Un lugar emblemático de
Palma del Río es el conocido como Arquito Quemado. Se trata
de la puerta Norte del Recinto Amurallado almohade. Esta
puerta, en las cercanías de la parte donde estuvo el castillo
almorávide, hoy derruido, la ocupa la antigua Capilla de las
Angustias.
De niño, esta zona de la
antigua alcazaba, empecé a conocerla mejor, tras tirarse la mayoría
de las chabolas que hubo allí, llamadas popularmente como los
chozos.
En estos chozos vivieron gentes pobres, e indigentes que se dedicaban
a la mendicidad. Eran chabolas con techo de paja, sin servicios, sin
urbanización, sin condiciones sanitarias y de pésima habitabilidad,
en un lugar abandonado (aunque de propiedad privada) tras la
construcción del Palacio de los condes (el Palacio de Portocarrero)
en el siglo XVI. Estas infraviviendas desaparecieron en los años 60
del siglo pasado y sus moradores ocuparon las viviendas prefabricadas
(“albergues provisionales” las llamaron, aunque duraron hasta los
90) que se instalaron en la Avenida de la Paz, y que se conocieron
como “el Ferrobús”, por disponerse en línea recta, como
algo parecido a un tren.
Algunos moradores
quedaron, no obstante, allí. Alguna vivienda en el recinto de la
Mesa de San Pedro y otras al otro lado de las murallas, ya en
la calle Río Seco. El recinto de la Mesa de San Pedro, solar de la
antigua alcazaba, se conoce así por quedar allí algunos restos,
entre ellos parte de sus torres, una de las cuales llamamos de esa
manera por su forma de meseta. Siempre ha llamado la atención la
entrada, a ras de tierra, en la base de ese torreón medio hundido,
que aparece tapada con una piedra en una de las fotos, junto a un
chozo, y que ahora está sellada. Numerosas leyendas de túneles
subterráneos que unían el castillo con la actual plaza del
ayuntamiento, y otras zonas y edificios, han circulado al respecto.
En una de esas torres
abandonadas, junto a la Parroquia de la Asunción, vivieron Rafaela
y Bernardo, dos mendigos. Cuando vivía en la casa de la calle
José de Mora fueron muchas veces las que, al abrir la puerta, me
encontré con la figura menuda, delgada y encorvada de Rafaela,
mientras Bernardo esperaba en la calle. De tez morena, ennegrecida
por el sol, y cubierta de arrugas, con el pelo negro enmarañado y
vestida con harapos, Rafaela llevaba una talega donde guardaba los
mendrugos que recolectaba en los sitios habituales, o las perras
gordas y céntimos que le dábamos.
Fueron los últimos en dejar el lugar, cuando los incipientes servicios sociales municipales, que se hicieron cargo de la Beneficencia, consiguieron alojarlos en la Residencia de Ancianos del Hospital del San Sebastián, no sin esfuerzo, allá a principios de los años ochenta. Allí los vi más de una vez, ya con otro aspecto, muy mejorado, y allí acabaron su penosa vida.
Fueron los últimos en dejar el lugar, cuando los incipientes servicios sociales municipales, que se hicieron cargo de la Beneficencia, consiguieron alojarlos en la Residencia de Ancianos del Hospital del San Sebastián, no sin esfuerzo, allá a principios de los años ochenta. Allí los vi más de una vez, ya con otro aspecto, muy mejorado, y allí acabaron su penosa vida.
¿Por qué el nombre de
Arquito Quemado? Hace unos días pude leer esa historia, que
ya conocía por el libro de la Historia de Palma del Río,
editado por Antonio Moreno Carmona en 1963, que recoge el
relato del fraile dominico Ambrosio de Torres y Orden, con
notas, apéndices y glosas del antiguo secretario municipal. El libro
del que se sirvió para hacer esta historia, Palma
Ilustrada, de 1774, se puede ver y descargar, gracias a que
la Biblioteca municipal ha publicado en su web una edición original.
Un relato histórico de nuestro municipio, desde su supuesto origen,
para el que se basa el fraile, según refiere, en otro libro
publicado en 1675, Población
General de España, del cronista Rodrigo Méndez Sylva.
Según nos cuenta fray
Ambrosio, tras la conquista de Palma por las tropas del Infante de
Molina, hermano del rey Fernando III, el santo, que él data
en 1239 (tres años después de la conquista de Córdoba, pues según
su opinión no pudo ser anterior), aunque la oficial sea 1231 (la
primera, pues la definitiva es en 1241, después de volver a manos
musulmanas), las guerras entre moros y cristianos en estos
territorios no cesaron. Entonces las tierras palmeñas eran de
realengo, pero la necesidad de contar con el apoyo de la
nobleza hizo que se transformase en señorío, al donar la
villa el rey Alfonso XI a su almirante (de origen genovés)
Micer Egidio Bocanegra. Un descendiente suyo, Luis
Fernández Portocarrero, derrotó a las tropas musulmanas, que
habían entrado en la comarca de Utrera, el 8 de septiembre de 1483.
