La semana pasada tuvieron lugar las carreras de caballos de Sanlúcar de Barrameda (Cádiz), en su segundo ciclo, pues el primero fue del 10 al 12 de agosto. Nosotros estuvimos el primer día de este segundo ciclo, el día 25, que continuó el 26 y terminó el 27. Yo era la primera vez que presenciaba este espectáculo deportivo. Lo singular de esta competición es que se celebra en la playa de Sanlúcar, no en un hipódromo artificial, teniendo como fondo el perfil del Parque de Nacional de Doñana, en la desembocadura del Guadalquivir. Y se celebran por la tarde, cuando la marea está más baja. Por eso tiene lugar en dos convocatorias.
Las arenas de la playa se convierten en unos momentos en la pista de carreras. Una carrera incluida en los circuitos oficiales hípicos españoles, y una de las pruebas más antiguas de España, pues su origen se remonta a 1845. La playa se acota, dejando al público bañista en sus zonas delimitadas, durante el transcurso de la prueba, detrás de unas vallas de quita y pon. La guardia civil y protección civil despejan la playa de bañistas para dejar sitio seguro a los caballos. Éstos salen de unos boxes móviles que se ubican en las proximidades de la Calzada, teniendo la meta en las instalaciones de la "Sociedad de Carreras de Caballos", en una zona privada, con restaurante, tribuna, boxes, picadero, etc.
Nosotros nos situamos en la playa, junto al paseo marítimo, entre el común de los mortales. Esto permite disfrutar del espectáculo deportivo, además del que protagonizan los mismos usuarios de la playa. Una playa a rebosar de gentío, dispuesto a disfrutar del baño y a ver las sucesivas carreras que pasan por allí.
Mientras no corren los caballos la gente se baña, toma el sol, recoge moluscos de la arena, o degusta sus refrescos, los helados o los famosos dulces de la confitería Pampín, cuyos carritos, tirados por los vendedores, surcan la playa, mientras van pregonando su mercancía: "¡Cuñaaasss, carmelas, pasteleeeesss!". Y también puede hacer sus apuestas en los quiosquillos que montan muchos niños en la misma arena. Porque en estas carreras, además de las apuestas oficiales que se hacen en las instalaciones de la organización, como en cualquier competición hípica, se puede apostar en las casetillas que hay repartidas por la playa.
Los niños se divierten organizando apuestas, que se basan no en quien gane la carrera respectiva, sino en quien pase por la "línea de meta" que el "corredor de apuestas" improvisado ha dispuesto frente a su caseta.
Las cantidades son mínimas, pero los apostantes muchos. Además se las ingenian para decorar sus casetas, como podemos ver en las imágenes. Donde no faltan notas de ingenio, divertidas e incluso algún personaje célebre, como el omnipresente Bob Esponja.
Cuando la guardia civil despeja la playa, el bullicio se agolpa en las barreras, esperando la carrera. Primero pasan los caballos y jinetes, en el calentamiento, desde el club hasta los boxes móviles, donde empieza la carrera. Ésta transcurre volviendo hacia las instalaciones de la Sociedad organizadora. Hay varias carreras y un set oficial va transmitiendo por megafonía las vicisitudes del evento. Cuando acaba cada carrera, el personal vuelve a ocupar la playa, hasta la próxima competición.
Unas carreras así tienen también sus inconvenientes, por lo que no es raro que se prolonguen más tiempo del previsto y llegue la puesta de sol. Así que tampoco es raro que la gente, entre carrera y carrera, aproveche para salir de la playa, sin terminar las pruebas, y así evitar la avalancha de público deseoso de salir de la zona, en busca de sus domicilios o de un refrigerio fuera ya del embotellamiento que se produce al final de la jornada.
Mientras no corren los caballos la gente se baña, toma el sol, recoge moluscos de la arena, o degusta sus refrescos, los helados o los famosos dulces de la confitería Pampín, cuyos carritos, tirados por los vendedores, surcan la playa, mientras van pregonando su mercancía: "¡Cuñaaasss, carmelas, pasteleeeesss!". Y también puede hacer sus apuestas en los quiosquillos que montan muchos niños en la misma arena. Porque en estas carreras, además de las apuestas oficiales que se hacen en las instalaciones de la organización, como en cualquier competición hípica, se puede apostar en las casetillas que hay repartidas por la playa.
Los niños se divierten organizando apuestas, que se basan no en quien gane la carrera respectiva, sino en quien pase por la "línea de meta" que el "corredor de apuestas" improvisado ha dispuesto frente a su caseta.
Las cantidades son mínimas, pero los apostantes muchos. Además se las ingenian para decorar sus casetas, como podemos ver en las imágenes. Donde no faltan notas de ingenio, divertidas e incluso algún personaje célebre, como el omnipresente Bob Esponja.
Cuando la guardia civil despeja la playa, el bullicio se agolpa en las barreras, esperando la carrera. Primero pasan los caballos y jinetes, en el calentamiento, desde el club hasta los boxes móviles, donde empieza la carrera. Ésta transcurre volviendo hacia las instalaciones de la Sociedad organizadora. Hay varias carreras y un set oficial va transmitiendo por megafonía las vicisitudes del evento. Cuando acaba cada carrera, el personal vuelve a ocupar la playa, hasta la próxima competición.
Unas carreras así tienen también sus inconvenientes, por lo que no es raro que se prolonguen más tiempo del previsto y llegue la puesta de sol. Así que tampoco es raro que la gente, entre carrera y carrera, aproveche para salir de la playa, sin terminar las pruebas, y así evitar la avalancha de público deseoso de salir de la zona, en busca de sus domicilios o de un refrigerio fuera ya del embotellamiento que se produce al final de la jornada.
Nosotros aguantamos hasta el final, para disfrutar de todos los detalles y en busca de imágenes para recuerdo de la prueba. Así que se nos hizo de noche, pues la última carrera hubo de repetirse por salida nula. Incluso el calor nos había abandonado ya, y todo el mundo salió de prisa de vuelta a sus alojamientos. Solo quedó el recuerdo en nuestra cámara fotográfica, además de la voz de otro niño más que repitió ufano la letanía de los vendedores ambulantes: "¡Cuñas, carmelas, pasteleeeeees!"
Preciosas fotos las de los caballos, debe ser espectacular verlos correr por la playa.
ResponderEliminarSobre los niños convertidos en corredores de apuestas la verdad es que no sé qué pensar, de entrada no me gusta.
Tiene su interés, pero no es muy espectacular en sí. Es como la vuelta ciclista, que ves un poquito de lo que tienes cerca y el pelotón a lo lejos. Porque son pocos segundos. De todas formas vale la pena verlo, por su originalidad.
ResponderEliminarSobre los niños y sus apuestas yo también opino que son algo "incómodo". Nunca he sido jugador por dinero. Pero es una curiosidad que hay que ver como tal, como un juego de niños, donde ellos se esmeran en hacer juguetes con sus propias manos. Algunos con poca brillantez y otros hasta bonitos. Una anécdota más de las carreras, que las hacen singulares.
Vaya, María, otra vez será. Las oposiciones me tienen muy entretenido.
ResponderEliminarLa explicación del origen de las carreras será cierta o no, pero no hay duda de que es muy interesante y hasta entrañable. Me la creo, si la dice un sanluqueño de verdad.
Un saludo.