jueves, 13 de agosto de 2009

San Virila y la teoría de la relatividad


Me encantó la visita al Monasterio de San Salvador de Leyre, enclavado en la sierra de Errando, en Navarra. Un paisaje maravilloso, junto al embalse de Yesa. De estilo románico, destaca por su carácter rudo, primitivo, tosco, que denotaba los primeros vestigios del románico recién introducido en la península por el Camino de Santiago. La cripta impresiona por sus pilares o columnas pequeñas, coronadas por enormes capiteles, sosteniendo arcos robustos en piedra impregnada de rojizo óxido, y también por sus gruesos muros, que, según nos dijeron, no albergaron tumbas de ninguna clase, a pesar de su nombre. La iglesia, llamada ahora de Santa María (un invento moderno para justificar que se imponga el nombre de Leyre a las mujeres, pues “nunca hubo allí aparición de la virgen”), con diversos momentos constructivos, empezando en románico y rematando la techumbre en gótico, con sus naves claramente asimétricas, a las que adosaron otra que encerró en el interior una portada lateral (con un crismón jacobeo). En esta iglesia reposan los restos de los primeros reyes de Navarra. Y su entrada principal, la Porta Speciosa, rematada por un magnífico tímpano decorado, muy del estilo románico donde se suceden figuras de temática bíblica.
Antes de pasar de la cripta a la iglesia tuvimos que transitar por delante de una galería que comunicaba a ésta con la residencia de los monjes y que éstos usaban para salir: el túnel de San Virila. Y nos contaron la leyenda de este monje, que en síntesis es así:
Virila, abad del monasterio, era un monje muy preocupado por cómo sería la eternidad. Virila pedía en sus oraciones la clave de la comprensión de este misterio. Un día, paseando por los alrededores del convento, llegó a una fuente y se paró a descansar. Pero el canto de un ruiseñor lo cautivó y allí se quedó Virila escuchándolo absorto. Luego volvió al monasterio. Al llegar le impidieron entrar ya que no le reconocían. Virila tampoco reconoció a los monjes, que incluso vestían hábitos diferentes al suyo, pero le dejaron pasar, tras identificarse. Ellos sabían de la existencia de un antiguo abad llamado así y que había desaparecido en el bosque, pero eso fue ¡trescientos años antes!. Estando todos los monjes juntos en el interior, se abrió la techumbre y una voz se dirigió a Virila diciéndole: "si tan pronto te pasaron los trescientos años escuchando el canto de un ruiseñor, imagina cómo pasará el tiempo en compañía del Altísimo". De esta forma Virila comprendió el misterio de la eternidad.
Esta leyenda me conmovió. Me sonaba de algo, me era familiar. Y pensé que algún origen tendría relacionado con leyendas más antiguas en las que basarse, introducidas tal vez por los peregrinos del Camino de Santiago. Me puse a investigar. Ese personaje que se queda ensimismado, o dormido y vuelve a un tiempo posterior, que viaja en el tiempo sin saberlo está presente en diversos relatos. Coincide, al menos, con dos obras literarias, que recuerde. Rip Van Winkle un cuento corto de Washington Irving, donde un aldeano se queda dormido a la sombra de un árbol, antes de empezar la guerra de independencia de Estados Unidos, y vuelve 20 años después, creyendo que no ha pasado el tiempo, confundido, y ya en un mundo completamente distinto. Y también con el relato de una de las Cantigas de Santa María, de Alfonso X el sabio, la cantiga CIII, donde se cuenta esta historia del monje y el “pajarillo”, encarnada en otro monje, el gallego Ero de Armenteira.
Pero el núcleo de los hechos, con uno u otro personaje protagonista, es de raíz muy anterior, celta, como pensaba. Esto es lo que le ocurre a Oisín (Ossian), que es visitado por una muchacha que se llamaba Niamh, y era la hija del rey de Tír na nÓg, la tierra de la juventud. Se casa con ella y se van a vivir allí, pero siente nostalgia de su tierra y decide volver. Su mujer se lo permite y le presta un caballo del que le advierte que no puede bajarse. Al llegar se encuentra el país en el caos y la ruina. Pregunta y entonces comprende que han pasado más de trescientos años, y él no se ha dado cuenta. Para su desgracia se cae del caballo y envejece rápidamente, muriendo en el lugar, como le pasó a Virila, al conocer por la voz divina el secreto de la eternidad. Este relato, con diversas variaciones, pero con motivación similar, se repite en la literatura llamada celta, como vemos, por ejemplo, en los Mabinogion irlandeses.
