La semana pasada hablaba de la Calle Cigüela y nombraba de paso la confluencia con otra calle importante de esta vía que atraviesa el casco antiguo de Palma. Me refiero a la Calle San Sebastián, calle que lleva el nombre de uno de los varios hospitales que existieron en nuestro municipio desde la Edad Media (1508). No voy a hablar de la historia de esta institución, sino, otra vez, de la calle en concreto y de sus edificios, según mis recuerdos, pues formó parte importante del entramado urbano habitual en mi niñez. Y lo haré aprovechándome de nuevo de una fotografía del archivo de Miguel Santos, pues tal vez sea éste uno de los monumentos más fotografiados de Palma del Río. El hospital, o más bien, la iglesia mudéjar que forma parte del conjunto.
Esta es una fotografía de mediados del siglo XX. Vemos la portada de la Iglesia, en el ensanche de la calle, ya con un refugio para el peatón, con árboles y bancos de granito. Y a la derecha asoma por arriba el tejado del edificio que albergó la Comunidad de Regantes del Genil, que adquirió el ayuntamiento para cedérselo a la Fundación, titular del hospital, y así aumentar sus dependencias. Instalaciones que se vieron mejoradas por diversas obras, entre las que destacan la restauración de la parte antigua (patio y habitaciones circundantes), y el edificio de nueva construcción que ocupó parte del edificio antiguo y esta nueva adquisición, además de otras viviendas colindantes.
Esta primera foto que comento contrasta, aunque no mucho, como vemos, con otra de los años treinta, donde la calle no está asfaltada, ni existen bancos ni refugio, claro, y donde vemos un solo árbol. Tampoco aparece en esta última el nido de cigüeñas que siempre ha adornado la cúspide del campanario (actualmente en el cuerpo inferior, porque el superior, más pequeño y débil, estaba en peligro de derrumbamiento por el peso). Sí son las mismas viviendas que aparecen a la izquierda de la calle, que ya varias han desaparecido para construir nuevas edificaciones, salvo la primera a la izquierda, protegida en el Plan General de Ordenación Urbanística, cuyos actuales propietarios quisieron convertir en un edificio de apartamentos, respetando los elementos a conservar (fachada con típicas ventanas ocupando la acera con la reja y balcones, y la primera crujía que da al patio central) ahora con la obra parada por la dichosa crisis. Y postes y palometas para el suministro eléctrico ocupan un feo lugar de privilegio, como apéndices que "cuelgan" de las paredes.
Al fondo de ambas fotografías vemos la calle Cigüela, con la casa que hace esquina a la Calle Sánchez. En la primera, la más moderna, se aprecia una ventana dando a calle Sánchez y, a su lado, el letrero de grandes dimensiones de azulejos, que comentaba la semana pasada, que contenía las imágenes de los soldados palmeños Ruiz y Navarro, junto al yugo y las flechas, que, lógicamente no está en la otra fotografía, anterior a la Guerra Civil.
En esta calle hay más edificios, pero éstos no se ven en la fotografía de mi suegro. Y como forman parte de la memoria que hoy describo, voy a hacer uso de otra imagen más amplia de la calle, que sí los refleja. Es esta otra fotografía que apareció en la misma publicación que citaba en el post de la semana anterior, "Palma, un paseo único". También de los mismos autores, Jiménez y Linares.
Esta fotografía está tomada desde la entrada de la calle por la Calle Feria, algo avanzada. De la iglesia del Hospital solo vemos la espadaña y, en medio las esquinas con la Calle Muñoz, entonces Capitán Cortés (principios de los sesenta), hasta que le cambió el nombre el primer ayuntamiento democrático, tras la muerte de Franco. En esta calle, a la derecha, estuvo, entre otras cosas, la Oficina Local de Correos (Telégrafos estaba en el antiguo edificio del ayuntamiento, dando con la calle Virgen del Rosario), cuyo director en mis años mozos era Ballesteros. En el tramo izquierdo de la calle Muñoz, también entre otras viviendas, estaba la casa de vecinos donde vivió mi madre un tiempo, y mi tía Belén, con su familia, antes de emigrar a Madrid. En frente de esta casa vivía Dolores, casada con un pariente de la primera mujer de mi padre, a cuya casa fui muchas veces de niño a comprar la leche, con una lechera de aluminio, que ella vendía directamente de las cántaras del ordeño. Eran otros tiempos donde no estábamos en Europa, ni seguíamos sus normas de higiene y comercialización.
