Miro por la ventana y veo a tres chavalones coger de los contenedores de la acera contraria, una cámara de una rueda de bicicleta y un trozo de cartón. Van riéndose, mientras saborean el disfraz que van a completar con esos residuos. Lleva uno un mono de mecánico, otro un mono de agricultor (tiene serigrafiada la publicidad de unos abonos) y el otro van con ropa más normal, en espera de prepararse. Los veo y pienso: se están preparando para salir de mascarón.
Hay muchos tipos de carnavales. Los más famosos son los de Río de Janeiro, en Brasil, los de Canarias y Cádiz, en España, y los de Venecia. Cuando estuvimos la última vez en Italia visitamos Venecia. Esta imagen que muestro es de la subida al famoso puente de Rialto, puente repleto de comercios, infinitamente fotografiado. A la derecha hay un puesto callejero mostrando las típicas máscaras del carnaval veneciano. Máscaras impersonales, sin gestos. Antifaces con velos, con plumas. Todo muy decorado.
Algo muy diferente de las caretas que usamos por estas tierras como máscaras. El mascarón tradicional palmeño puede usar careta o antifaz, o un simple trapo con unos agujeros, para cubrir el rostro. La cabeza va bien cubierta, así como todo el cuerpo. Se emplea cualquier vestimenta, siempre combinando de forma estrafalaria. Lo importante es mantener la identidad oculta, pero mientras más ridículo, divertido y chocante, mejor. La frase obligada, al encontrarse con un o unos conocidos, es: "¡Qué torpe, que no me conoces!". Durante muchos años, sobre todo durante la prohibición del Franquismo (siempre recordada, pero siempre violada) fue el tipo de disfraz más común. Luego, con la explosión de la libertad, el carnaval se enriqueció con mejores disfraces, con más variedad y calidad.
Llegó la época del disfraz comprado a propósito o confeccionado según una idea. Solos o en grupos, grandes y pequeños tomaron las calles con más ganas e imaginación, y, como no, gracias a los mayores medios económicos. Además de la careta se impuso el maquillaje, para modificar la propia apariencia. Como también se había hecho antes. Y, también volvieron los grupos musicales, como esta murga, con sus instrumentos, normalmente viejos o fabricados para la ocasión, y sus composiciones, canciones con letras satíricas, irónicas e ingeniosas.
En estos últimos años, el carnaval se ha adaptado a las costumbres laborales. En el primer domingo cuesta arrancar y son pocos los que salen disfrazados, a pesar del pasacalles con el que se pretende animar a disfrazarse. El lunes se reserva, casi exclusivamente a los niños de los colegios y sus padres y madres, que ocupan las calles todo el día, tras el pasacalles organizado con los centros escolares. El martes es el día más irregular, puede pasar cualquier cosa. Y el último día, el Domingo de Piñata, el canto del cisne del carnaval se convierte en una explosión de gente donde muchos se colocan el disfraz que han reservado para este día grande, y que ya no puede guardarse, porque se acaban las oportunidades, hasta el año próximo. Hoy el día amenaza lluvia. Sin embargo todos tenemos ganas de tomar las calles. ¡Que no falte la fiesta!
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