Durante los días del viaje a Navarra y al País Vasco hemos podido ver muchas cosas, entre otras, comprobar como muchos tópicos se caen como castillos de naipes, aunque los guías los repitan sin cesar y sin cerciorarse de su autenticidad. De estos verdaderos gazapos que se repiten a los grupos de turistas ávidos de conocer lugares nuevos y sus historias ya me ocuparé en varias ocasiones, pero hoy me voy a emplear en uno que he descubierto ya de vuelta en casa.
En nuestra visita a Bilbao visitamos, entre otros lugares y monumentos, la plaza de Miguel de Unamuno (Miguel Unamuno, según se lee en la placa que rotula aquel espacio urbano). Una columna con una cabeza representando la del escritor y filósofo de la Generación del 98, nacido en esta capital vasca, y famoso por su enfrentamiento con el general Millán-Astray, cuando éste gritó aquello tan terrible de “¡Muera la inteligencia!”, al reprocharles Unamuno su papel en la guerra civil (“guerra incivil”, les dijo). “Venceréis, pero no convenceréis”, fue el presagio que salió de los labios del entonces rector de la Universidad de Salamanca y que todos después hemos podido ver cumplido. Este monumento, según se nos dijo, ha sufrido diversos ataques, pues Unamuno también se enfrentó al nacionalismo vasco, llegando a polemizar con el mismísimo Sabino Arana, antiguo carlista y fundador del PNV, aunque fuese un enamorado y divulgador de la cultura vasca. Y entonces salió a colación una frase que se le atribuye y que justificaba el odio de los nacionalistas vascos, según nuestro guía: “El nacionalismo se cura viajando”.
Esta supuesta frase unamuniana me encantó. Cuanta verdad, pensé. Tras varios días viendo ciudades nacidas y desarrolladas al amparo del Camino de Santiago, con iglesias, palacios, conventos y otras manifestaciones artísticas que introducen un estilo europeo, como es el Románico, extendiéndolo por todo el norte peninsular, llegando hasta la meseta. Con el estilo Gótico subsiguiente, que incluso se funde en muchos edificios creados en el estilo anterior, y que une a los diversos reinos de Europa con los reinos hispánicos medievales hasta nuestra Andalucía (véanse las catedrales de Sevilla, Granada o Córdoba para confirmarlo), creando incluso un subgrupo propio como es el Gótico Mudéjar (donde se funden arquitectura musulmana y cristiana, en un estilo sublime), ¿cómo no poder ver ese sentimiento nacionalista como algo inventado, propio del que no conoce o no quiere conocer la realidad? Hace falta viajar, parece, para no caer en el error de creerse el ombligo del mundo, especie exclusiva y superior, como piensan de sí mismos los nacionalistas. Otra frase de Unamuno expresa este error sin cobardía de ningún tipo: "El nacionalismo es la chifladura de exaltados echados a perder por indigestiones de mala historia."
Sin embargo, como decía, este es un gazapo de nuestro guía, fruto del saber enciclopédico aprendido a prisa y corriendo, para almacenar datos con los que ilustrar a los turistas. No fue Unamuno el autor de la frase, sino Pío Baroja, compañero de la misma generación. Y la frase completa y correcta reza así: "El carlismo se cura leyendo y el nacionalismo, viajando." Tiene también enjundia la frase en su totalidad, pues el nacionalismo vasco es una derivación del carlismo, del tradicionalismo, del oscurantismo violento y ultramontano español, en su vertiente vizcaína. El fondo queda, no obstante, indemne, pese al gazapo. Y como el mismo día de la visita a Bilbao (por la tarde), estuvimos en San Sebastián por la mañana, el artículo queda completo con esta otra ilustración: la placa que adorna el edificio donde estuvo ubicada la vivienda donde naciera el otro ilustre escritor del 98, don Pío, en una de las calles céntricas de la capital donostiarra, que tuve ocasión de fotografiar, como prueba de nuestro paso por la Bella Easo. Ahí queda eso.
El carlismo y el nacionalismo. Están obsoletos. Y punto.
ResponderEliminarPues a ver si revisas tus fuentes, porque Sabino Arana nunca fue carlista, ni el Carlismo, que es la defensa de la Tradición española tiene nada que ver con el nacionalismo vasco.
ResponderEliminarIgual que el socialismo, el marxismo y el peperismo neocón, ¿no?
ResponderEliminarPerlimpín, Arana fue muy carlista, hijo de carlistas. Cuando canalizó ese malfollaje al vizcainismo dejó de serlo, ya que encontró un motivo más cercano para seguir sentando doctrina testosterónica.
ResponderEliminarY cabe recordar que aún el PNV basa su ideario, nombra su sede principal, etc. en honor a semejante troglodita xenófobo.
En ningún sitio encontrarás la referencia de que Arana fue carlista. Sus padres, como la mayoría de vascos, sí lo fueron, pero eso no da la medida de nada, puesto que se cuentan por millones los socialistas cuyos padres fueron falangistas o los comunistas cuyos padres fueron fieles servidores del Movimiento.