Recuerdo también otros casos de este anhelado viaje en el tiempo, más modernos. Películas como El planeta de los simios, donde los protagonistas vuelven sin saberlo a la Tierra, tras un viaje espacial, en un futuro muy lejano (aunque ellos creían próximo) donde los seres humanos son siervos de animales. U otras como La máquina del tiempo, basadas en la novela de H.G. Wells, uno de los considerados padre de la ciencia-ficción. Y series televisivas como El túnel del tiempo, donde curiosamente la forma del túnel en espiral, recuerda al túnel de Virila, en el monasterio de Leyre.
En el caso de Virila se produce un ensimismamiento que recuerda a la meditación de los budistas. De algunos de sus monjes, o lamas, se cuenta que se pueden trasladar, a través de la meditación, por el tiempo y el espacio sin abandonar el lugar (esto que viven es algo semejante a“viajes astrales”, del esoterismo. También aquí “se rompe la barrera del tiempo”, se nos dice). Las salmodias y el canto del pájaro, junto al susurrar de las aguas de la fuente, tienen un poderoso ritmo similar que ayuda a la concentración. Un común denominador en las leyendas que comentamos es la presencia del agua. Virila se “duerme”, con el canto del pájarillo, y junto a una fuente. Otras fuentes, con el susurro del agua, que sirve de efecto hipnótico, para entrar en trance, aparecen en multitud de relatos. Incluso la tierra de la eterna juventud (Tír na nÓg), Ávalon (la isla de las manzanas, el reino de las hadas) y otros lugares mágicos de la cultura occidental están junto al agua o dentro del agua: manantiales, fuentes, son islas en mares vivos y misteriosos...Eso me recuerda lo que escribí hace tiempo sobre la Ermita y la fuente de Belén, en mi post El cerro mágico y la ninfa. El agua, como un elemento esencial del mundo, se convierte en sustancia reactiva para el milagro del tiempo. El agua, que tan necesaria es, y que buscamos porfiadamente en todas partes, para calmar nuestra sed y el calor, se nos presenta también como una poderosa “máquina del tiempo”.
Ahora bien, ¿por qué el título del post?. Estas historias nos cuentan hechos que encierran una tesis: el concepto del tiempo es algo relativo. El tiempo para el abad Virila discurre a otra velocidad que para los demás mortales. Se produce un viaje en el tiempo, de esos que tanto ha buscado el ser humano a lo largo de su devenir, para conocer el futuro, para vivir experiencias diferentes, buscando la inmortalidad, tal vez. Y la forma se repite, como una especie de alteración de la conciencia (que lleva a la confusión) del personaje que la vive.
Y aquí surge, creo, la relación con la teoría de la relatividad especial de Albert Einstein. Dicha teoría postula que la medida del tiempo no es absoluta, y que, dados dos observadores, el tiempo medido entre dos eventos por estos observadores, en general, no coincide, sino que la diferente medida de tiempos depende del estado de movimiento relativo entre ellos. Así, en la teoría de la relatividad, las medidas de tiempo y espacio son relativas, y no absolutas, ya que dependen del estado de movimiento del observador.
Virila y los demás “viajeros en el tiempo”, unos porque se mueven a un lugar diferente, y otros (como el abad) porque no se mueven y el resto del mundo que le rodea sí sigue su curso, no envejecen a la misma velocidad que los demás, con los que no están en contacto. Y cuando se vuelven a relacionar, cuando el “viajero del tiempo” se interna de nuevo en su mundo de origen, es cuando aprecian el diferente transcurrir del tiempo. Vemos formulada aquí, de forma, eso sí, literaria y espiritual, no científica, esta teoría, que según comprendemos, ya se podía intuir por nuestros antepasados. O eso me parece a mí, aunque no lo sea, aunque solo pueda ser una hermosa historia que poder contar a la luz del fuego o bañados por luz de la Luna en una apacible noche de verano.

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