sábado, 20 de febrero de 2016

Umberto Eco


Soy poco asiduo a la literatura de ficción, prefiero el ensayo, aunque eso no impide que lea alguna novela de vez en cuando. Lo que sí me ocurre es que no leo libros de moda o bets sellers. Cuando veo que algún libro se convierte en favorito de masas, me inclino por no comprarlo, ni leerlo, de forma consciente o inconsciente. Sin embargo, tengo excepciones, por ejemplo "El código Da Vinci", de Dan Brown, que me lo compré al poco tiempo de salir al mercado. Todavía recuerdo cuando fui a la desaparecida librería Luque de la calle Cruz Conde de Córdoba y llevé el libro a la caja: el dependiente lo vio y musitó "otro Código Da Vinci" medio cantando. Sentí vergüenza al verme retratado por el librero como un esnob más. No lo leí. Ya conocía el trasfondo del libro (las leyendas templarias, lo de María Magdalena, la historia del priorato de Sión...) por revistas especializadas, así que preferí leerme más tarde los libros de Henry Lincoln, Michael Baigent y Richard Leigh, "El enigma sagrado" y "El legado mesiánico", que eran ensayos y contaban las historias originales sobre las que se había basado Brown en su, por cierto, mala (según los críticos) novela.

"El nombre de la rosa", del lingüista y pensador Umberto Eco, fue uno de eso libros, que se había convertido en éxito de ventas, y que me negué, por ello, a leer. Fui a ver la película con un amigo al cine (años después del lanzamiento de la novela, lógicamente) y me sorprendió y gustó. Me pareció una historia apasionante y sugerente, un relato de novela negra ambientado en la oscura Edad Media, con mucha carga detrás. Así que, consciente de que el cine y la novela son dos artes diferenciados y con lenguajes diferentes, me decidí a comprar el libro para descubrir otros matices y el por qué de su éxito como libro. Disfruté como no lo había hecho antes ante un relato de ficción. Me pareció un texto muy completo, muy bien escrito, magistral, repleto de ideas, y con unos personajes bien retratados y atractivos para alguien que ama la libertad, frente a las imposiciones de los poderes, sean cuales sean. Por ello adquirí más tarde las "Apostillas a El nombre de la rosa", obra en la que nos cuenta el proceso de creación y los motivos e intríngulis de la famosa obra.

Cuando se publicó la siguiente novela, "El péndulo de Foucault" también lo compré. Y lo leí con entusiasmo. Trataba temas esotéricos tan queridos por mí siempre. Me gustó, pero algo menos. No obstante, Eco nos seguía demostrando su excelente dominio del lenguaje y que en su cabeza bullían temas no habituales en la literatura famosa.

Lo mismo me pasó con la novela posterior del mismo autor, que la compré nada más salir al mercado, con cierta ansiedad por leerla. "La isla del día de antes" nos la presentaban como otra obra maestra del italiano, donde desarrollaba sus capacidades para recrear lenguajes del pasado. Una especie de divertimento con el que demostrar sus conocimientos de los idiomas a través del tiempo. Pero aquí vino el cansancio. No me enganchó. Y no la terminé. Se me hizo demasiado densa y poco interesante. Con ella acabó mi interés por las obras de ficción de Umberto Eco. 

Umberto Eco es considerado uno de los intelectuales capitales del siglo XX, y con merecimiento. Por eso no lo veo como un autor para las masas. Y, de ahí, que en los últimos años su fama haya decaído. Ayer falleció y todos son elogios hoy hacia su figura. Elogios merecidos. Yo no me he podido resistir a contar mi relación con su obra. Escasa pero intensa. Aunque no me voy a poner pedante, como si fuese un falso estudioso de su legado, pienso que, una vez más, se nos van los mejores. 

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