ResponderEliminarLa insistencia con el tema carlista del nacionalismo vasco es simplemente un hoax liberal de hace 100 años con ánimo de insultar (al Carlismo, claro), y siendo aceptado por la ignorancia generalizada acerca de lo que significó el Carlismo en la historia de España.
Supersalvajuan, por desgracia el nacionalismo (los nacionalismos) no están obsoletos (según el DRAE:
ResponderEliminar1. adj. Poco usado.
2. adj. Anticuado, inadecuado a las circunstancias actuales). Están demasiado de actualidad, fastidiando, amenazando, dividiendo, y hasta agrediendo. Que respondan a aspiraciones añejas no les quita actualidad, tristemente. Incluso porque hay tontos que creen que se puede ser nacionalista y de izquierdas. Ojalá desaparecieran.
Perlimplín, Sabino Arana fue carlista como su familia, aunque derivase luego en el nacionalismo. Eso pasa en otros casos también: Benito Mussolini fue socialista al principio, e inventó el fascismo, sin embargo, copiando parte de la doctrina social pero con medios autoritarios que le llevaron a la extrema derecha. El nacionalismo vasco inventado por Arana, tiene su origen en la defensa de los privilegios de los fueros vascos, cosa que el carlismo defendió como parte integrante de la tradición española (el modelo foralista y plural de los reinos hispánicos de tiempos medievales y de los Austrias, eliminado por los Borbones). Otra cosa es dónde han terminado algunos nacionalistas vascos, con su defensa violenta y pseudo-socialista (stalinista, más bien). Tiene razón Pedro Moreno.
Yo fui católico, bautizado por mis padres, y conservador en lo político, pero rompí con ese bagaje ideológico. Arana, aunque no tuviera "carnét" fue carlista y no rompió con el carlismo, lo adaptó a su nuevo proyecto. Por cierto, Perlimplín, ¿a qué carlismo perteneces?, ¿al que abrazó con agrado el fascismo de Franco o el de José A. Primo de Rivera?, ¿al tradicional?, ¿al que se declaró socialista autogestionario?. El carlismo no se ha visto libre de enfrentamientos internos por motivos ideológicos, enfrentamientos que incluso han sido violentos. Recuerda los asesinatos de Montejurra en la Transición, donde carlistas "del régimen" atacaron a tiros a los otros carlistas "progres", considerados traidores. En fin, que la deriva del carlismo no ha sido por un solo camino. Y hoy por hoy es una tendencia marginal en el espectro político español. Sin ánimo de insultar. Lo siento.
SCHEVI:
ResponderEliminarSabino Arana consideró toda su vida traidores españolistas a los carlistas, como no podía ser de otra manera, por su defensa del Dios-Patria-Fueros-Rey (de España, naturalmente). Si al comienzo de su adolescencia se fijó en el Carlismo fue porque, evidentemente, en las provincias vascas casi no existía otra cosa. Pero apenas le duró unos meses el capricho, por lo que no puede decirse que llegase a ser carlista.
Su familia sí lo fue, como lo fueron masivamente vizcaínos, alaveses y guipuzcoanos durante la III Guerra Carlista.
Pero ello no significa en absoluto, como pretendes, que el Nacionalismo vasco sea una actualización del Carlismo, como no lo significa que el socialismo, mayoritario en España, sea una actualización del franquismo.
El nacionalismo vasco no defiende los fueros, sino la independencia. Los fueros eran precisamente garantía de dependencia con la Corona de Castilla. Todo lo contrario de lo que pretende el nacionalismo vasco.
Sí, soy carlista, y el único carlismo que permaneció fiel a sus principios fue el que rechazó la colaboración con el Movimiento y que no se contaminó de extrañas ideas socialistas autogestionarias. Pon tú la etiqueta. Y desde luego prefiero pertenecer a una opción que tú llamas marginal que a esos rebaños mayoritarios que se caracterizan por la falsedad y la incoherencia en sus principios.
Saludets,
Por cierto, el Carlismo no es "conservador", sino tradicional, lo cual es totalmente diferente.
ResponderEliminarEl conservador conserva lo que hay, sea ésto bueno, malo, o mediopensionista. Como lo que hay predominantemente a día de hoy es más bien malo, el conservador se convierte en un personaje cercano a lo vomitivo.
El tradicionalista, sin embargo, busca quedarse con lo mejor del bagaje presente, y buscar en el legado de sus padres aquellas cosas rescatables que pueden servir para dar solución a algunos de los problemas del presente.
