No soy nada partidario de "festividades" como el "día del padre" o el "de la madre", por ejemplo. Hay muchos eventos de este tipo que tienen una dimensión comercial y un trasfondo ideológico que me repelen, a pesar de que puedan tener un origen loable. Eso no significa que, sobre todo ante la avalancha de referencias a éstos, no los tenga en cuenta. Y, por eso, me he acordado hoy de mi madre, como mucha gente más. Aprovecharé para hacer un pequeño recordatorio, con imágenes y hechos de su vida.
Mi abuela Belén, con mis tíos Curro, Frasquita, la mujer de Rafalito (con una hija en brazos), una vecina, Ascensión y Belén, en la huerta, junto a un pozo. |
Mi madre, Carmen Peso Nieto, nació el 31 de enero de 1925 en Palma del Río, hija de Sebastián y Belén. Hermana de Asunción (aún viva, y residente en Córdoba), Rafael (mi tío Rafalito, que tantos años vivió en Madrid), Ángeles (la tía Angelita, que murió por la diabetes, siendo yo niño), Belén (que vive en Fuenlabrada, Madrid), y Francisco (el tío Curro, el último hortelano de la familia, que terminó su vida en Céspedes).
Noria del pago El Higueral, con vecinos de las huertas. Foto cedida por Francisco Ceballos. Mi madre a la derecha. |
De pequeña vivió en las huertas de Palma, en los pagos de La Barqueta y El Higueral, pues mi abuelo era hortelano, en las condiciones precarias en que se vivían en aquellos tiempos, con casas en las propias explotaciones, con jornadas de casi 24 horas, sin agua corriente, ni luz eléctrica, ni otros servicios. También tuvieron residencia (algunas habitaciones) en la calle Capitán Cortés, hoy Calle Muñoz, en la conocida como "casa del Pollo", una casa de vecinos, donde vivieron también Belén, con su marido Jacinto y mis primos Juan y Sebastián ("Chanín"), y donde tuvo algunas habitaciones mi tío Curro. De allí conservó durante mucho tiempo buenas amistades, que todavía la recuerdan, por cierto, como pude comprobar hace poco tiempo.
Las condiciones de vida en el campo, forzaron a que varios de sus hermanos se buscasen la vida en otras actividades, llegando a convertirse en emigrantes. Mi tío Curro fue el único que siguió la ocupación de mi abuelo, siendo hortelano de, entre otros propietarios, la familia Tirado, y obteniendo posteriormente una parcela en Céspedes (Hornachuelos), poblado de colonización del IRYDA. Mi tía Angelita se casó con un natural de Peñaflor, yéndose a vivir al pueblo sevillano vecino. Rafalito se fue a Madrid, trabajando de portero de edificios (esos "encargados de fincas urbanas" como se les llamaba eufemísticamente). Asunción se casó con un peón caminero (el tío Mariano, empleado del Ministerio de Obras Públicas, encargado del mantenimiento de carreteras) por lo que vivió en varios sitios (recuerdo la casa que le proporcionó el ministerio en la aldea de Los Mochos, en Almodóvar del Río) y luego se fue a Córdoba. Belén se trasladó a Madrid (primero Leganés y luego Fuenlabrada) cuando su marido tuvo que emigrar para encontrar trabajo, después de haber probado suerte en el País Vasco, como muchos otros paisanos de Palma del Río (por ejemplo su hermana, que se quedó allí, o la madrina de Anamari, mi mujer, Anita Santos, que se quedó en Lasarte, junto a San Sebastián) y volverse no satisfecho de la experiencia vasca.
Mi madre, que tuvo pocos estudios, también salió de Palma para ganarse la vida. Fue empleada de Alonso Moreno de la Cova, el propietario del antiguo Convento de San Francisco, habiendo sido una de las cuidadoras de sus hijos José Joaquín (el ex-rejoneador y actual ganadero) y Alonso (el actual propietario). Estuvo en Horcajo de Santiago (Cuenca) como sirvienta de esta familia. También residió en Madrid, intentando ganarse la vida con trabajos de manicura, por ejemplo.
