El puente del primero de mayo lo hemos pasado en Sanlúcar de Barrameda, como ya he comentado. Aprovechamos la estancia para conocer un patio, del que ya hablé hace días, para visitar la Feria del Caballo de Jerez, y para conocer el Parque Nacional de Doñana, en una visita guiada. El Parque Natural, o mejor, una parte del mismo, el Pinar de la Algaida y las Marismas de Bonanza, ya lo visitamos hace tiempo, e hice referencia a ello cuando publiqué la entrada sobre la Laguna de Tarelo.
El Parque Nacional es una joya de nuestro territorio. En nuestra visita pudimos hacer un recorrido de unos 70 kilómetros, contemplando diversos ecosistemas que lo componen.
Empezamos cruzando el río Guadalquivir en Bajo de Guía, en Sanlúcar de Barrameda (Cádiz), para ir al Parque, en Huelva. Lo hicimos en una barcaza, a las nueve de la mañana.
En la otra orilla nos esperaban los camiones, unos vehículos especialmente fabricados para hacer la ruta por los diversos espacios del Paque. Nos montamos y emprendimos un viaje que nos llevó por varios puntos, sin repetir por ninguno del recorrido.
Entramos por la zona de bosque y matorral mediterráneo, haciendo una parada en un poblado, el Poblado de la Plancha. Es un antiguo asentamiento humano, anterior a la declaración de parque nacional. En él vivían quienes se dedicaban a la producción de carbón vegetal, en los llamados ranchos.
Solo quedan pocas familias allí, permitiéndoles vivir hasta que lo dejen por buscar nuevas formas de ganarse la vida. En el poblado se conservan sus cabañas y los utensilios, además de ofrecernos información sobre la flora y fauna del parque.
En el bosque, compuesto fundamentalmente de matorral, pinos piñoneros y sabinas (el árbol original del territorio) pudimos contemplar parte de la fauna del lugar: gamos, ciervos... Además algunas aves, especialmente patos y milanos negros, nos acompañaron en el camino.
Bordeamos el Palacio de las Marismillas. Antiguo pabellón de caza (no se olvide que este terreno era antes conocido por Coto de Doñana) de los anteriores dueños (el duque de Tarifa), antes de pasar al Estado. Está edificado con estilo inglés, y actualmente es la residencia de los presidentes del gobierno y de jefes de estado y gobierno extranjeros invitados, en sus vacaciones, tras reservar el Palacio de Doñana a labores de investigación del CSIC.
Posteriormente entramos en la zona más conocida e importante a nivel internacional, la zona de marisma. Un extenso terreno arcilloso, donde normalmente se forma un humedal, cuando la estación de lluvias es normal, no como en este año ni el pasado (casi de sequía), donde se pueden observar numerosas aves migratorias, como los flamencos.
Este año nos presentó un aspecto similar al del verano, con la tierra seca y cuarteada, sin apenas aves, ni vegetación. Las únicas especies, los omnipresentes milanos y algunos patos.
Pasamos por la llamada Vera, zona que delimita la marisma con las arenas. Una zona rica en vegetación por la presencia permanente de agua. Eso mismo permite que exista una abundante fauna silvestre, como los ciervos o gamos.
Aunque también se encuentren animales de propiedad particular, como las vacas mostrencas (raza autóctona, criada para carne) o caballos, que viven allí de forma asilvestrada, y son explotados por sus dueños.
Luego, atravesando la Vera, entraríamos en una zona llana, y boscosa, donde se ha procedido a la tala para preservar el hábitat de los animales. Además de los cérvidos, se nos mostró (de lejos, eso sí) un árbol con un nido de águila, otra de las rapaces importantes del parque, animal protegido por su escasez. Como ocurre con otra de las joyas de la fauna en peligro de extinción, los linces, de los que quedan pocos ejemplares, aunque se intenta mantenerlos introduciendo presas (numerosos conejos) para que sobrevivan.
Durante el paseo vi un jabalí, aunque no pude captarlo con la cámara, por la velocidad con que se escondió en la maleza, asustado por nuestra presencia.
Pasando por terrenos arenosos, nos adentramos en otro de los ecosistemas claves del lugar, la zona de dunas móviles, una barrera entre el mar y la marisma. Contrariamente a lo que pudiésemos pensar, es un espacio poblado, tanto de flora como de fauna.
En él encontramos de nuevo los pinos, además de otras plantas, como juncos, o las clavellinas, que dan color al espacio y sirven para fijar la arena del suelo.
Reptiles (serpientes, lagartos...), escarabajos, alacranes y otras especies, incluso mamíferos, se mueven por el lugar, especialmente a las horas de menos calor. Sus huellas, junto a las nuestras, los delataban.
Las dunas móviles avanzan desde la costa hacia el interior, de forma lenta pero inexorablemente. A su paso van cubriendo las especies vegetales, que son ahogadas, con tiempo para que puedan depositar sus semillas, que germinarán cuando la arena se haya desplazado, dejando paso a un nuevo bosque, en el valle entre duna y duna.
Los pinos van quedando como esqueletos que sirven de abono para las próximas generaciones arbóreas, una vez que la duna se ha adentrado en el parque. Pudimos ver el proceso desde lo alto de una de ellas, haciendo un alto en el camino.
Tras las dunas entramos en la playa. Kilómetros de playa virgen, que puede ser visitada sin usar vehículos de motor. A un lado dejamos, a lo lejos, la playa de Matalascañas, donde vivimos de jóvenes una jornada de terror nocturno, gracias a las especies de la zona (especialmente los alacranes), tras un incendio. Girando a la izquierda, emprendimos el camino de vuelta, cerrando el circuito.