Volviendo a la calle San Sebastián, a la izquierda de la foto, haciendo esquina, vivió mi amiga Mari Carmen, con su familia, antes de trasladarse a los pisos de la calle Belén. Esa casa y las de al lado fueron derribadas para edificar un conjunto de casas con patio central, que ha respetado de alguna manera la tipología de las edificaciones tradicionales. Siguiendo por la izquierda, hacia nosotros, vemos una casa haciendo esquina que fue derribada hace tiempo también, pero que fue sustituida por un bloque de pisos con fachada de ladrillo visto algo menos armonioso ya. Le sigue la vivienda de los Tirado, hijos de Fernando Tirado y Matilde López (pariente de la primera mujer de mi padre), con fachada de ladrillo visto y paños de azulejo vidriado, imitando la arquitectura regionalista neomudéjar, como la que hiciera famoso a Aníbal González en Sevilla (Plaza de España, por ejemplo). En esta casa entré muchas veces y recuerdo su patio con zócalo cerámico (también en el zaguán) y arcos en las dos plantas, el piano que tenían a la entrada y el reloj de cuco que había en el salón. La parte trasera da a la calle Muñoz, frente a la casa de vecinos de la que hablé. También está protegida en el PGOU. La última casa que vemos en la fotografía a la izquierda es la entrada de las cocinas del Bar El Zapaterillo, bar que tenía entrada por aquí y por calle Feria. Su dueño, gran aficionado a los toros, dispuso un patio como si de un coso taurino se tratara. En la clandestinidad aún, hicimos más de una reunión de las juventudes comunistas, en sus salas. No se me olvida la cara que nos ponía al vernos entrar Manolo, como diciendo con la mirada: "me vais a buscar un disgusto". En los años setenta se trasladó a la Avda. de la Paz y el edificio lo adquirió el tocólogo y ginecólogo Carlos Orense, para hacer su consulta y su vivienda.
A la derecha de esta otra fotografía, por último, vemos dos edificios. La Comunidad de Regantes, antes nombrada, y el primero en la acera donde vemos caminar a un típico obrero del campo tocado con sombrero de faena, de palma: los corralones de la casa que hay a continuación, la casa de los Liñán. Una de las casas señoriales palmeñas, que también cayó bajo el inclemente mazazo dado por la máquinas de las empresas de derribos, en los sesenta, para ser sustituida por el repetitivo bloque de pisos, que da a tres calles (Feria, San Sebastián y Muñoz). Un edificio de ladrillo visto, pero de color blanquecino, al principio, y grisáceo, posteriormente, que fue conocido con el gracejo palmeño, como "La casa blanca", a imitación del edificio presidencial estadounidense, y que se llama en realidad, Edificio Santa Rosa, según nuestro amigo Octavio Junco, por ser la última moradora de la casa señorial doña Rosa Liñán. Todavía queda guardada en mi memoria la imagen de los escombros, durante su demolición, con las rejas y el imponente balcón que adornaban su fachada, sobre los cascotes y en medio de la polvareda. Un monumento más caído gracias a la miopía de los encargados por velar de nuestro de patrimonio y por la tontería de los hombres de negocio de aquella época.
Nuevamente tus recuerdos se unen a los míos formando un entramado de melancólicas sensaciones. Cuántas veces oiría en las tardes de verano aquellas blanquísimas cigüeñas con su frenético ruido en el campanario de la iglesia o las 3 en el reloj de la iglesia avisándome que debía darme prisa para llegar a las clases por la tarde en el colegio de la Inmaculada o cuántas veces habré jugado en esa plaza al pillar, al escondite, a la gomilla, a la chapa... La fragancia de los jazmines que asomaban por la puerta de hierro del hospital de ancianos, las mujeres que llegaban a toda prisa con su panza y entre lamentos con los últimos dolores que las acercaban al parto... Nuestros años juveniles, qué lejos están. De ellos rescato sobre todo el rostro joven de mi madre, las manos pequeñas de mi hermano y la risa permanente de mi abuelo, por cierto, "el zapaterillo". Efectivamente, mi tío Manolo y mi abuelo era aficionados a los toros y a la cacería. Recordarás las cabezas de toros y las cornamentas que tenían colgadas en las paredes, además del innumerable número de carteles de toros. Allí olía siempre a zorzales, que mi abuela guisaba como nadie e inundaba la calle feria de deliciosos aromas. Gracias, otra vez por traerme tantas cosas a la memoria.
ResponderEliminarDe nada, Mari Carmen. Sí, recuerdo esos apéndices taurinos, y las banderillas, y estoques y monteras. Y una figurita, no sé si adorno o botella decorada, que era un tipo con barba y cara de pocos amigos que hacía un corte de mangas, posada en una estantería, tras la barra. Allí, en el bar Zapaterillo se montó una buena cuando Brasil ganó un mundial de fútbol. Era una tarde de verano, y mi padre estaba en el "bar de la esquina", es decir, el Bar Los Novios, viendo el fútbol y fui para decirle algo, cuando estaba acabando el partido. No sé por qué, pero todo el mundo quería que ganara Brasil, y ganó. La fiesta se cruzó por la calle Feria entre los dos bares, que estaban repletos viendo el fútbol en sus televisiones. Fue un espectáculo de alegría y frenesí inolvidable.
ResponderEliminarComo ves, empecé por la plaza del guardia y cada vez me estoy acercando más a mi antigua casa. Pero a ella, además de algún post más, le dedicaré otro "trabajito" más detallado y emotivo.