A la vuelta de Madrid, se buscó la vida sirviendo en casas particulares, fuera del ámbito de los Moreno. Mi padre la conoció en la casa de Rafael Ceballos, en la calle Feria. De allí salió para casarse con él, José Domínguez Godoy, cosa que ocurrió el 25 de noviembre de 1960. Casi un año después, el 8 de noviembre de 1961, nací yo, y "catorce meses" después (el 11 de enero de 1963) nació mi hermano Roberto. Lo de los "catorce meses" lo recuerdo perfectamente (esas palabras, lógicamente), pues era siempre la respuesta que ella daba cuando de paseo alguien le preguntaba si éramos mellizos o gemelos. En los primeros años de mi vida yo era más bien gordito, pero las anginas (amigdalitis) me tuvieron algún tiempo muy enfermo, perdiendo peso, con lo que mi hermano menor se fue igualando en tamaño, pareciendo de la misma edad. Mi madre contestaba siempre lo mismo.
Cuando se casó se fue a vivir al domicilio de mi padre, donde vivió con su anterior esposa, Soledad López Cabrera, que había fallecido el 18 de junio de 1959, y con la que tenía tres hijos: Soledad (Sole), José (Pepe, el médico) y Mari Carmen (Mari). Esta última, al ser menor de edad, todavía residía en el domicilio paterno y fue incluida en el nuevo libro de familia.
Cuando se casó se fue a vivir al domicilio de mi padre, donde vivió con su anterior esposa, Soledad López Cabrera, que había fallecido el 18 de junio de 1959, y con la que tenía tres hijos: Soledad (Sole), José (Pepe, el médico) y Mari Carmen (Mari). Esta última, al ser menor de edad, todavía residía en el domicilio paterno y fue incluida en el nuevo libro de familia.
La casa estaba en la calle José de Mora 3, una casa muy especial de la que se desprendió mi padre en 1981. Mi madre se ocupaba de las tareas domésticas, aunque a veces contó con la ayuda, primero de mi tía Adelina, y luego de alguna "muchacha", de la que tengo un especial recuerdo por Belén (Belencita) a la que dábamos miles de sofocones con nuestras travesuras infantiles. La casa era muy antigua y necesitaba reparaciones constantes, además del blanqueo (encalado) de cada año, en el que llegamos a participar Roberto y yo cuando crecimos lo suficiente. Tenía un huerto al fondo del solar, contiguo con otras viviendas, donde mi madre cultivaba sus verduras y hortalizas, y cuidaba sus frutales, y donde habitualmente tendía la colada. El riego se aseguraba con la alberca que nos servía de piscina en verano. Esta era una distracción que le recordaba sus tiempos de vivir en el campo. Así como la del cuidado de las numerosas plantas, repartidas por macetas, en el patio, el corral y en cualquier parte de la casa.
También se distraía con la costura y el punto, y llegó a tejer varias alfombras y tapices con lana, además de confeccionar ropa para nosotros. Era una excelente cocinera, además de repostera (hace poco recordaba los cortadillos de cabello de ángel que hacía con las calabazas de cidra que conseguía). Los cumpleaños siempre los celebrábamos con alguna tarta de bizcocho hecha por ella misma. También tuvo que ayudar en la consulta médica, que durante unos años tuvo mi hermano Pepe (el cardiólogo) en la casa. El atender al teléfono, dar citas y otras funciones de apoyo a los clientes, también pasaron a ser desempeñadas por nosotros, los hermanos menores, al tener ya edad de realizar estas labores con capacidad suficiente, hasta que cerró Pepe la consulta en Palma, dejando solo la de su domicilio en Córdoba capital, donde ha seguido teniendo numerosos y fieles pacientes de Palma del Río entre su clientela, hasta su jubilación.
Laboriosa y discreta. Atendió a los hijos de la primera mujer de mi padre como si hubiesen sido suyos, con respeto y cariño, y hasta amistad y complicidad, por ejemplo, con Mari. Como cariño y cuidados tuvo con todos sus nietos, los propios y los de los hijos mayores de la familia. Fue severa, por las muchas responsabilidades que le tocó atender (más de un disgusto le di en vida), pero cariñosa y alegre. De espíritu independiente, no se resignó nunca a ser un ama de casa encerrada para el exclusivo servicio de la familia, sino que disfrutó también de sus familiares propios y sus amistades de la niñez, la juventud y la madurez. Quienes le conocieron guardan un gran recuerdo de ella.
En 1981 nos trasladamos a un piso, tras vender mi padre la casa. Allí siguió con sus tareas, pero ya con menos esfuerzo, al tener menos superficie y dependencias, y por tanto, menos requerimientos, molestias y gastos. Mi padre murió unos pocos años después, en 1989, y mi hermano menor se casó antes de fallecer éste, trasladándose a vivir a Extremadura, con lo que nos quedamos los dos solos en el piso. Algún tiempo después, el cáncer se apoderó de su cuerpo. Fue operada dos veces de cáncer de mama. Así que tuve que devolverle los cuidados que en otro tiempo me proporcionó a mí, cuando hizo falta. Muchos viajes a médicos, centro de salud y hospitales tuve que hacer con ella, para el tratamiento de su enfermedad, y cada vez que surgía una crisis. Falleció con 75 años, el 12 de octubre de 2000.
