El verano pasado, cuando
viajamos al País Vasco, hicimos una escala en Segovia.
Visitamos la ciudad del acueducto romano y comprobamos que además
tiene una enorme riqueza arquitectónica, de la que destacan sus
edificios románicos y también góticos. Una parada en la Plaza
Mayor sirvió para hacernos unas fotos en las puertas del Teatro
Juan Bravo, junto a la estatua de D. Antonio Machado. Fue
en ese teatro segoviano donde en febrero de 1931 se presentó la
Agrupaciónal Servicio de la República, movimiento que
lideraron José Ortega y Gasset, Gregorio Marañón y Ramón
Pérez de Ayala, contando con
la presidencia de Machado. Unos
intelectuales que reaccionaron
ante la decadencia del
régimen de la Restauración,
exigiendo un programa de cambios tajantes para beneficio de España.
Eran otros tiempos, donde intelectuales de prestigio se comprometían
en el presente, para conseguir un futuro mejor para todos.
Estamos sufriendo una
gran crisis en la actualidad. Una crisis económica, política,
social e institucional. El desencanto ciudadano con todas las
instituciones (jefatura del estado, justicia, gobierno, parlamento,
sindicatos, partidos políticos...) es patente. La monarquía no era
cuestionada hasta la aparición de los escándalos de corrupción que
afectan a la familia real. Hemos visto errores hasta en el monarca
(cacerías, accidentes frecuentes, su “amiga” Corinna...). A ello
se suma la opacidad de sus cuantiosos gastos a cargo del
contribuyente. Una ciudadanía cada vez más cargada de impuestos,
con menos derechos y servicios del estado, víctima de los recortes y
de la nula sensibilidad del estado con los que más sufren, que está
muy cansada de pagar y de que, quienes tienen que ayudarles a
resolver sus desventuras, derrochen sin pudor ni freno.
Para colmo vamos a una
situación política que no apunta a la resolución de los problemas,
sino al seguidismo sin discusión de las directrices
exteriores, que nos está condenando al empobrecimiento y a la
sumisión. Lo que está provocando un desapego al modelo
instaurado en 1978, con una creciente “italianización” de la
política, como apuntan una encuesta tras otra, con creciente
desafección hacia los partidos protagonistas del arco parlamentario.
A ello contribuye el pesimismo generalizado entre la ciudadanía, que
no ve salida a su situación.
La Monarquía es heredera
del Franquismo, se instauró tras la muerte del dictador, según lo
dispuesto en la ley de sucesión. No se llegó a discutir, como otras
cuestiones, cuando el proceso constituyente, de ahí la
parquedad e insuficiencia de su regulación constitucional. Primero
el miedo y luego la satisfacción por la actuación del
monarca en el 23F consiguieron que ésta no se cuestionase por
la mayoría. Hoy día esa situación ha cambiado. Muchos de
los que ahora son jóvenes no conocieron esos hechos (la Dictadura,
la muerte de Franco, el 23F...), por lo que no sienten motivos de
freno al criticar la monarquía como otros muchos sí hemos sentido.
Ya son numerosos los que piensan que no deben nada al rey, ni a su
familia, y se ha perdido el pudor a la hora de criticar o hacer
chanza de sus vivencias.
He criticado la visión
utópica
de la república, como panacea o bálsamo de
Fierabrás que solucionará todos los problemas, que curará todos
los males. Pero no se me escapa, como les pasa a otros,
que estamos en una tesitura crucial. Esta crisis total está poniendo
en cuestión
hasta la forma política del Estado, la monarquía parlamentaria.
Algunos piensan en la restauración de la experiencia fracasada
de la II República, de cuya instauración se cumplen hoy 82
años. Pero eso sería de nuevo un error. Lo que hoy echo en
falta es ese grupo de intelectuales, con el coraje necesario para
exigir cambios importantes, de modelo, aunque
pongan en cuestión el resultado de una Transición que ya es
historia. Las instituciones que salieron de esa transición parecen
en decadencia, como lo estaba el régimen de la Restauración en
1931. La Democracia está bajo mínimos, y los “intelectuales”
que vemos hoy día, en nuestro país, parecen estar silenciados o su
voz oculta entre el griterío habitual en los medios de
comunicación. Los personajes como los Bardem o los Willy Toledo, en
la izquierda, las más de las veces gritando, más que razonando y
casi siempre interesados más en lo que pase en las arenas del
desierto sahariano, que en los problemas de su país, no son
precisamente ejemplos de esa intelectualidad que exigen los tiempos
que vivimos. Como los otros “intelectuales”, los de la derecha,
los SalvadorSostres y sus escándalos, los Pío Moa, “haciendo historia
a martillazos” o los Mario Vaquerizo, tampoco son un ejemplo de
afán constructivo y de rigor intelectual. Necesitamos otro tipo de
“nueva intelectualidad” o hasta una “nueva clase política”
que mire el futuro de forma diferente, con nuevas propuestas
que ilusionen a la mayoría hoy desencantada. Que den ideas claras y racionales de
cómo afrontar los viejos problemas enquistados, y soluciones
beneficiosas para la generalidad ante los nuevos retos. Como lo intentaron
aquellos ciudadanos sabios y honrados de 1931.
Sin duda vivimos en
tiempos difíciles y de ello se dan cuenta hasta quienes quieren
mantener
el actual régimen. ¿Habrá valentía suficiente para afrontar con
rigor los cambios que nos merecemos? ¿Saldrán a la luz nuevos
Ortegas y Machados?
Hoy es un día muy solemne para todo republicano auténtico y hemos de tener la esperanza de que una bella mañana, como la de hoy, alguien de nuestros mismos ideales se la llegue a reencontrar. (Me temo que yo, no).
ResponderEliminarY termino —pesimista— con los versos del Canto a la Libertad de José Antonio Labordeta:
También será posible
que esa hermosa mañana
ni tú ni yo ni el otro
la lleguemos a ver;
pero habrá que forzarla
para que pueda ser.
Estoy por la República
Ya veremos qué nos depara el destino, Jesús.
ResponderEliminarSalud y república.