En la playa nos encontramos con diversas especies de aves: gaviotas, charranes, ostreros, y los simpáticos correlimos, que no paraban de hacer carreras en la arena, tras bajar las olas, en busca de alimento.
También había boyas artesanales de las redes de los pocos pescadores que pueden faenar en la zona protegida y otros restos, como una tortuga muerta.
Nos contaron que la limpieza de esta playa no es mecánica, como en otras turísticas, por obvias razones de conservación del medio, con lo que nunca llegaba a estar limpia del todo.
Frente al faro de Chipiona, el más alto de España, tercero de Europa y quinto del mundo, se ve el famoso barco del arroz, una nave que encalló allí, rompiéndose en dos partes, cuyo pecio nunca ha sido eliminado, no se sabe por qué. Afortunadamente la carga no causó los daños que hubiese provocado otro tipo de mercancías, como el petróleo.
Nuestro viaje concluyó de nuevo donde desembarcamos, tras recorrer uno 15 kilómetros de playa natural, con la única presencia de las aves y algunos pescadores, dejando atrás los búnkeres que instalaron durante la II Guerra Mundial.
Un viaje por la naturaleza espléndido, que puede hacerse también en sentido contrario, ya que hay diversas entradas. Y que rematamos con un aperitivo propio del lugar, tras cruzar de nuevo el Guadalquivir, en un establecimiento de Sanlúcar, donde volvimos a encontrarnos a cierto famoso actor de un culebrón televisivo, que también hizo la ruta con nosotros.
Me alegré del viaje. Y se lo recomiendo a quienes no conozcan el parque y les guste la naturaleza. Lo disfrutarán.
Luego, atravesando la Vera, entraríamos en una zona llana, y boscosa, donde se ha procedido a la tala para preservar el hábitat de los animales. Además de los cérvidos, se nos mostró (de lejos, eso sí) un árbol con un nido de águila, otra de las rapaces importantes del parque, animal protegido por su escasez. Como ocurre con otra de las joyas de la fauna en peligro de extinción, los linces, de los que quedan pocos ejemplares, aunque se intenta mantenerlos introduciendo presas (numerosos conejos) para que sobrevivan.
Durante el paseo vi un jabalí, aunque no pude captarlo con la cámara, por la velocidad con que se escondió en la maleza, asustado por nuestra presencia.
Pasando por terrenos arenosos, nos adentramos en otro de los ecosistemas claves del lugar, la zona de dunas móviles, una barrera entre el mar y la marisma. Contrariamente a lo que pudiésemos pensar, es un espacio poblado, tanto de flora como de fauna.
En él encontramos de nuevo los pinos, además de otras plantas, como juncos, o las clavellinas, que dan color al espacio y sirven para fijar la arena del suelo.
Reptiles (serpientes, lagartos...), escarabajos, alacranes y otras especies, incluso mamíferos, se mueven por el lugar, especialmente a las horas de menos calor. Sus huellas, junto a las nuestras, los delataban.
Las dunas móviles avanzan desde la costa hacia el interior, de forma lenta pero inexorablemente. A su paso van cubriendo las especies vegetales, que son ahogadas, con tiempo para que puedan depositar sus semillas, que germinarán cuando la arena se haya desplazado, dejando paso a un nuevo bosque, en el valle entre duna y duna.
Los pinos van quedando como esqueletos que sirven de abono para las próximas generaciones arbóreas, una vez que la duna se ha adentrado en el parque. Pudimos ver el proceso desde lo alto de una de ellas, haciendo un alto en el camino.
Tras las dunas entramos en la playa. Kilómetros de playa virgen, que puede ser visitada sin usar vehículos de motor. A un lado dejamos, a lo lejos, la playa de Matalascañas, donde vivimos de jóvenes una jornada de terror nocturno, gracias a las especies de la zona (especialmente los alacranes), tras un incendio. Girando a la izquierda, emprendimos el camino de vuelta, cerrando el circuito.
En la playa nos encontramos con diversas especies de aves: gaviotas, charranes, ostreros, y los simpáticos correlimos, que no paraban de hacer carreras en la arena, tras bajar las olas, en busca de alimento.
También había boyas artesanales de las redes de los pocos pescadores que pueden faenar en la zona protegida y otros restos, como una tortuga muerta.
Nos contaron que la limpieza de esta playa no es mecánica, como en otras turísticas, por obvias razones de conservación del medio, con lo que nunca llegaba a estar limpia del todo.
Frente al faro de Chipiona, el más alto de España, tercero de Europa y quinto del mundo, se ve el famoso barco del arroz, una nave que encalló allí, rompiéndose en dos partes, cuyo pecio nunca ha sido eliminado, no se sabe por qué. Afortunadamente la carga no causó los daños que hubiese provocado otro tipo de mercancías, como el petróleo.
Nuestro viaje concluyó de nuevo donde desembarcamos, tras recorrer uno 15 kilómetros de playa natural, con la única presencia de las aves y algunos pescadores, dejando atrás los búnkeres que instalaron durante la II Guerra Mundial.
Un viaje por la naturaleza espléndido, que puede hacerse también en sentido contrario, ya que hay diversas entradas. Y que rematamos con un aperitivo propio del lugar, tras cruzar de nuevo el Guadalquivir, en un establecimiento de Sanlúcar, donde volvimos a encontrarnos a cierto famoso actor de un culebrón televisivo, que también hizo la ruta con nosotros.
Me alegré del viaje. Y se lo recomiendo a quienes no conozcan el parque y les guste la naturaleza. Lo disfrutarán.
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