Perlimplín, el matiz que introduces de "los meses" (no correcto, por cierto, pues nace, se educa y ejerce de carlista en sus primeros años, aunque no tuviera carnet, o "compromiso" político militante) no contradice lo que digo, que Sabino Arana fue carlista (aunque fuese unos meses). Luego eres tú quien te contradices al negarlo también. Yo no digo que el nacionalismo vasco sea una actualización del carlismo en ningún momento, sino que este nacionalismo se deriva del carlismo (que toma principios doctrinales, entre otras cosas) y es un "invento" de Arana. Pongo el ejemplo del fascismo, un invento de Mussolini, anteriormente socialista (él, no el movimiento) y que se "cambia de chaqueta" (como se decía antes), pero el socialismo sigue existiendo, muy diferentemente a las propuestas del dictador italiano, que incluso lo persiguió con saña. Sabino Arana "nace" carlista y "muere" nacionalista vasco, esa es la cuestión y la realidad (que es lo que incidentalmente digo en el post, muy antinacionalista, por cierto).
ResponderEliminarUna aclaración, el nacionalismo vasco pretende la independencia sí, pero siempre ha defendido que, mientras la relación con España exista, ésta sea de carácter foral. Defienden el llamado "concierto" en materia fiscal (privilegio recaudatorio, con tributación general al estado, de origen claramente foral) e incluso la existencia de los llamados "territorios históricos", con fueros diferenciados entre ellos (una especie de confederación sería la que los uniría, hasta independientemente de España). Su inquina contra Castilla se debe a su preponderancia, no la tuvieron contra Francia (de la que dependieron Navarra, Guipuzcoa y Álava), que sin embargo, impuso hasta reyes (en Navarra, el único territorio independiente, por cierto, frente a los otros tres españoles). En el viaje que hemos hecho allí, he oído insistentemente la defensa de los fueros de cada territorio o ciudad, entre ellos y respecto a Castilla o Francia. Defienden la Tradición (eso sí, vasca), idea copiada del carlismo, que defendió ese modelo "plural" de territorios en las diversas guerras frente al uniformismo borbón y liberal (por eso su aúge en Navarra, País Vasco y Cataluña).
Me da igual que seas carlista, simplemente lo he usado para que entiendas que existen diversos carlismos. Si tú perteneces a la rama que no se contaminó, que "fue fiel", eso no hace más que confirmar mi tesis de que las ideologías van cambiando e incluso se van dividiendo y algunas alejando de su origen común. No utilizo el término marginal en sentido peyorativo, sino que es una realidad: en el panorama político actual el carlismo (sea de la tendencia que sea) está al margen, no tiene entidad suficiente para representar en las instituciones a un grupo suficiente de ciudadanos (cosa que puede cambiar, claro, y legítimamente, por supuesto). Me alegro de que te consideres coherente con tus principios. No lo consideron un insulto, precisamente, al contrario.
Sobre el término "conservador" mucho se podría decir y escribir. Pero hoy me da igual, éste no era el objeto del post que escribí el domingo y que tanta conversación, afortunadamente, está generando. Solo quería hacer un pequeño recordatorio de un personaje, Miguel de Unamuno, hoy tristemente olvidado en el debate político, y que tanto él como sus compañeros de generación, tanto aportaron al momento general actual que vivimos en España, aunque lo hayamos olvidado. Tal vez, por la cutrez, la mediocridad y la bajeza con que tratamos a la política en nuestro país, últimamente. Un saludo.
Para centrarnos, tomemos tu frase: "pues el nacionalismo vasco es una derivación del carlismo, del tradicionalismo, del oscurantismo violento y ultramontano español, en su vertiente vizcaína".
ResponderEliminarEsto, SCHEVI, es lo que es falso. Intentaré diferenciar el fenómeno del ejemplo que traes como contraste del socialismo y el fascismo. Es indiferente que haya existido una presunta sucesión cronológica carlismo-nacionalismo en Sabino de Arana (yo sigo pensando que en unos cuantos meses no da tiempo a asumir el Carlismo, como no da tiempo a asumir y hacer propio casi nada). La identidad entre dos cuerpos de doctrina se examina comparando sus principios y sus fines, y no aduciendo como prueba que fulanito fue maoísta antes de hacerse liberal, o zutanito protestante antes de hacerse católico.
Fascismo y socialismo tienen fines similares, pero se diferencian más bien en los medios que utilizan para alcanzarlos. Las diferencias básicas entre ambos radican en la existencia del líder carismático, y el corporativismo frente a la dialéctica de la lucha de clases.
En cambio, Carlismo y nacionalismo tienen objetivos opuestos, y de hecho hoy día ya no se parecen en nada (pues el Carlismo sigue existiendo), corroborando que el que en su momento existiera cierta identidad de principios como mucho no era más que un mero mimetismo nacionalista para atraerse a los desencantados del Carlismo. De hecho, el fundador del nacionalismo vasco, Sabino Arana, los persiguió por considerarlos traidores españolistas, como ya te he dicho antes.
