Con unos cuantos grados
más de calor que en días pasados, enfilamos la tarde de ayer hacia
el Salón Reina Victoria, para presenciar el primer espectáculo de
la Feria de Teatro en el Sur de este año. Las siete de la
tarde era una hora que presagiaba deserción entre el público ante
lo que se presumía como una larga obra. Algún miembro de la
organización me advirtió que habían recortado la duración, pues
era de más de tres horas, y la habían dejado en algo más de dos
horas. Eso no era precisamente un buen augurio. Al llegar allí, no
obstante, las colas para entrar se habían formado ya minutos antes
del comienzo de “Los
últimos días de Judas Iscariote”, de la compañía
madrileña Theatre for the people, que
se anunciaba además como estreno.
Hacía
calor dentro de la sala. Los abanicos no pararon de moverse
procurando algo de aire a un público, en su inmensa mayoría, fiel a
la representación. Y había que serlo. La obra, muy del gusto
americano, que simula un juicio, muy al estilo americano, duró entre
las 19.15 y las 21.15, aproximadamente. Remacho lo americano, pues el
texto lo es, como su autor y director. Los juicios en España no son
así. Usaron al público como sala de vistas (un lugar llamado
Esperanza, entre el cielo y el infierno), pero en sentido inverso. El
juez, estaba arriba de la “grada-gallinero” (¡qué incómoda
es!), donde nos sentábamos, a nuestras espaldas, por lo que era
difícil verle. El escenario, era el lugar, el estrado, donde acusado
y testigos declaraban, dando lugar a la mayor parte de la acción.
Fiscal (un musulmán habilidoso, para atacar a un judío) y abogada
defensora (la hija de una gitana rumana y de un sacerdote, mezcla
explosiva) se situaban en la grada, uno a cada lado, cerca de la
escena. Ésta estaba dividida en dos partes, separada por una cortina
de largos flecos, que, en muchos momentos, para mi gusto, impidió
ver el desarrollo de lo que ocurría al fondo, por ejemplo, el
ahorcamiento de Judas. La escenografía era sencilla, pero efectista,
con el punto negro de la cortina, que sí sirvió bien como pantalla
de proyección para algunos testimonios en vídeo, algo que me gustó.
La
obra es irreverente, sarcástica, trágica, pop (me recordó en algún
momento al musical Jesucristo Superstar), cómica, algo de aire
fresco en un mundo donde los fundamentalismos de todo tipo hacen su
agosto. El autor pretende comprender la traición de Judas, y para
ello, emplea el método dialéctico (tesis, antítesis y síntesis)
como forma de encontrar la verdad del personaje. Los sucesivos
testigos, de la defensa, o de cargo, intentan darnos a conocer al
mayor traidor de la Historia, porque, según ellos, los Evangelios,
que es lo que conocemos, en varias versiones (como se dice en la
obra) fueron escritos mucho tiempo después de los hechos que
cuentan, por unos relatores que no los vivieron. Así son llamados a
declarar María Magdalena, la madre del propio Judas, San Pedro,
Santo Tomás, Freud, Lucifer, Poncio Pilatos, Teresa de Calcuta,
Santa Mónica (la madre de San Agustín), Simón el zelote, incluso Camilo Sesto (aunque no aparece, porque no está muerto)...Los
personajes son presentados con tintes actuales, trayendo a colación el antisemitismo, el 11S, el sexo, el psicoanálisis, la corrupción del dinero, el poder, el imperialismo, las drogas, la homosexualidad; buscando la risa y la
complicidad del espectador, en un juego de pros y contras, que buscar
revisar la condena de Judas (“¿quien no quiere revisar una condena
eterna?”), a instancias del mismísimo Dios. Y consiguen esa
complicidad, aunque, para mí, a partir de la segunda intervención
del diablo, y los alegatos apasionados y sensibles de la abogada
defensora, decaiga el ritmo, tal vez por la necesaria reducción del
texto, para hacerlo más digerible. El final, buscando una relación
más humana, fraternal, amorosa entre Jesús y Judas, como
prolegómeno y causa de una traición, que se justifica por la
psicopatía del personaje (Freud), me resultó un epílogo bondadoso y
excesivamente sentimental.
El
trabajo del elenco de actores y actrices es excelente, muy cuidado,
pese a que algunos tuvieran problemas para ser entendidos, debido al
volumen de su voz. Y ojalá se hubiese apreciado mejor lo que ocurría
tras los flecos, ya que eran el complemento ideal (creo) de lo que
estaba relatándose. Pienso que la mayoría salió muy contenta con
lo que vio, opine lo que opine sobre el resultado del juicio al
Iscariote. No me arrepentí de verla y, sin duda, la vería otra vez,
para saborearla mejor, y la recomiendo.
De
madrugada, tras interesarnos algo sobre el resto de los espectáculos
de esta primera jornada de la Feria, ver el final de la obra de calle
de los granadinos Vagalume,
y tomar un refrigerio (la noche seguía calurosa), fuimos a la otra
representación para la que teníamos entrada: “El
baúl de la Piquer”, de
los sevillanos La butaca roja. Un
musical humorístico muy del tono de otras obras que abundan en la
Feria palmeña, y otro estreno.
El
dúo compuesto por Juanjo Macías y Paz de Alarcón, nos hizo reír
un buen rato (también fue larga), a costa de contarnos sus
desgraciadas vidas de infantes y como cómicos, que tienen que
recoger un baúl olvidado en un teatro de Palma (en cada sitio lo
adaptarán, claro), porque va a ser demolido para construir un centro
comercial y aparcamientos (“algo muy necesario, no como el
teatro”). Cantan bailan, cuentan historias, con la complicidad del
pianista que les acompaña en el escenario y al que encuentran como
un muñeco, parte del atrezo perdido por otras compañías. Son
maestros el género del cabaret. Y además recurrieron al concurso
del público, para intentar abrir el dichoso baúl, llevando a escena
a un señor de Córdoba, que mantuvo el tipo como pudo,
discretamente; a Isabelita Páez (la representante de la tercera edad), que se desenvolvió con gracia y
soltura en el escenario, aún sin moverse, dando la réplica de forma divertida a los
actores; y a Ciro Rioboo, el dueño de Papelería Goya, que se tomó
una cerveza, mientras los demás se comían un bocadillo de chorizo
de Cantimpalos, y le prometían que sería el padrino del niño o
niña que nacería del embarazo de la protagonista, poniéndole su
nombre (¿Ciro? Ese es el nombre de un rey, ¿no?). El baúl siempre
estuvo como testigo mudo, esperando a ser abierto, cosa que solo
consiguen al final
Son
éstos dos artistas con tablas y oficio, que supieron mantener la
atención del público a altas horas ya de la madrugada, aunque bien
podían haberse ahorrado algunos gags, acortando la duración. No
obstante, aunque nos echaron, disfrazados de obreros dispuestos a
demoler el edificio, el respetable se fue con buen sabor de boca,
cerrando un buen primer día de festival. Y con ganas de ver mucho
más teatro.
Palmadelrio.info, gracias celtibetico por permitirnos poner tus comentarios, ya esta introducido el primero si crees q tenemos q añadir, quitar o modificar algo de tu texto comunicanoslo para hacerlo gracias.
ResponderEliminarGracias a vosotros. Un saludo.
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