Cuando era niño en mi casa se recibía gratis una revista enviada por la embajada de la República de Sudáfrica. Unos ejemplares a todo color, con papel de mucho gramaje y bien satinado. Unas publicaciones de elevado coste que ofrecían una imagen estupenda de aquel país, casi idílica. Un lugar para vivir, visitar, hacer negocios, con unas gentes estupendas, laboriosas, celosas de sus tradiciones, muy europeas y civilizadas, generosas y felices. Una imagen edulcorada, que poco tenía que ver con la realidad que se vivía allí, donde el sistema llamado apartheid daba el poder a los herederos de los colonos (a su vez divididos entre los descendientes de los británicos y los de los holandeses, llamados afrikáners) y dejaba sin derechos a los nativos africanos, obligándoles a vivir separados del resto de la población blanca, sometidos a segregación racial. Naturalmente esto no aparecía en la revista de la embajada. Como tampoco aparecía entre sus textos un personaje que conocimos después, Nelson Mandela, que entonces estaba en la cárcel, acusado de terrorismo, por luchar contra este sistema racista. Este hombre murió ayer y desde que se supo la noticia todo son elogios hacia su figura. No es raro, pues supo resistir durante más de 27 años un cautiverio casi incomunicado, y tras su liberación supo conducir a su país a la eliminación del apartheid. No fue fácil, pues no vino caída del cielo la ocasión, sino tras graves disturbios y una dura represión. Algunos comentaban hoy la grandeza de este hombre por esa capacidad de transmitir sus ideales, a pesar de su aislamiento penitenciario. Sin duda su capacidad de resistencia y paciencia le califican como una gran persona, pero no estuvo solo, ya que su partido supo manejar con habilidad su mensaje, provocando grandes simpatías entre los defensores de los derechos humanos de todo el mundo, tan asquerosamente conculcados en la Sudáfrica de aquellos tiempos. Por ello se ha convertido en un mito en la lucha por los derechos civiles y la igualdad de los seres humanos. Otra cosa es la deriva de aquel país, tras la transición que propició la mayoría nativa y los principales dirigentes de la minoría blanca, a base de una gran capacidad de diálogo y con el objetivo de reconciliar a los antiguos sectores enfrentados que siempre inspiró a este antiguo abogado indígena. Pero el devenir posterior a su mandato es otra historia. Los hombres mueren y los mitos sobreviven. Así que, sin duda, su coraje, su paciencia, su capacidad de diálogo y su ideal de igualdad y respeto por el ser humano hacen y harán de Mandela un símbolo para animarnos a seguir luchando por un mundo mejor.
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