Siempre hay un espacio
reservado para el flamenco en la Feria del Teatro. Ayer tocó en el
Teatro Coliseo, con la obra “Alejandrías, la mirada oblicua”,
de Producciones 8co80 (ochocochenta). Una producción
teatral que aunaba la danza y el flamenco. Un flamenco poco ortodoxo.
Un flamenco de esos que los puristas (“flamenco-flamenco”), miran
siempre de reojo y con una mueca de contrariedad en su boca.
No es nada nuevo el
fenómeno del flamenco-fusión. Incluso, esa intención de buscar las
raíces del arte musical más genuinamente español en las músicas
orientales, ha contado con destacados representantes tanto teóricos
como prácticos. Y ello nos ha hecho presenciar más de una vez
espectáculos donde se mezclaban instrumentos de otras culturas con
las tradicionales guitarras flamencas, ahora, también las cajas, y
la garganta prodigiosa de algún cantaor de renombre. El caso de El
Lebrijano, al que la Peña Flamenca de Palma del Río, La
Soleá, dedicó el homenaje de su Semana Cultural de este año,
es un ejemplo de ello. Los sones arábigo-magrebíes unidos al cante
de Juan Peña han sonado juntos durante muchos años por todos
los escenarios.
Parece fácil que el
flamenco pueda ser acompañado con instrumentos de Asia, como el
santur (salterio persa), y otros instrumentos de percusión
orientales u occidentales, como la clásica batería pop. Si a ello
añadimos la zanfoña o el violín, la guitarra termina adoptando una
voz más épica, pero engalanada con melodías que inspiran nuestra
imaginación con paisajes lejanos, de aromas a incienso, aceites
perfumados y lenguajes exóticos. Es lo que pretenden en esta obra
con el acompañamiento musical para unas danzas aflamencadas, con las
que narrarnos la historia de Alejandro Magno, desde su
nacimiento, su proclamación como rey de Macedonia, sus conquistas
militares, hasta la muerte de su madre. Una música, que respetando
en lo esencial los palos del flamenco, bebe en la tradición asiática
y se vuelve sintonia heroica desde los primeros momentos.
Olimpia (Ana Malaver), la
madre de Alejandro va narrando esta historia, base de la danza que el
cuadro interpreta. Juan Carlos Lérida es Alejandro, al que se unen
Marcos Jiménez (Bagoas, el eunuco persa), Marco Vargas (Hefestión,
el amante de Alejandro) y Chloé Brulé (Roxana, la esposa bactriana
de Alejandro). Al cante e interpretando a Casandro, el general
ejecutor de Olimpia, y también a Aristóteles, Juan José Amador.
Estos tres últimos intérpretes, miembros de la compañía, ya
conocida y premiada en Palma, Marco
Vargas & Chloé Brulé.
La danza contemporánea y
la flamenca se hacen una en este espectáculo, donde la escenografía
es bien sencilla: una torre a un lado, formada por una estructura de
madera, que se cubre con los ropajes de Olimpia, donde está
permanentemente sentada, como en un trono lejano; junto a un espacio
sin más aditamentos, con solo dos recipientes con agua a ambos
extremos del escenario, donde bailan delante de los músicos, que
están detrás de una tarima coronada con unas maderas que simulan
ser lanzas. La iluminación redunda en la fuerza de los
danzantes, que se alternan en diversas escenas, según avanza la
narración. El vestuario es también poco sofisticado, pero
expresivo, permitiendo la libertad de movimientos, pero con los
adornos necesarios para hacer más comprensibles el estado de los
personajes y su procedencia, con batas de cola en las dos mujeres
protagonistas, que enlazan lo flamenco con la nobleza del oriente
próximo. Solo el final me despistó un poco, pues no vi claro el
momento en que Olimpia es asesinada por Casandro. Tal vez me perdiese
entre la tensión por la muerte de Hefestión y la reacción
de Alejandro.
En cambio, en general, es
una obra épica, y con sentimiento, con una
interpretación enérgica, bien armonizada, dotada de gran fuerza
estética, que puede gustar a los no entendidos en flamenco, como es
mi caso. Lástima que el público no la acogiese con un lleno del
Coliseo. Cuando se anuncia flamenco siempre hay asientos que quedan
sin ocupar. Y también ocurre muchas veces, cuando se habla de danza.
En fin, ellos se lo perdieron.
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