Pero los principios nacionalistas, que se resumen en la exaltación de la Nación por encima de cualquier otra realidad, en lo que se inspiran y a lo que se parecen es al hegelianismo romántico que cristalizó en las unificaciones alemana e italiana justamente en la misma época en que aparece en las provincias vascas. Se parecen porque la Nación está por encima de cualquier otra realidad, subvirtiendo el lugar de primacía que Dios tiene para el Carlismo. Y, de hecho, es sabida la admiración que un Aguirre, por ejemplo, tenía por el pangermanismo hitleriano y la copia de la bandera nazi que circuló durante los años 30 como símbolo nacionalista.
El nacionalismo vasco, si se refiere a los fueros, es como mero estado transitorio hacia el objetivo final de la independencia. Lo defienden instrumentalmente, no como modelo de relación con la Corona. La defensa de los fueros, por tanto, no constituye un principio en el nacionalismo, sino un oportuno instrumento en la consecución de sus fines.
Con respecto a Dios, si bien se ha querido ver en el “Dios y Leyes viejas” aranistas al mismo Carlismo, la primacía absoluta otorgada a la Nación ha desvirtuado totalmente este principio, reduciéndolo a instrumento del primero.
Así que ya tenemos que del Dios-Patria-Fueros-Rey el nacionalismo vasco pone a la Nación antes que a Dios, altera el significado de la Patria, puesto que la Patria en sí misma considerada no es lo mismo que el concepto político de Nación, que es genuinamente romántico, utiliza instrumentalmente y a conveniencia los Fueros para la consecución del último fin de la separación de España y odia a muerte al Rey de España. ¿En qué se parecen, por tanto, ambos corpus de doctrina? En nada.
De hecho, el nacionalismo vasco siempre triunfó electoralmente en las plazas que siempre fueron liberales porque el Carlismo no pudo tomar (las grandes ciudades: Bilbao, San Sebastián), mientras que el Carlismo siguió teniendo por bastión el mundo rural, ajeno a las ideas liberales que penetraban a través de la intelectualidad de las grandes ciudades.
La conversión al nacionalismo del mundo rural vasco es muy reciente, y tiene su origen en la persecución de que fue objeto el Carlismo por parte del Movimiento, considerando menos peligroso al enemigo nacionalista que al “amigo” carlista.
Agradezco de todas formas el tono de tus respuestas.
Perlimplín, en todo tu comentario, bastante bien fundamentado, por cierto, partes de la idea de que yo equiparo, que identifico, nacionalismo con carlismo. Si te fijas bien en mis palabras, yo no digo eso, incluídas las que tomas en concreto. Digo que el nacionalismo vasco es "una" derivación del carlismo, no el carlismo en sí "evolucinado". Son de objetivos y fines diferentes, sí, pero comparten unos elementos comunes, y algunos diferentes, pero con matices comunes. Tú mismo los enumeras en tu respuesta (Dios y leyes viejas, por ejemplo).
ResponderEliminarEl nacionalismo es efectivamente un concepto romántico y por ello el aspecto mítico-religioso es fundamental. En esto también coinciden: la tradición catolica, el confesionalismo, la defensa de la religión como seña de identidad, incluso por métodos violentos. Esto está en la Historia, amigo, aunque ahora reneguemos del uso de la violencia. También es cierto que el nacionalismo vasco se ha subdividido en tendencias diferentes: no es lo mismo la tradición aranista del PNV que la impuesta en los años 60 con la aparición de la autodenominada izquierda abertzale, de carácter stalinista y atea.
Pero, claro, en mi post yo no hablaba de ésto, sino del enfrentamiento entre Unamuno y Arana. Y es Pío Baroja el que ataca al carlismo. Yo no quiero atacar al carlismo. Me interesa el nacionalismo, en general, aunque en el post lo circunscriba (por lógicas razones viajeras, que sirven de excusa para escribir) en el nacionalismo vasco, con sus peculiaridades. De otros nacionalismos ya ha hablado...y lo que queda. Yo, por ser de izquierdas, soy internacionalista, y por otras razones, además, antinacionalista. Me da igual sea el nacionalismo que sea: vasco, catalán, gallego, andaluz o español.
Y, por cierto, fascismo y socilismo no tienen fines similares. El fascismo es nacionalista, el socialismo internacionalista. El fin del fascismo es ensalzar, glorificar, servir a la Nación, y para ello se aplica una "férrea disciplina" a las clases sociales, uniformizándolas, lo que algunos consideran "sentido social". El fin del socialismo es la igualdad de los seres humanos, para eliminar injusticias sociales, sean de la nación que sean, y emplea la lucha de clases para conseguir esta igualdad (se entienda esta lucha como violencia revolucionaria o como reformas, negociación o pacto social). Todas estas concepciones políticas han evolucionado en el tiempo, por tanto, pero los orígenes, los hechos históricos, son los que son, nos gusten o no.
No obstante, debatiendo con respeto, me siento a gusto. Es un placer hablar de esto, aunque sigamos discrepando. Saludos.
SCHEVI, te contesto solamente a la inclusión de "la tradición catolica, el confesionalismo, la defensa de la religión como seña de identidad, incluso por métodos violentos..." en el imaginario mítico propio del romanticismo.
