martes, 7 de junio de 2016

Socialdemocracia


En los años 1980 y 1981 milité en el PCE, habiendo pertenecido antes a las Juventudes Comunistas, poco tiempo después de morir Franco, en plena clandestinidad todavía (entré con apenas 15 años). En aquellos primeros tiempos me vi seducido con entusiasmo por la política y, concretamente, por el marxismo, acercándome a aquellas organizaciones que encarnaban con más visibilidad la lucha contra las injusticias sociales y contra la dictadura de Franco y sus secuelas. Me fue relativamente fácil contactar, pues a un antiguo compañero de escuela, que había dejado los estudios, le vi más de una vez participar en las huelgas y manifestaciones que entonces se sucedían en Palma del Río, y, gracias a él, pude integrarme en una célula (entonces se llamaban así las organizaciones de base clandestinas) de las juventudes.

Eran los tiempos en que la URSS y los estados del Pacto de Varsovia todavía protagonizaban la división en bloques del mundo, entre el bloque capitalista y el que formaban ellos, llamado bloque "socialista", aunque estaban dirigidos por Partidos Comunistas. Eran la prueba de que se podían cambiar las cosas. Y todo lo negativo que se decía de ellos nos parecía simplemente parte de la guerra de propaganda que se libraba entre los dos bandos enfrentados. 

Pero no era así. Los mismos partidos comunistas occidentales se habían distanciado de los del Este, tras sucesivos acontecimientos, como la invasión de Hungría o el descabezamiento por la fuerza del gobierno que protagonizaba una revolución democrática en Checoslovaquia (la primavera de Praga). La falta de respeto a los derechos humanos en los llamados países del "socialismo real" era evidente, y eso provocó que en Occidente se fraguase un movimiento, el Eurocomunismo, que propugnaba una vía democrática al socialismo y la alianza no solo entre obreros y campesinos, sino además de las clases medias, como forma de ampliar la base electoral con la que conseguir el poder. Tanto el PCE, dirigido por Santiago Carrillo, como el PC francés, de Georges Marchais, y, sobre todo, el PC italiano de Enrico Berlinguer, encabezaron ese movimiento. 

Tras una salida traumática de muchos miembros de las juventudes, unos más radicales que otros, por imposiciones del partido que no aceptamos, yo me quedé fuera de la organización. No era de los más izquierdistas precisamente. El eurocomunismo me parecía interesante y uno de los gestos que protagonizó Carrillo fue proponer la desaparición del término marxismo-leninismo de los estatutos y el programa. Yo me seguía considerando marxista (y de alguna forma sigo considerándome, aunque nada dogmático), pero me pareció poco. Cuando me incorporé al PCE ya no era marxista ortodoxo. El estudio de otras teorías económicas y filosóficas me hacía refutar ciertas tesis del marxismo oficial. Y los países del Este no eran un referente nada positivo, sino un ejemplo de otras dictaduras que había que derribar. Otros miembros del partido, los llamados "euro-renovadores", por seguir siendo eurocomunistas, pero ya no revolucionarios sino reformistas (término maldito en el interior, que se usaba como insulto) tomaron protagonismo en algunas decisiones, como el propugnar la integración de Euskadiko Ezquerra con el PC vasco (cosa que hizo luego con el Partido Socialista de Euskadi, paradójicamente), o solicitar el constituirse en corriente de opinión. Fueron rechazadas por la dirección. Recuerdo a Carrillo decir que lo de las corrientes era como los diferentes partidos políticos que hay en la sociedad, y "el partido está para cambiar la sociedad, no la sociedad al partido". Algunos fueron expulsados y otros abandonaron el partido en protesta por la actitud autoritaria de la dirección.

Como decía, entonces ya no me definía como marxista. Mis ideales de justicia social, democracia y libertades, y una visión no dogmática para transformar el mundo, me hicieron recalar en la Socialdemocracia. La "bestia negra" de los ortodoxos comunistas. Que un comunista llamase a un camarada "socialdemócrata" era un insulto, equiparable a "social-fascista", término que pusieron de moda los stalinistas para liquidar a los no integrados en los partidos comunistas en el periodo entre la primera y segunda guerra mundial y, posteriormente, tras el reparto de Europa en dos bloques. Tras mucho estudio, sin anteojeras ni prejuicios dogmáticos, comprendí que quienes habían cambiado de verdad el capitalismo, limando sus asperezas, y en sentido positivo para los pueblos, eran los socialdemócratas que gobernaron en los países escandinavos y Alemania. Marx tenía razón, la revolución debía hacerse en un país desarrollado como Alemania, y no en uno atrasado y feudal como Rusia. Y esa revolución no era un cambio violento y destructor, sino uno basado en reformas. El experimento del comunismo era un desastre en todos los sentidos: económico y social, y respecto a las libertades y los derechos humanos. La socialdemocracia se basaba en construir un estado del bienestar, en el marco de una economía mixta (libre mercado, pero con limitaciones y protección social), protegiendo el protagonismo de los sindicatos para limitar el poder y los beneficios empresariales (participación de los trabajadores en la empresa, y pactos), la redistribución de la riqueza a través de la política fiscal, el intervencionismo estatal en la economía (keynesianismo), los pilares sociales (educación y sanidad pública universal, servicios sociales para los sectores desfavorecidos), seguridad social con un amplio campo de protección (maternidad, jubilación, desempleo...), laicidad, derechos humanos y libertades públicas (pluralismo político y negación de la dictadura del proletariado), democracia representativa y participación en las instituciones occidentales (comunidad europea, OTAN... ).

