jueves, 7 de julio de 2011

Alejandrías, la mirada oblicua



Siempre hay un espacio reservado para el flamenco en la Feria del Teatro. Ayer tocó en el Teatro Coliseo, con la obra “Alejandrías, la mirada oblicua”, de Producciones 8co80 (ochocochenta). Una producción teatral que aunaba la danza y el flamenco. Un flamenco poco ortodoxo. Un flamenco de esos que los puristas (“flamenco-flamenco”), miran siempre de reojo y con una mueca de contrariedad en su boca.

No es nada nuevo el fenómeno del flamenco-fusión. Incluso, esa intención de buscar las raíces del arte musical más genuinamente español en las músicas orientales, ha contado con destacados representantes tanto teóricos como prácticos. Y ello nos ha hecho presenciar más de una vez espectáculos donde se mezclaban instrumentos de otras culturas con las tradicionales guitarras flamencas, ahora, también las cajas, y la garganta prodigiosa de algún cantaor de renombre. El caso de El Lebrijano, al que la Peña Flamenca de Palma del Río, La Soleá, dedicó el homenaje de su Semana Cultural de este año, es un ejemplo de ello. Los sones arábigo-magrebíes unidos al cante de Juan Peña han sonado juntos durante muchos años por todos los escenarios.

Parece fácil que el flamenco pueda ser acompañado con instrumentos de Asia, como el santur (salterio persa), y otros instrumentos de percusión orientales u occidentales, como la clásica batería pop. Si a ello añadimos la zanfoña o el violín, la guitarra termina adoptando una voz más épica, pero engalanada con melodías que inspiran nuestra imaginación con paisajes lejanos, de aromas a incienso, aceites perfumados y lenguajes exóticos. Es lo que pretenden en esta obra con el acompañamiento musical para unas danzas aflamencadas, con las que narrarnos la historia de Alejandro Magno, desde su nacimiento, su proclamación como rey de Macedonia, sus conquistas militares, hasta la muerte de su madre. Una música, que respetando en lo esencial los palos del flamenco, bebe en la tradición asiática y se vuelve sintonia heroica desde los primeros momentos.

Olimpia (Ana Malaver), la madre de Alejandro va narrando esta historia, base de la danza que el cuadro interpreta. Juan Carlos Lérida es Alejandro, al que se unen Marcos Jiménez (Bagoas, el eunuco persa), Marco Vargas (Hefestión, el amante de Alejandro) y Chloé Brulé (Roxana, la esposa bactriana de Alejandro). Al cante e interpretando a Casandro, el general ejecutor de Olimpia, y también a Aristóteles, Juan José Amador. Estos tres últimos intérpretes, miembros de la compañía, ya conocida y premiada en Palma, Marco Vargas & Chloé Brulé.
 

La danza contemporánea y la flamenca se hacen una en este espectáculo, donde la escenografía es bien sencilla: una torre a un lado, formada por una estructura de madera, que se cubre con los ropajes de Olimpia, donde está permanentemente sentada, como en un trono lejano; junto a un espacio sin más aditamentos, con solo dos recipientes con agua a ambos extremos del escenario, donde bailan delante de los músicos, que están detrás de una tarima coronada con unas maderas que simulan ser lanzas. La iluminación redunda en la fuerza de los danzantes, que se alternan en diversas escenas, según avanza la narración. El vestuario es también poco sofisticado, pero expresivo, permitiendo la libertad de movimientos, pero con los adornos necesarios para hacer más comprensibles el estado de los personajes y su procedencia, con batas de cola en las dos mujeres protagonistas, que enlazan lo flamenco con la nobleza del oriente próximo. Solo el final me despistó un poco, pues no vi claro el momento en que Olimpia es asesinada por Casandro. Tal vez me perdiese entre la tensión por la muerte de Hefestión y la reacción de Alejandro.

En cambio, en general, es una obra épica, y con sentimiento, con una interpretación enérgica, bien armonizada, dotada de gran fuerza estética, que puede gustar a los no entendidos en flamenco, como es mi caso. Lástima que el público no la acogiese con un lleno del Coliseo. Cuando se anuncia flamenco siempre hay asientos que quedan sin ocupar. Y también ocurre muchas veces, cuando se habla de danza. En fin, ellos se lo perdieron.

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