Se cuenta que hace tiempo
unos amigos se apostaron que ninguno era capaz de ir al cementerio,
durante la noche, a clavar un clavo o puntilla en la puerta, que
sirviera de prueba de haber estado allí. Uno de ellos se hizo el
valiente y fue, y como la oscuridad no permitía ver bien, cumplió
la promesa con tanta celeridad que no se percató de que se prendió
con el clavo la capa en la madera. Al intentar irse de vuelta al
pueblo, quedó sujeto sin poder escapar y sin saber quién le
retenía. Al día siguiente se lo encontraron muerto del gran susto.
Esta es una leyenda popular que tiene diferentes versiones en muchos
países de habla hispana, incluido el nuestro. No recuerdo bien si me
la han contado también respecto de nuestro campo-santo local. Pero
sí la historia de quien se ha quedado encerrado tras sus muros, al
no darse cuenta de que iban a cerrar, y que intentaba que lo
rescatasen llamando a los viandantes que pasaban por allí, tras las
faenas del campo. Casi todos huían despavoridos, al oír las voces,
o incluso su nombre, si el despistado les reconocía y les llamaba
por él, creyendo que las mismísima parca les estaba invitando a
ocupar ya su sepultura.
Estas son historias o
relatos que se suelen contar por estas fechas, en que recordamos a
nuestros difuntos y en las que tenemos la costumbre de visitar los
cementerios. Mas no solo me referiré a leyendas tétricas hoy, sino
a otras vicisitudes de nuestros recintos destinados al descanso de
los restos de quienes un día poblaron nuestras tierras.
Se sabe que en Palma del
Río hubo varios lugares de enterramiento desde la Reconquista.
Antes, cuando la población fue fundada por los musulmanes,
también los hubo. Debido a las obras del puente nuevo sobre el
Guadalquivir, y la conexión con la carretera, se encontró una
necrópolis musulmana, próxima a los terrenos de El Baldío. Y
seguro hubo entonces otros enterramientos en las primeras tierras
edificadas dentro o alrededor del Recinto Amurallado. En él,
posteriormente, junto a la iglesia
gótica de Santa María (la que había en el solar de la
actual Parroquia barroca de La Asunción) hubo un
cementerio, respondiendo a la costumbre, presente en otros lugares,
de situarlos en los templos o sus inmediaciones. Éste sería el
cementerio más común.
En el interior de la iglesia hay tumbas
también, pero de personajes notables. Al cementerio se llegaría por
el arco horadado en uno de los contrafuertes laterales, que se
descubrió hace años. Todavía se ve, por la zona de la Mesa de San
Pedro, el muro original, que tuvo su continuación con el que cierra
el huerto-jardín del Palacio de los Portocarrero, cuando se
incorporó este terreno a su recinto.
Este cementerio estuvo
cercano a los llamados “Corralones de Don Félix”, propiedad del
cacique local Félix Moreno Ardanuy, donde fueron fusilados muchos
palmeños el 27 de agosto de 1936, tras la toma de Palma por el
ejército “nacional”. Cuando se hizo una excavación arqueológica
en terrenos propiedad del Palacio, aparecieron balas, restos y
prendas de ajuar militar. Algunos pensaron que eran restos de aquella
matanza, pero botones de la época de la Guerra de la Independencia
demostraron que eran de personas enterradas en el antiguo cementerio
de la parroquia en aquellos tiempos. Además, los fusilados fueron
trasladados al actual cementerio de San Juan Bautista, y reposan en
una fosa
común.
También hubo otros
lugares de enterramiento en el Casco Histórico, durante siglos. El
Convento de Santa Clara también tuvo el suyo, donde se daba
sepultura a quienes vivían en régimen de clausura, aunque está
datado en el siglo XX, y que fue desalojado al abandonar las monjas
el convento en los años setenta. Posteriormente ha sido reconstruido
la adquirir el ayuntamiento la propiedad de la parte donde se
situaba. El coro bajo, junto a la iglesia, también sirvió para dar
sepultura a las enclaustradas y a las más notables de las monjas que
lo habitaron, como se pudo comprobar en una excavación, a cuyo
frente estuvo Rafael Nieto Medina, que sacó a la luz restos vestidos
con ropajes de la orden y adornos, como medallas y ornamento propio
de las dignidades superiores.
