Una de estas últimas tardes me senté en el sofá, tras las tareas de la cocina, para dar una reparadora cabezadita. En ese momento, y antes de coger el sueño, sonó el teléfono. Algo no tan raro. Lo cogió mi mujer y alguien preguntaría por el titular de la línea, pues me lo pasó inmediatamente. Algo me querrían vender (hay que ve lo que les gusta a los vendedores telefónicos llamar a tu casa a la hora de la siesta). Me puse al aparato y, tras preguntar por mi nombre, una amable mujer me indicó que pertenecía a la empresa XX, y que la semana siguiente estarían por Palma del Río para suministrar a los clientes locales, escogidos aleatoriamente entre los que aparecen en la guía telefónica, los famosos calcetines modelo YY, que seguro que yo debía conocer por la televisión. Le contesté, todavía entre absorto por el sopor de la sobremesa y perplejo por la interrupción de mi descanso vespertino, que no, que no sabía de tales prendas. A ella no le importó y siguió con su promoción. Me indicó que el lunes me facilitarían los famosos calcetines, eso sí, sin tener que comprarlos, "pues lo que nos importa es la publicidad, el boca boca" (frase que me dejó todavía más pasmado: ¿tendría yo que dedicarme a promocionarlos? ¿me iban a contratar como publicista?). Solo los posteriores compradores que demandaran el producto tendrían que pagar su precio: una cantidad que superaba los 40€ (43 o 45, no recuerdo). Para mí serían gratis y solo tendría que pagar los gastos de envío... valorados en 14€. "¿14 euros de gastos de envío? ¿vendrían en AVE o serían transportados por la estación espacial internacional?", pensé. No dudé más y corté a la teleoperadora con un tajante "gracias, pero no me interesa". Y terminé la conversación.
Me acordé de otras promociones donde otro señor o señora te ofrecía la famosa novela XX del afamado literato YY gratis, que recibiría en mi casa por solo los gastos de envío, que, naturalmente, ascendían a una cantidad que superaba con creces el precio normal de esa misma obra en el mercado. Vamos, una tomadura de pelo más. Como la que sufrí años atrás (o sufrimos, mejor dicho) cuando un señor, que se presentó como compañero del partido, nos ofreció las obras completas de Largo Caballero o de Fernando de lo Ríos (o quien fuese, que ya no me acuerdo), a precio muy asequible y que nos enviarían en varios lotes, a pagar por mensualidades. Solo era necesario hacer un adelanto de 1.000 pesetas, que muchos pagamos. Yo había comprado las obras completas de Julián Besterio de ese modo, y las conservo, lujosamente encuadernadas, en mi biblioteca. Picamos varios y de las obras nada más se supo, hasta que tiempo después nos llamaron por si queríamos ser parte en el juicio contra aquel señor tan vivo, que se había aprovechado de nuestra confianza. Pero como no había papeles firmados, la mayoría desistimos de meternos en pleitos, y el pícaro se llevó la pasta sin consecuencias.
Es, parece, normal que haya quien se aproveche de tu ingenuidad, para sacarte los cuartos, engatusándonos con promesas de regalos y otros trucos similares, haciéndonos comprar cosas que no necesitamos, ni nos sirven. Y encima hacernos creer que nos están haciendo un favor. Es lo que pensé con la oferta del "regalo" de los calcetines. "Ni que fueran los que se puso Esperanza Aguirre cuando huyó apresuradamente de un hotel de Bombay, tras un ataque terrorista". Al menos esos calcetines tendrían el valor de haber sido útiles (aunque estéticamente horrorosos) en un trance así, convirtiéndose en objeto de "valor histórico". Pero los calcetines que me hagan falta ya me los compraré yo (o mi mujer lo hará) y seguro que me salen más baratos que el precio del transporte de los famosos.
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