jueves, 5 de abril de 2012

Tradiciones pasionales: las películas de romanos.


Una de las tradiciones de estos momentos que nos impone la cultura patria es la del Péplum. Es decir, las películas ambientadas en la antigüedad, especialmente las de romanos. De niño, cuando había cine aquí, solo se proyectaba en la pantalla grande o en la televisión un conjunto de películas que hacían referencia a temas religiosos o próximos. "Los diez mandamientos", "La túnica sagrada", "Ben Hur", "Sansón y Dalila", y otras similares se repetían sin cesar, como si de estremos se tratasen. Hoy día ocurre algo parecido y la programación televisiva se llena de estas películas y otras posteriores, referidas a aquellas épocas y sucesos más o menos (en realidad) históricos. Da igual que estemos en un estado aconfesional. 



Una que no era muy difundida, pero que está encuadrada en el género, era Espartaco, de Stanley Kubrick. En ella nos cuentan la historia, en tono épico y hasta romántico, del gladiador tracio que se rebeló contra Roma, liberando esclavos por donde pasaba. Murió derrotado, después de poner en ridículo a la potencia mundial de entonces, tras ser vencida en varias ocasiones. Muchos pobres se sumaron a las tropas de esclavos y gladiadores que los liberaban. Y casi 100 años antes de la muerte del nazareno, que recuerdan en estos días, sí puso en jaque el sistema esclavista vigente, aunque finalmente muchos de sus seguidores sufrieran el martirio en la cruz. No se sabe si él también fue crucificado, pues su cadáver nunca fue encontrado (o fue ocultado para que no se convirtiera en un símbolo de sus seguidores), pero miles de los suyos si fueron exhibidos de esa manera por los vencedores. La película sí nos lo muestra en la cruz, para dar mayor carga emocional al personaje, haciéndole morir junto a los suyos.



El esclavismo no desapareció, por desgracia, a pesar del triunfo del cristianismo, hasta hace poco tiempo. Durante la mayor parte (19 siglos de los 21) se respetó el uso de mano de obra no libre en sus territorios. Recordemos la Guerra de Secesión americana. O en la catoliquísima (dicen) España, con la misma Constitución de Cádiz de 1812, la Pepa, que algunos celebran ahora como si fuese el bálsamo que curará la crisis que vivimos, no se abolió la esclavitud. En ella se distinguen a los ciudadanos, de los que no tienen derechos. Entre los primeros habla de "ingenuos", es decir, los libres, frente a los "sirvientes domésticos", los esclavos, que no pueden ejercer derechos (artículo 25), como ocurría en la antigua Roma, contra la que se rebelaron Espartaco y sus seguidores. En el territorio peninsular la esclavitud no fue abolida hasta 1837 (veinticinco años después del "triunfo liberal") y en las posesiones americanas hasta finales del siglo XIX. 

Hoy día, a la luz de las reformas que están imponiendo algunos de los que se dicen seguidores del otro crucificado, parece que hay quienes quisieran volver a ver, no ya la Vía Apia, sino las que conducen al templo moderno del nuevo imperio, a la Bolsa, u otros mercados similares, repletas de cruces donde colgar a sindicalistas, rebeldes, progres, huelguistas, rojos y otros remedos de espartacos modernos. Quitar derechos a los demás, coseguidos tras duras luchas y conquistas, vuelve a no ser contradictorio con creencias o mensajes de amor divino, a juzgar por lo que nos están haciendo, con la excusa de la crisis. Ojalá no sigan adelante, y estas películas de romanos sean solo un vestigio del pasado, que no volvamos a vivir. Aunque algunos parezca que se empeñen.

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