lunes, 17 de agosto de 2009

Veneno




Musicalmente siempre me he definido como rockero, pero no es solo este estilo el que me gusta. Folk, clásica, blues, jazz, country...desde que me inicié en el mundo musical, como oyente (mi experiencia como intérprete, aprendiendo guitarra fue desastrosa y frustrante) todos los ámbitos musicales han estado abiertos para integrarme en ellos con espíritu aprendiz y con ganas de disfrutarlo. Hasta el flamenco ha sido un mundo en el que he intentado bucear, aunque reconozco que sin éxito. Por mucho esfuerzo que le he dedicado asistiendo a la peña flamenca local (donde se come muy bien, por cierto), a recitales, a festivales (y macro-festivales, como los que se hacían hace años, de horas y horas de duración), a las jornadas culturales que organiza la Peña La Soleá, reconozco que no he conseguido una relación armoniosa con este arte grande. Sobre todo ahora que el fenómeno de los “flamenquitos” se ha puesto de moda entre los más jóvenes, gracias a grupos como Camela (esto siempre me recuerda los “tiempos salvajes” de los setenta y ochenta, con formaciones como Los Chichos, Los Chungutios y otros admirados por los “quinquis”) y nos invaden por todas partes, en radios, politonos, televisiones, etc.

Sin embargo un grupo, que unía flamenco y rock o blues, sí recuerdo que, cuando publicaron un disco antológico, me subyugaron, Veneno. Corría el año 1977, cuando los hermanos Rafael y Raimundo Amador, y Kiko Veneno sacaron este disco, del mismo nombre, que no vendió mucho, pero que luego se convirtió en un disco de culto. Yo estaba entonces estudiando en el instituto y un profesor mío, Salvador, el de literatura (un “penene” de los de entonces, llamados así por las siglas profesor no numerario, es decir, sin oposiciones, sin plaza fija, que tenía, además de mala fama por comunista, poca afición al jabón y a la higiene personal y doméstica, por considerarla un “vicio burgués”) nos descubrió a un grupo de alumnos interesados por la música el disco de marras. Como eran los tiempos de la Transición, cualquier transgresión era bienvenida y este disco medio flamenco, medio pop-rock era pura transgresión musical, algo subversivo.


Es de lo poco de flamenco que me ha calado, aunque muchos puristas dirán que tiene poco de flamenco. Y tal vez sea así, me da igual. Su música desenfrenada, sus letras muy poéticas, absurdas, y también, de verdad, surrealistas, hacen de este disco una verdadera joya que no pude dejar de comprar. Su portada, una tableta de chocolate (de la que se fuma) con la palabra Veneno impresa. Para saber del origen de esta portada ver en El Mundano el post  Raimundo Amador en Las Vistillas, sobre todo el comentario cuarto, respuesta a uno  mío. (Aquí reproduzco la portada original, censurada, junto a la que se publicó, vistas en El gato andaluz). Temas como Aparta el corazón de las mangueras, San José de Arimatea (me encantaba aquello de que ayunara “para ver nuevos colores al sol”, o de que bajaran “por el monte turbas evangelizantes que habían hallado el camino de la salvación”) o ese himno a la libertad de expresión, No pido mucho:

“No pido mucho
poder hablar sin cambiar la voz
caminar sin muletas
hacer el amor sin que haya que pedir permiso
escribir en un papel sin rayas.

O bien si parece demasiado
escribir sin tener que cambiar la voz
caminar sin rayas
hablar sin que haya que pedir permiso
hacer el amor sin muletas.

O bien si parece demasiado
hacer el amor sin que haya que cambiar la voz
escribir sin muletas
caminar sin que haya que pedir permiso
hablar sin rayas.

O bien si parece demasiado…“

Humilde, pero rotundo, fueron letras que aprendí con pasión. Pero otra letra, aun más simple y cachonda me llamó la atención. Y fue por su título: Canción antinacionalista zamorana.

“El calor me mata,
la lluvia me pervierte,
cuando nieva en Sevilla
me gusta verte.

El humo me ciega,
las nubes me levantan,
y sólo me consuela
la virgen de la estampa.

Los dulces me atan,
el ruido me alimenta,
no me sirve el paraguas
cuando viene la tormenta.

Las moscas me pueden,
gatos me hieren,
los niños me pintan
en las paredes.

Los guardias me advierten,
las monjas me arrugan,
me entran las ganas de mear
cuando sale la luna.” 

Cuanta imaginación y cuanto sentido poético, amén de ganas de cachondeo con Sevilla y la Iglesia, los cantos infantiles. Era genial. ¿Y el título?. Un homenaje a Agustín García Calvo y a aquel experimento ácrata y quimérico que se llamó la Comuna Antinacionalista Zamorana, fundada a raíz del Manifiesto escrito en París entre diciembre de 1969 y febrero de 1970 por zamoranos represaliados por Franco. Diversión, transgresión, revolución, arte y política en íntima unión para hacer un mundo mejor y más libre, no solo una muestra más de frivolidad, como podía perecer a simple vista. Este disco entroncaba con la generación de artistas anteriores a la guerra civil y nos situaba en el trampolín hacia la libertad, por medio de la intelectualidad contemporánea. Todo un homenaje merecido hoy, más de treinta años después de ver la luz. 


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