ResponderEliminarSolamente decir que la defensa de la tradición católica, la confesionalidad y la defensa de la religión no son realidades románticas, sino contrarrevolucionarias, simplemente.
No constituyen una Arcadia utópica, como en el nacionalismo, sino que son la referencia inmediata de la Tradición histórica que se hace viva en el presente.
Y es que es muy tarde y a lo demás te contestaré mañana, aunque se ve que hablando se entiende la gente y razonando llegamos a puntos bastante cercanos.
Saludos,
Una aclaración, Perlimplín, la inclusión de "la tradición catolica, el confesionalismo, la defensa de la religión como seña de identidad, incluso por métodos violentos..." no la hago en el imaginario mítico propio del romanticismo, sino que digo que es una coincidencia entre carlismo y nacionalismo vasco aranista. En el posterior no coinciden estos elementos doctrinales, como es en el caso del nacionalismo vasco de la izquierda abertzale, donde lo religioso pasa a un segundo plano o más bien desaparece del todo, por influencia de la teoría marxista, incrustada con calzador en los años sesenta y setenta. Aunque también está en su origen, no en balde es en las sacristías y los seminarios, plagados entonces de los llamados "curas obreros" donde surge ETA y sus adláteres.
ResponderEliminarEspero tus comentarios.
Yo tenía pensado hablar de Unamuno y Millán Astray y me encuentro con una discusión bizantina sobre el carlismo y el nacionalismo vasco-navarro.
ResponderEliminarDigo discusión en el buen sentido ―en el sentido académico― y digo también bizantina en el sentido de interminable e irresoluble en sus propios términos. Porque si uno tiene un punto de vista doctrinal y el otro lo tiene evolutivo, pues los dos tienen razón desde su posición personal y ninguno la tiene desde la posición del contrario.
Verdad que yo prefiero la posición evolutiva o histórica, porque la considero más flexible y conciliatoria que la doctrinal; y también más acorde con la realidad de todo lo humano, que es siempre histórica.
¿Cómo negar, por ejemplo, que somos herederos del misticismo monoteísta judío, de la metafísica griega y del derecho romano?
¿Cómo negar que toda realidad actual es resultado de complejas evoluciones de otras realidades del pasado, y no sólo del pasado histórico, sino también del prehistórico; desde el largo proceso de hominización ―y aun más allá― hasta el pasado reciente y el momento presente?
Tan es así, que no creo exagerado decir que somos puro pasado. Vivimos la ilusión del presente y la quimera del futuro, pero nuestro más auténtico ser hunde sus raíces en el pasado. Desde el pasado ―no sólo el nuestro personal, sino el de toda nuestra especie y, si se me apura, el de nuestro ser en cuanto ser― existimos, vivimos, sentimos y pensamos.
En tal sentido, es indudable que el carlismo ―lo mismo podría decirse de cualquier otra idea y doctrina― tiene antecedentes en nuestras tres calamitosas guerras civiles del XIX, en las pretensiones de don Carlos María Isidro, en la abolición de la Ley Sálica, en el hecho de que Fernando VII tuviera dos hijas: Isabel y María Luisa Fernanda.
Y si tales fundamentos histórico son indiscutibles, también lo son sus precedentes, tales como la sucesión de Carlos II, que dio origen a la dinastía borbónica (Felipe V promulgó la dichosa Ley Sálica); las Partidas de Alfonso X, que establecieron, entre otras muchas cosas, las normas sucesorias de la realeza española…
Esta es la realidad en sentido estricto ―la realidad histórica―, y en tal sentido no cabe discutir que Sabino Arana ―Unamuno lo calificó de «locoide»― partiera de esa tradición carlista hasta alcanzar sus postulados nacionalistas. Si alguien quiere considerarlo una desviación del carlismo, no creo que pueda objetársele nada, como el arrianismo o el luteranismo lo fueron del Cristianismo (hoy Catolicismo). Herejías, les llaman desde el campo de las religiones; ¿pero qué no es herejía en este mundo, si todo ―absolutamente todo― evoluciona en el continuo proceso que llamamos Historia?
Perdonad mi intromisión; ya he dicho que pensaba decir algo sobre Unamuno y Millán Astray, a quien llegué a conocer, aunque de muy especial manera. Sólo que, al entrar en los comentarios sobre el artículo «Nacionalismos y viajes», me ha sorprendido la muy profusa discusión ―en el sentido académico del término, ya digo― sobre si hubo antecedentes carlistas en la formación de Sabino Arana o no los hubo.
Quien, desde luego, no tuvo ni pizca de carlista o requeté fue José Antonio Primo de Rivera. Fue Franquito, ya muerto José Antonio, quien decretó la unificación, lo que acarreó el encarcelamiento de Jesús Hedilla. El artífice de la unificación entre la Falange Española y de las Juntas Ofensivas Nacional Sindicalistas (FE y de las JONS) y la Comunión Tradicionalista (dando lugar a la FET y de las JONS, la Falange ya propiamente franquista) fue Ramón Serrano Suñer.