En la iglesia también hubo tumbas. El
fundador del convento, el caballero veinticuatro de Córdoba, Don
Juan Manosalbas, dispuso que se le enterrara allí, junto a su
esposa. Ello ha dado lugar a otro relato, como la que comentaba al
principio: la
leyenda de la Dama Blanca. Esto tuvo su origen en la
historia, presunta, de la fundación del convento, debida al
arrepentimiento de este señor por el asesinato de su mujer, a la que
creyó infiel. Fue fray Andrés de Guadalupe el que, en 1662, en su
"Historia de la Santa Provincia de los Angeles" mencionó
el hecho de que la fundación se debiera a ese arrepentimiento. Cosa
que, ya en el siglo XVIII,
fray Ambrosio de Torres en su "Palma Ilustrada"
consideraría como hecho cierto, a pesar de que esta primera mujer
fuese María Cabeza de Vaca, y la que le acompañara en su tumba
fuese Leonor Verdugo. No parece muy creíble que se le permitiese
semejante inhumación con la “beneficiada” por el uxoricidio.
Para colmo, la llamada Dama Blanca, que se aparece de noche vagando
por el convento y las murallas, según los y las que afirman que la
han visto, se trataría de la primera mujer, la asesinada, cuyo
cuerpo no descansaría en el monasterio. Que cada uno crea lo que
quiera.
El Hospital de San
Sebastián también tuvo su cementerio. Lo confirma la Bula del
Papa Julio II, de 1508, donde se estipula el gobierno y patronazgo
del establecimiento, solicitada por el conde de Palma, Luis
Portocarrero y su esposa Leonor de Girón de la Vega. En el traslado
de esta bula que se encuentra en el Archivo municipal, se recogen
entre otras disposiciones, las que autorizan a enterrar allí a los
pobres, los oficiales del Hospital y los criados, sin intervención
de la parroquia. Esta institución tenía capellán nombrado por el
Concejo municipal y los Condes, sin tutela del Obispado cordobés,
del que quedaban no sujetos a su jurisdicción, cosa que dio lugar a
numerosos pleitos. Un excelente trabajo de Rafael Nieto nos da cuenta
de algunos sucesos en particular.
El Monasterio de San
Francisco, cuyo origen está en ser enfermería del Convento de
Santa María de los Ángeles y el de San Luis del Monte, y que se
erigió junto a la ermita de la Virgen de Belén originaria,
seguro que también tuvo su campo-santo. En su iglesia actual, del
siglo XVII, vemos diversos enterramientos, por ejemplo los de la
familia Gamero-Cívico. Allí, mandó el tercer conde de Palma, Luis
Antonio Fernández Portocarrero, ser enterrado. La presencia de los
franciscanos es lo que ha dado lugar a que se le conozca como
parroquia de San Francisco, aunque no es su nombre oficial, ya que
éste conserva la advocación a la virgen que deriva de la primitiva
ermita de Belén, que allí se situaba. El convento de los dominicos,
el de Santo Domingo, posiblemente también tuviera el suyo,
aunque las múltiples reformas para adaptarlo a centro escolar no
dejaran huella.
Así llegamos a tiempos
en que por motivos de higiene (epidemias frecuentes) y también por
falta de espacio, el cementerio principal, el anejo a La Asunción,
se trasladó a las afueras, donde está el actual jardín de
El Parque. Allí estuvo hasta principios del siglo XX, cuando
se situó donde está el actual. En los años ochenta, por motivo de
unas lluvias torrenciales, el colector que une la Avenida de Santa
Ana, con la glorieta de El Parque, reventó y se hundió. Como las
lluvias no cesaban se hizo necesario achicar el agua hacia otras
alcantarillas de las otras vías, para poder reparar la tubería. Se
pidieron bombas para sacar el agua del socavón que se formó en la
calle Parque. Más de una vez se atascaron las bombas, pues los
restos óseos salían al exterior y averiaban las máquinas. Yo vi
más de un hueso asomar entre las aguas pestilentes. Era la prueba
evidente de la presencia del antiguo campo-santo.