Por ello, “castigada la soberbia de los Bárbaros con este y otros
triunfos del señor Don Luis Fernández Portocarrero, acaloró en su
pecho grandes enconos, y venganzas contra este Insigne Héroe; alistó
muchos Guerreros, juntó mayores fuerzas, y fiado en la multitud,
pasó a poner sitio a Palma”. Relata fray Ambrosio que los moros
eran en mayor número, y prendieron fuego a la puerta Norte,
lo que envalentonó a las tropas defensoras, muy escasas, que
salieron atacando a los sitiadores y derrotándolos. Como durante el
sitio la mujer del señor de Palma, Doña Francisca Manrique, sintió
angustia por el hecho, se encomendó a la Virgen de las Angustias, y
al terminar victoriosa la defensa, mandó colocar una virgen tal en
el lugar del incendio, en la misma puerta, origen de la actual
capilla.
De niño conocí ya la
Capilla de las Angustias cerrada. Ya había desaparecido el pórtico
que podemos ver en la imagen de los tiempos de la Segunda República,
similar al que fue destruido entonces, que había en la entrada de la
iglesia del Convento de San Francisco. Incluso alguna vez hemos
entrado en las murallas, circulando por el adarve, penetrando en
algunas torres, como he visto posteriormente a otros niños. Así era
el descuido al que estaban sometidas.
La capilla está en manos
del Ayuntamiento, así que he podido entrar después, en mi etapa de
concejal, y ver su cúpula de yeso blanca y la linterna, cubiertas de
polvo, una obra de estilo claramente barroco. O apreciar de cerca su
espadaña. Con el nuevo proyecto subvencionado con fondos FEDER
está prevista su recuperación interior. Eso espero.
Hace años, cuando
preparábamos la primera edición de las Jornadas de Historia
Cardenal Portocarrero, uno de los integrantes de la comisión
organizadora habló de un hecho curioso, relacionado con el Arquito
Quemado. Leyendo ahora el libro de Fray Ambrosio, lo he recordado.
Cuenta el fraile que tras la batalla de 1483, que ganó D. Luis
Fernández Portocarrero, “lo premiaron los Cathólicos Reyes D.
Fernando, y Doña Isabel, con el privilegio (que hasta oy (sic) se
conserva en su Casa) de que la ropa Regia, y principal, que en cada
año el día ocho de Septiembre, vistiessen las Reynas de España,
fuesse para las Excelentíssimas Señoras Condesas de Palma”.
Esto nos contó aquel miembro de la comisión, con la intención de pedir a la Casa Real que se continuase con ese privilegio, donando el vestido que llevase la Reina Sofía aquel día del año anterior (2004), para que lo luciese, en este caso, durante la inauguración de las jornadas de historia, la actual Condesa de Palma, Cayetana Fitz-James Stuart, la Duquesa de Alba. No recuerdo que se hiciesen gestiones. Seguro que, de haberse efectuado, habrían caído en saco roto. Pues no están los tiempos para tales privilegios. El que en aquella época, donde la higiene personal no era un valor seguro, se mantuviese, como dice el fraile, puede pensarse como normal. Aunque, de ser ciertas las historias que se cuentan de Isabel de Castilla y su promesa de no quitarse la misma camisa hasta la toma de Granada, no estimamos que fuese privilegio agradable, sino más bien enorme sacrificio. Claro que, pensando otra vez en la pobre Rafaela, si ella hubiese pillado el vestido de la reina, seguro que lo habría disfrutado.
Esto nos contó aquel miembro de la comisión, con la intención de pedir a la Casa Real que se continuase con ese privilegio, donando el vestido que llevase la Reina Sofía aquel día del año anterior (2004), para que lo luciese, en este caso, durante la inauguración de las jornadas de historia, la actual Condesa de Palma, Cayetana Fitz-James Stuart, la Duquesa de Alba. No recuerdo que se hiciesen gestiones. Seguro que, de haberse efectuado, habrían caído en saco roto. Pues no están los tiempos para tales privilegios. El que en aquella época, donde la higiene personal no era un valor seguro, se mantuviese, como dice el fraile, puede pensarse como normal. Aunque, de ser ciertas las historias que se cuentan de Isabel de Castilla y su promesa de no quitarse la misma camisa hasta la toma de Granada, no estimamos que fuese privilegio agradable, sino más bien enorme sacrificio. Claro que, pensando otra vez en la pobre Rafaela, si ella hubiese pillado el vestido de la reina, seguro que lo habría disfrutado.
Muchas gracias, María. Es una verdadera suerte que la Biblioteca esté publicando ediciones digitalizadas de algunas publicaciones históricas. Ojalá amplien el catálogo, por ahora modesto.
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