En estos días en los que hemos entrado en el verano (en el hemisferio Norte, pues en el Sur han entrado en el invierno) hay una fiesta que se celebra por muchas partes del globo: las hogueras del solsticio. Con diversos nombres esta fiesta milenaria, anterior a Cristo o San Juan, esparce su luz por las tierras en que los descendientes de los antiguos indoeuropeos se han asentado. Así en América del Sur celebran el solsticio de invierno con hogueras. En el Norte, desde escandinavos, pasando por otros germanos, hasta los herederos de la cultura celta (nosotros incluidos), también el fuego cobra importancia en estas noches, especialmente la noche del 23 al 24 de junio: el solsticio de verano. El fuego sirvió (se cree) y sirve para dar más fuerza a un Sol que llega en estos días a iluminar más tiempo nuestras vidas cada jornada, pareciendo como si se parase (de ahí el nombre solsticio: sol quieto, en latín) en la zona más alta desde el horizonte, y empezando a limitar sus horas de presencia. De ahí esa "ayuda" simbólica y ritual. El verano empezó el 21 (el día del solsticio real) y con ese comienzo el ciclo de la luz empieza a menguar.
El fuego se propagará, en forma de múltiples hogueras, por todo el orbe, manteniendo la fuerza de la vida que nos irradia el dios Sol. Los humanos, una vez más, festejaremos que sigue por encima de nosotros, regalándonos la vida, la fuerza de la naturaleza.
Esta noche saldré a contemplar la alineación de la Luna, Venus y Júpiter, los otros astros mayores presentes estos días, con el fuego del solsticio presente en mi interior. La armonía de la naturaleza seguro insuflará nuevas energías para continuar nuestra vida.
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