Parecía que el Eurocomunismo iba a derivar en socialdemocracia, pero la realidad demostró que no. Los dirigentes comunistas seguían siendo "soviéticos", aunque ya no obedeciesen directamente órdenes de Moscú. Mis discrepancias dentro del PCE fueron agrandándose y aumentando en número. Y algunos hechos me inclinaron a no renovar mi carnet del partido (entonces se renovaba cada año) cuando me avisaron a fines de 1981. Uno de esos casos fue cuando el que entonces considerábamos la "esperanza blanca" para una renovación interna, Nicolás Sartorius, dio una conferencia en Córdoba. Fue totalmente decepcionante. Repitió los viejos tópicos, en un ejercicio más de "centralismo democrático", ese eufemismo que significaba que las "decisiones se van tomando de abajo a arriba", para luego ejecutarse de arriba a abajo lo que había decidido unilateralmente la dirección central. O sea, que nos enseñó la doctrina oficial en lugar de sus propuestas de cambio. 

El otro hecho que fue la gota que colmó el vaso de mi paciencia fue la disolución de la Agrupación Universitaria del PCE en la que desarrollaba mi trabajo político, al estudiar en Córdoba la carrera. Se hizo "manu militari", con total desprecio hacia quienes la componíamos, llegando a negársenos la sede para hacer reuniones (se dice que por mandato de Anguita). Solo nos permitieron ir a la sede a la reunión donde se certificó el fallecimiento de la agrupación. En esa reunión cada uno manifestó su parecer y lo que iba a hacer. La mayoría se decantó por integrarse resignadamente en su agrupación territorial. Otros no. Fue mi caso, ya que anuncié mi abandono de la militancia, por lo sucedido, y por definirme como "socialdemócrata", no teniendo sentido que pelease en el interior de un partido "marxista revolucionario" (como se definía en los estatutos), si no veía posibilidades de cambiarlo en el sentido de mi ideología. Todavía recuerdo las caras de susto o asombro de la mayoría (y algunas de enfado) cuando oyeron la palabra socialdemócrata. Allí la mayoría era más izquierdista que la dirección. Y había nombrado "la bicha". Así que me fui.

Más tarde, los fracasos electorales obligaron a renunciar a Carrillo. Los más "duros" se fueron haciendo con la organización, e incluso dejó de hablarse de eurocomunismo. Con Anguita al frente, la reivindicación de Lenin se convirtió en consigna. Volvía el marxismo-leninismo, aliado de anarquistas, maoístas, troskistas y hasta creyentes en los extraterrestres con las  plataformas anti-OTAN. En la etapa de "la pinza", los comunistas liderados por "el califa rojo" dejaron claro el enemigo: el PSOE, la socialdemocracia. Su fracaso provocó la fuga de los que consideraban unos blandos y unas  muletas del PSOE a los de IU. Ahora esos que se fueron (como Pablo Iglesias, comunista formado en la UJCE por Manuel Monereo, uno de los peones de brega de Anguita), tras formar Podemos, arrastrando el voto de los indignados por los recortes de Rajoy (pero potenciados por sus padrinos, para dividir a la izquierda), cuando ven la posibilidad del "sorpasso" que soñaba el antiguo alcalde de Córdoba y ex-dirigente de IU (dicen que retirado), dicen que ellos son la "socialdemocracia", para quitar votos al PSOE. ¿Ellos, esos que defienden regímenes totalitarios como Cuba, China, Corea del Norte o Venezuela y llaman neoliberal a todo lo que no sea partidario de su credo"revolucionario"? Los que consideraban al PCE derechizado y se llamaban anti-capitalistas, queriendo subvertir las instituciones ¿son los defensores de la Socialdemocracia? ¿Por qué no lo decían entonces, por qué se definían con entusiasmo "comunistas" delante de los abertzales o sus ancianos dirigenres? ¿Defienden los postulados reformistas expresados antes o quieren implantar las teorías revolucionarias tan queridas por la añeja extrema izquierda? Unas veces dicen que son la verdadera izquierda y otros que no son ni de izquierda ni derecha, según sea el auditorio. Esos no son socialdemócrtas, son simplemente OPORTUNISTAS.


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