lunes, 17 de agosto de 2009

Gamburro

Tengo un sobrino que, cuando era pequeño, con uno o dos años, tenía especial predilección por mis gafas. Pero las tenía como suelen interesarse los niños de esas edades por estos apéndices artificiales, para quitártelas de un manotazo y jugar con ellas, sin cuidado alguno. Lógicas travesuras de la edad, que me hacían llamarle ¡gamberro!. Y además, como era aún poco diestro, tanto para arrebatarme los anteojos, como para andar guardando el equilibrio normal, cuando lo veía venir, más que corriendo, cayéndose sobre mi cara, era como sentir en mi rostro un envite, bruto, impetuoso, obstinado, y terco, vamos como la coz de un borriquillo, de un burro. Más de una vez, además del daño natural en mi apéndice nasal o en mi rostro, era preciso recomponer armaduras y lentes, para poder seguir usándolas como era debido. Era de tan natural rudeza y de personalidad tan traviesa que derivó el adjetivo en contracción o simbiosis de los dos calificativos: de gamberro y de burro, surgió “gamburro”.

Con el tiempo, no obstante, llegó la educación (o la domesticación), los modales menos ásperos y el comportamiento más refinado, hasta sibarita. Pues descubrió en el convite de la primera comunión de su hermano mayor el placer del marisco. Eso sí, convenientemente desprovisto de sus caparazones y cáscaras, para lo que me buscaba con insistencia: para pelarle las gambas y los langostinos que él se comería. Entonces le recordé yo sus anteriores comportamientos, exigiéndole como condición, para que le ayudase, que no volvieran a repetirse esas acometidas. Entre risas accedió, al recordarle el adjetivo que le impuse entonces, y me confirmó su gusto por los crustáceos. De ahí que el “palabro” sumase un nuevo significado: el gusto por el marisco, especialmente las gambas. Muy apropiado, pues si quería comida, era necesario no meter la pata, o lo que es lo mismo, no “meter la gamba”. Hemos, pues, de definir este nuevo término, como entrada en nuestro Diccionario Palmeño de la Parcelilla:

gamburro.

1 .m. sust. adj. Niño u hombre travieso y obstinado, que además se comporta como un animal de carga, por su tozudez, rudeza y modales poco refinados.

2. m. sust. adj. El anterior, si además, comparte el gusto por el marisco con personas de gustos más cultivados que él en las artes gastronómicas, demostrando su salida del mundo incivilizado.

3. m. sust. adj. colq. Todo lo anterior si se da entre familiares o amigos, convirtiéndose entonces en un epíteto cariñoso, entrañable y nada ofensivo, como solemos hacer los andaluces con algunos calificativos: "¡vente pa'cá, gamberro, gamburro!"

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