Amistad y saludos cordiales.
Ya lo decía Ortega y Gasset, el hombre no tiene naturaleza, sino historia. A eso me refería al hablar del origen del nacionalismo vasco, no a su desarrollo posterior.
ResponderEliminarY, por cierto, tras tu lección de historia, que agradezco, por contribuir a sumar argumentos a esta discusión, ¿no nos vas a hablar de Unamuno y Millán Astray?. No nos dejes con la miel en los labios, Octavio Junco. Un saludo.
SEGUNDA PARTE:
ResponderEliminarMiguel de Unamuno, que presidía la mesa, se levanta lentamente y dice:
«Estáis esperando mis palabras. Me conocéis bien, y sabéis que soy incapaz de permanecer en silencio. A veces, quedarse callado equivale a mentir, porque el silencio puede ser interpretado como aquiescencia. Quiero hacer algunos comentarios al discurso ―por llamarlo de algún modo― del profesor Maldonado, que se encuentra entre nosotros. Dejaré de lado la ofensa personal que supone su repentina explosión contra vascos y catalanes. Yo mismo, como sabéis, nací en Bilbao. El obispo ―dice Unamuno señalando al arzobispo de Salamanca―, lo quiera o no lo quiera, es catalán, nacido en Barcelona. Pero ahora acabo de oír el necrófilo e insensato grito «¡Viva la muerte!» y yo, que he pasado mi vida componiendo paradojas que excitaban la ira de algunos que no las comprendían he de deciros, como experto en la materia, que esta ridícula paradoja me parece repelente. El general Millán-Astray es un inválido. No es preciso que digamos esto con un tono más bajo. Es un inválido de guerra. También lo fue Cervantes. Pero, desgraciadamente, en España hay actualmente demasiados mutilados. Y, si Dios no nos ayuda, pronto habrá muchísimos más. Me atormenta el pensar que el general Millán-Astray pudiera dictar las normas de la psicología de la masa. Un mutilado que carezca de la grandeza espiritual de Cervantes, es de esperar que encuentre un terrible alivio viendo cómo se multiplican los mutilados a su alrededor.»
En ese momento Millán-Astray exclama irritado «¡Muera la inteligencia! ¡Viva la muerte!», aclamado por los asistentes. El escritor José María Pemán, en un intento de calmar los ánimos, aclara: «¡No! ¡Viva la inteligencia! ¡Mueran los malos intelectuales!»
Miguel de Unamuno, sin amedrentarse, continúa: «Éste es el templo de la inteligencia, y yo soy su sumo sacerdote. Estáis profanando su sagrado recinto. Venceréis, porque tenéis sobrada fuerza bruta. Pero no convenceréis. Para convencer hay que persuadir, y para persuadir necesitaréis algo que os falta: razón y derecho en la lucha. Me parece inútil el pediros que penséis en España. He dicho.»
A continuación, los soldados al mando de Millán-Astray prendieron de forma espontánea a Unamuno; pero se libró gracias a la intervención de Carmen Polo de Franco, quien agarrándose a su brazo salió del Paraninfo, lo introdujo en el coche oficial que la esperaba a la puerta del edificio y lo condujo hasta su domicilio.
Estos son los hechos, relatados con más objetividad que apasionamiento, como era de esperar en un escritor inglés.
Yo agrego que, diez días después de aquel incidente, don Miguel recibió la destitución como Rector solicitada por el Ayuntamiento y el Claustro de la Universidad y autorizada por el propio Franco. Se trasladó desde su domicilio en la sede rectoral a un piso situado en la plaza que hoy lleva su nombre, en cuyo centro se alza su estatua en bronce, obra de Pablo Serrano.
Murió Unamuno el día de San Silvestre, 31 de diciembre, de aquel mismo año, en su casa, sentado a la mesa-camilla, mientras celebraba un tertulia con dos amigos.
A su muerte, Antonio Machado escribió: «Señalemos hoy que Unamuno ha muerto repentinamente, como el que muere en la guerra. ¿Contra quién? Quizá contra sí mismo».
TERCERA PARTE:
ResponderEliminarY ahora quisiera decir algo sobre Millán-Astray, para extraer mi propia conclusión de aquel incidente del 12 de octubre de 1936.
Después de la guerra, el general José Millán-Astray vivía en un palacete que existe en Madrid, en la calle de Velázquez esquina a la del General Oráa. Lo custodiaba una pequeña guarnición de soldados de la Legión, que él había fundado.
A mediados de los años 40, yo era un chiquillo de diez años que solía jugar con otros amigos en el bulevar de la calle de Velázquez. Los niños, por aquel entonces, salíamos a jugar en plena calle, ya que había muy pocos coches circulando por la ciudad y los taxis llevaban gasógeno adosado a su parte trasera, alimentado por carbón; la velocidad que alcanzaban era ridícula, de manera que los chiquillos no teníamos que tener cuidado. Podíamos jugar en medio de la calzada, y cuando veíamos venir un coche renqueante a lo lejos, gritábamos «¡queo, queo; coche!», y nos apartábamos de la calzada.
