguien sabe mas información sobre D.Antonio Almenara y el porque el origen de la casa de la familia Castiñeyra se lo agradezco.

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