miércoles, 30 de julio de 2014

Jordi Pujol, la estatua


Caen los mitos, como el de ese presidente de la Generalitat catalana, al que no le ha quedado otro remedio que reconocer que tenía una importante suma de dinero en paraísos fiscales. El mito de la integridad, de la responsabilidad, del buen hacer del seny catalán... Todo se ha venido abajo con esta confesión y con la sospecha (muy fundada) de que él y toda su familia son un grupo impregnado por la corrupción. Los otrora todopoderosos (y mira que el partido de este señor ha tenido poder, gracias a su capacidad de sacar tajada de gobiernos en Madrid de uno u otro signo, que necesitaban de sus apoyos) se vuelven débiles y sus miserias salen a la luz. Le ha pasado a Pujol como a los "grandes hombres" que han reinado o regido los destinos de multitudes y muchos pueblos, imperios o grandes naciones, que ven difuminarse sus figuras tras sus caída en desgracia. Algo común es que sus efigies, que se encuentran en muchos puntos de sus anteriores dominios, como forma de ese culto a la personalidad que tanto gusta a los ególatras mandamases, son derribadas por los que antes les aclamaban y luego claman reparación por los errores o crímenes cometidos. De este modo hemos conocido el derribo de estatuas de personajes "ilustres" que antes eran casi adorados (Lenin, Franco, Stalin, Hitler, Mussolini, Sadam Hussein...). 


Curiosamente Jordi Pujol tiene una estatua erigida en 2011, en Premià de Dalt (Barcelona). Aunque no fuese iniciativa suya la colocación. Y, como les ha pasado a esos todopoderosos que he citado, ya hay quien, con razón, quieren que esta efigie se quite de su emplazamiento. Ojalá lo hagan pronto, pues la imagen de ciudadanos derribando por la fuerza el monumento se podría repetir en tierras catalanas. Símbolo y caída. Caen los mitos, caen las estatuas, los ídolos.

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