Al término de la II Guerra Mundial, los aliados vencedores se repartieron la derrotada Alemania. Algún tiempo después este país recobró su independencia, pero dividido en dos, la República Democrática Alemana, en el territorio bajo la tutela soviética, y la República Federal, en los territorios administrados antes por el resto de los aliados. Berlín, la antigua capital del Reich quedó también dividida entre los vencedores. La guerra fría se extendió para enfrentar a los dos bloques dominantes, el capitalista y el comunista. En agosto 1961 un muro se levantó en los límites de los dos Berlín, el de dominio soviético y el resto. Lo erigieron los alemanes orientales con la excusa de proteger esta parte de la capital de los ataques "fascistas". En realidad era para impedir la fuga de alemanes orientales al bando occidental. Muchos fueron los que lo intentaron y algunos perecieron por ello. El muro separó calles, plazas, amigos, familias... en dos partes opuestas. Pero los alemanes no querían esa separación. Los partidarios del régimen del Este lo llamaron el muro de protección antifascista, los del oeste el muro de la vergüenza. Se convirtió en un símbolo de la guerra fría. Y, después, en 1989, en símbolo de la liberación de quienes aspiraban sacudirse el yugo de las dictaduras comunistas impuesto por el Pacto de Varsovia. Eso ocurrió cuando lo derribaron los propios berlineses para pasar de una zona a la otra, sin que la policía política oriental ni su ejército pudieran impedir el asalto y derribo de una parte. Fue un 9 de noviembre, y de esta hazaña ciudadana se cumplirá este fin de semana el 25 aniversario. Luego la reunificación de Alemania siguió a la caída del régimen comunista del Este. Como caerían en otros países del moribundo bloque soviético. Hoy algunos añoran aquellos tiempos, tras la frustración y el incumplimiento de las promesas de bienestar. Alemania es la campeona del neoliberalismo e impone sus políticas al resto de Europa. Algo que no nos gusta. Pero ¿merece la pena echar de menos aquel régimen que negaba libertades y sometía a la población a la pobreza como forma de igualar las condiciones de vida? Algunos parece que sí lo creen, ante las consecuencias de la crisis y los recortes, y la austeridad impuesta por los paladines del capitalismo, enfangados en la corrupción. Yo no pienso así. ¿Es que tenemos que pasar necesariamente de un extremo al otro? Recordemos Berlín.
La diferencia entre uno de izquierdas de verdad y otro de izquierdas del tipo de Esquerda Republicana da Catalunya, es que los primeros quieren derribar fronteras y se alegran de su derribo y lo celebran; o por lo menos, no se afanan o emplean en levantar muros separadores.
ResponderEliminarLos segundos, todo lo contrario.
¡¡Ayyyy, qué difícil y sacrificado es ser de izquierdas!!
Pues claro, la izquierda, desde que nació en el siglo XVIII o XIX, según se crea, siempre ha sido contraria a las fronteras. La revolución burguesa siempre ha glorificado a la nación, frente a la gente. La izquierda no puede creer en mitos nacionales. Por eso los llamados "nacionalismos de izquierda" son un timo.
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