En la calle de Velázquez, frente al palacete que ocupaba Millán-Astray con su esposa, Elvira Gutiérrez ―se dice, por cierto, que el matrimonio no había llegado a mantener relación carnal, a causa de una promesa de soltera de Elvira―, había un hermoso bulevar con bancos de hierro forjado y acacias centenarias que en primavera perfumaban el aire fino y limpio de aquel Madrid que no sobrepasaba en mucho el medio millón de habitantes.
Cuando el coche oficial de Millán-Astray se paraba frente a la puerta privada de su domicilio ―había otra puerta ancha para el paso de automóviles y para los soldados―, el chófer abría la puerta saludando al general y éste se bajaba, echaba una ojeada al bulevar y, si en él había niños jugando, nos llamaba a voces, diciendo: «¡A ver, niños, venid aquí!» Acudíamos, cruzando la media calzada que separaba el bulevar de la acera, y el general nos volvía a gritar: «¡Ahora, firmes y saludad a la Legión!»
Los niños saludábamos al modo militar y Millán-Astray sacaba una monedas de a peseta ―las populares «pesetas rubias», que se acuñaron a partir de 1944― y nos daba una a cada chaval, que salíamos corriendo con la peseta en el bolsillo.
Recuerdo bien la estampa de aquel hombre viejo, con su uniforme de legionario, cojo, manco del brazo izquierdo, y tuerto del ojo derecho, entusiasmándose al ver cómo los chiquillos nos cuadrábamos y saludábamos a la Legión personificada por él, su fundador. Para nosotros, claro está, aquella representación no tenía más sentido que recibir una peseta de regalo, que por entonces alcanzaba para comprar una buena cantidad de pipas y de chufas, que se vendían en los puestos callejeros, mezcladas y servidas en cucuruchos de papel de periódico.
Pero el recuerdo ya lejano de aquel pobre mutilado de guerra me ha valido para entender la exaltación en que vivieron aquellos militares de las guerras coloniales (Millán-Astray vivió la de Filipinas y luego, las penosísimas campañas de Marruecos) y, en general, gran parte de españoles conscientes de la situación extrema por que atravesaba el país (léanse Unamuno, Baroja, Ortega, Fernando de los Ríos, Antonio Machado…)
El incidente entre ambos personajes de carácter, dentro de aquel clima de tensión, de exaltación, de locura colectiva, no podía ser menos de lo que fue…
Saludos.
Octavio Junco: agradezco tu mensaje, que va centrando el tiro, pero al que me gustaría hacer las matizaciones siguientes: efectivamente, toda realidad actual es resultado de la convergencia de distintos factores del pasado, pero en mi opinión, la palabra adecuada para explicar la aparición del nacionalismo vasco no es "evolución" desde el Carlismo.
ResponderEliminar"Evolución" -de una cosmovisión, en este caso- significa transformación homogénea de un conjunto de cosas, de forma que pasan a ser otra cosa, mediante un proceso "natural", o, si se quiere, de forma que guarda relación de algún modo con el primer conjunto de cosas.
Ejemplo: la crisálida que se transforma en mariposa, el proceso de transformación del ADN, que hace surgir organismos vivos complejos.
La clave es que la evolución expresa una transformación homogénea.
En el caso del nacionalismo y del Carlismo, como en el caso del arrianismo o el protestantismo y el catolicismo, no hay evolución homogénea, sino ruptura por introducción de elementos extraños en el corpus de doctrina original.
Para el caso del nacionalismo, los elementos extraños introducidos muy claramente, a mi modo de ver, son el romanticismo europeo tan en boga en aquél entonces, y el racismo, cuyo auge se derivaba de la aparición de las ciencias antropológicas en aquél entonces. Las clasificaciones raciales de la humanidad, etc., que muchos estudiamos en manuales escolares y que ya no aparecen en ellos, provienen de esa época. A su vez, estos dos elementos extraños anulan los propios del Carlismo (Dios, Patria, Fueros, Rey), por lo que puedo aceptar que el nacionalismo es una desviación del Carlismo, pero una desviación que se vuelve contra él, como el protestantismo se vuelve contra el catolicismo.
Es verdad que en la Historia unos hechos o fenómenos se derivan de otros, y, como dice Octavio Junco, de alguna forma somos pasado. No es que seamos pasado como tal, sino que tenemos que acometer el futuro con lo que el pasado nos ha legado, o sea, la tradición.