Como decía al comienzo de esta entrada, no soy aficionado a estas conmemoraciones tan comerciales. Pero recordar a la persona que me tuvo en su seno, me dio a luz y me crió y, cuidó de todos nosotros y de mí mismo hasta el último día de su propia vida, ha merecido la pena. A una madre nunca se le puede olvidar. No hacen falta efemérides para tenerla siempre presente.
Limpieza tras el blanqueo de las paredes. Roberto con la fregona. |
También se distraía con la costura y el punto, y llegó a tejer varias alfombras y tapices con lana, además de confeccionar ropa para nosotros. Era una excelente cocinera, además de repostera (hace poco recordaba los cortadillos de cabello de ángel que hacía con las calabazas de cidra que conseguía). Los cumpleaños siempre los celebrábamos con alguna tarta de bizcocho hecha por ella misma. También tuvo que ayudar en la consulta médica, que durante unos años tuvo mi hermano Pepe (el cardiólogo) en la casa. El atender al teléfono, dar citas y otras funciones de apoyo a los clientes, también pasaron a ser desempeñadas por nosotros, los hermanos menores, al tener ya edad de realizar estas labores con capacidad suficiente, hasta que cerró Pepe la consulta en Palma, dejando solo la de su domicilio en Córdoba capital, donde ha seguido teniendo numerosos y fieles pacientes de Palma del Río entre su clientela, hasta su jubilación.
Laboriosa y discreta. Atendió a los hijos de la primera mujer de mi padre como si hubiesen sido suyos, con respeto y cariño, y hasta amistad y complicidad, por ejemplo, con Mari. Como cariño y cuidados tuvo con todos sus nietos, los propios y los de los hijos mayores de la familia. Fue severa, por las muchas responsabilidades que le tocó atender (más de un disgusto le di en vida), pero cariñosa y alegre. De espíritu independiente, no se resignó nunca a ser un ama de casa encerrada para el exclusivo servicio de la familia, sino que disfrutó también de sus familiares propios y sus amistades de la niñez, la juventud y la madurez. Quienes le conocieron guardan un gran recuerdo de ella.
En el patio, Roberto toca la guitarra, en medio yo, y mi madre hace el acompañamiento de palmas, con el sombrero de ala ancha de mi padre. |
En 1981 nos trasladamos a un piso, tras vender mi padre la casa. Allí siguió con sus tareas, pero ya con menos esfuerzo, al tener menos superficie y dependencias, y por tanto, menos requerimientos, molestias y gastos. Mi padre murió unos pocos años después, en 1989, y mi hermano menor se casó antes de fallecer éste, trasladándose a vivir a Extremadura, con lo que nos quedamos los dos solos en el piso. Algún tiempo después, el cáncer se apoderó de su cuerpo. Fue operada dos veces de cáncer de mama. Así que tuve que devolverle los cuidados que en otro tiempo me proporcionó a mí, cuando hizo falta. Muchos viajes a médicos, centro de salud y hospitales tuve que hacer con ella, para el tratamiento de su enfermedad, y cada vez que surgía una crisis. Falleció con 75 años, el 12 de octubre de 2000.
Una de las fotos de mayor ya. Con Mari y su hija Macarena, en casa de Roberto, en Extremadura. Encarni, sostiene a Roberto, el primer hijo. |
Como decía al comienzo de esta entrada, no soy aficionado a estas conmemoraciones tan comerciales. Pero recordar a la persona que me tuvo en su seno, me dio a luz y me crió y, cuidó de todos nosotros y de mí mismo hasta el último día de su propia vida, ha merecido la pena. A una madre nunca se le puede olvidar. No hacen falta efemérides para tenerla siempre presente.
¡¡EMOCIONANTE!!
ResponderEliminar¡Olé!
Muchas gracias, Jesús. Lo debía.
ResponderEliminarEs lógico, María. Son de la misma generación y, por tanto, tuvieron los mismos hábitos en el vestido, el peinado, o en las costumbres que se reflejaban en las fotografías de la época, ya fuesen en el ámbito del trabajo o del ocio.
ResponderEliminarMuchas gracias. Y un beso.