Y sobre el apunte final sobre Franquito y José Antonio, totalmente de acuerdo. Entre los carlistas se suele decir que Franco fue el mayor enemigo, puesto que lo que no consiguieron los enemigos del Carlismo lo consiguió Franco mediante la unificación: destruir socialmente al Carlismo. Sobre el nieto del Marqués de Estella no tengo nada que decir, sólo que, salvo su aura poética, nunca he comprendido la fascinanción que ha ejercido en los espíritus de cientos de miles de personas, y que los azules se han quedado con la fama que cosecharon "limpiando" la retaguardia en la Guerra, rastreras labores en las que nunca se emplearon los carlistas.
Bueno, y ahora ya se puede pasar a Unamuno y Millán Astray, que sigue al primero siempre que sale.
Bueno, pues ya que me invitas, gracias; ahí va el mamotreto que tenía preparado sobre el incidente protagonizado en Salamanca por don Miguel de Unamuno y el general de la Legión José Millán-Astray. También mi conocimiento personal ―y muy especial― del segundo. Va en tres entregas, por su extensión.
ResponderEliminarPRIMERA PARTE:
El desplante entre Unamuno y Millán-Astray se suele simplificar y, como acontece con las simplificaciones, se interpreta como un radical enfrentamiento político entre ambos personajes acerca de la sublevación militar de julio del 36.
Y no es que me parezca ilegítimo que, desde la perspectiva histórica de hoy, se le atribuya esa significación que el transcurso del tiempo y los juicios que el levantamiento militar nos merecen. Lo considero legítimo y en ese sentido he interpretado tu comentario, Schevi.
Lo que ocurre, sin embargo, es que el suceso real no fue así. La cosa es más compleja.
Para empezar, hay que reconocer que Unamuno no desautorizó la sublevación, sino que, como tantos otros españoles de buena fe, la recibió como un movimiento salvador. No preciso decir de qué sería salvador, porque está en el ánimo de todos. Sus manifestaciones sobre los sucesos previos al 18 de julio del 36 así lo acreditan. Está en los libros.
Prueba inequívoca de ello es que, a poco de estallar la guerra, el Gobierno de la República lo destituyó como Rector de la Universidad de Salamanca, mientras que la Junta Militar de los sublevados, en Burgos y Salamanca, se apresuró a nombrarle Rector. Unamuno, por lo tanto, era Rector nombrado por la Junta Militar de Franco cuando, el día 12 de octubre del 36, se produjo el altercado del Paraninfo de la Universidad. También era concejal del Ayuntamiento de Salamanca.
En aquel acto de celebración del «día de la Raza» (así le llamó el régimen franquista a la conmemoración del descubrimiento de 1492 o día de la Hispanidad), Unamuno presidía, acompañado de Carmen Polo de Franco y el obispo de Salamanca Enrique Plá y Deniel. No cabe decir que fuera precisamente una presidencia que simpatizara con el Gobierno de la República.
Lo que sucedió, según cuenta en su magna obra «La guerra civil española» el hispanista inglés Hugh Thomas, es lo siguiente: el profesor Francisco Maldonado, tras las formalidades iniciales y un apasionado discurso de José María Pemán, pronuncia un discurso en el que ataca violentamente a Cataluña y al País Vasco, calificando a estas regiones como «cánceres en el cuerpo de la nación. El fascismo, que es el sanador de España, sabrá cómo exterminarlas, cortando en la carne viva, como un decidido cirujano libre de falsos sentimentalismos.»
Alguien grita entonces, desde algún lugar del paraninfo, el famoso lema de la legión «¡Viva la muerte!». Millán-Astray responde con los gritos con que habitualmente se excitaba al pueblo: «¡España...»; «…una!», responden los asistentes.
(Algunos jóvenes estudiantes falangistas (según otros, carlistas) intentan enmendar el «¡viva la muerte!» con «vivas» a Cristo Rey y a la paz misericordiosa (...) pero son apagados por los ensordecedores gritos de ritual semirracionales y acaban siguiéndolos).
―«¡España...», vuelve a exclamar Millán-Astray; «…grande!», replica el auditorio.
―«¡España...», finaliza el general; «...libre!», concluyen los congregados.
Después, un grupo de falangistas ataviados con la camisa azul hacen el saludo fascista, brazo derecho en alto, al retrato de Francisco Franco que colgaba de la pared. Se intenta así enmendar el incidente, aunando esfuerzos de hermandad y moral al unísono.
ACLARACIÓN: Por un problema ajeno a nuestra voluntad, la primera parte del último comentario de Octavio Junco aparece al final, al ser recibida posteriormente en mi correo. Debe pues leerse primero para comprender el relato en su integridad.
ResponderEliminarVaya, muy interesante lo que cuenta Octavio. Te habrás puesto ciego a pipas y chufas por la obsesión de aquél loco con su propia obra...
ResponderEliminarPor cierto, que lo que cuentas sobre el famoso episodio del Paraninfo de Salamanca no conocía que hubiese habido intentos de rebajar la tensión por parte de un sector de estudiantes carlistas gritando "Viva Cristo Rey". Porque casi con toda seguridad que eran carlistas.