El actual cementerio
de San Juan Bautista es el que casi todos conocemos y que ayer,
principalmente, fue visitado por muchos familiares en recuerdo de sus
parientes difuntos. Ha cambiado mucho en los años que tiene. Se dice
que la valla que lo rodeaba fue trasladada al Paseo Alfonso XIII,
para edificar la que lo delimita. No creo que fuese la del cementerio
de El Parque, porque las fotos de principios del siglo pasado y de la
República no muestran ese vallado de ladrillo y reja.
En él hay zonas
ajardinadas, servicios, arboleda (incluidos los clásicos cipreses),
además de tumbas excavadas en el suelo, nichos en edificios de
varios pisos, panteones. Recientemente se le ha dotado de columbario,
para depositar las urnas con los restos de las cremaciones, una
costumbre en auge. Junto a él se está edificando un
tanatorio-crematorio. Se ha ido ampliando y mejorando. De joven
recuerdo haber ido de noche, en estas fechas. El ambiente creado por
los farolillos funerarios, las velas y cirios o los braseros para
poder pasar la noche al raso, velando a los difuntos, era
sobrecogedor. Sobre todo teniendo en cuenta que entonces no había
alumbrado público interior. Como sorprendente fue la imagen de una
neblina brillante que vi también en aquellos tiempos, surgiendo por
encima, entre los cipreses, una tarde que estábamos practicando
deporte en las pistas del antiguo instituto de bachillerato. ¿Serían
los legendarios fuegos fatuos?
Sobre el o los
cementerios podríamos contar muchas cosas. Allí todo el mundo
termina yendo alguna vez, como visitante o como “habitante”.
Ceremonias multitudinarias o encuentros casi íntimos se han
producido allí. Hasta la polémica ha surgido por su causa, como la
instalación de la Cruz de los Caídos que había en la muralla, ya
sin placas ensalzando el golpe del 18 de julio. U otras placas que
cubrían las tumbas de quienes murieron a manos de los leales a la
República y que fueron cambiadas, con el beneplácito de sus
familiares, al hacer despectiva referencia a las “hordas
marxistas”. Es también uno de esos servicios del que no nos
acordamos o no queremos acordarnos, como me señalaba muchas veces, y
con razón por la queja, Pepe Martín, el administrativo-encargado de
nuestra necrópolis municipal.
El cementerio es
normalmente un lugar tranquilo, cuyo silencio es roto casi
exclusivamente por el canto de los pájaros o el murmullo de los
visitantes, normalmente respetuoso. No tiene por qué ser un lugar
tenebroso. Y también ha sido escenario de algunas bromas o anécdotas
como la de la botella de vino y el catavino que recibía, en lugar de
flores, el día de todos los santos, Agustín o su hermano
Juan José, los zapateros
de la calle Feria, y que conté el año pasado. Una simpática y
amistosa muestra de afecto, o una leyenda más que sumar a los
relatos que adornan este escrito.
Porque, aunque muchas
veces pensemos lo contrario, los cementerios no son lugares muertos.
Son lugares llenos de acontecimientos, de historias, repletos
paradójicamente de mucha vida.
Pues llavas razón ,más de uno se ha quedado alli encerrado.Mira te voy a contar una anecdota.
ResponderEliminarTenia yo unos 7 años ,y ya he cumplido73,habia una maestra en las escuelas del Parque(doña Araceli)corpulenta ella,siempre vestida de negro,con su moñoy creo recordar que tambien llevaba un velo de aquellos de luto.
Bueno, pues dicha maestra tenia por constumbre llevarnos cuando saliamos del colegio, algunas tardes,al cementerio.
Una de esas tardes se entretuvo mas de la cuenta y cuando fuimos a salir estaba cerrado.ya las tardes eran más cortas y casi no habia luz.La buena señora se montó en las rejas esas que habia antes y pasaba un cabrero y se puso a llamarlo.el pobre hombre al ver aquello alli montado tan negro,yo pienso que ni le dio tiempo a ver que era.Salio corriendo.
La historia termino que nuestras madres al ver que era de noche y no llegabamos(ibamos unas 5 niñas)empezaron abuscarnos y se dieron cuanta de la mania de dicha maestra en llevarnos al cementerio,asi que alli fueron a buscarnos pero con la mala sombra que tuvieron que venir al pueblo a buscar al ¨¨enterrao´que era como asi se le decia antes.Ya no recuerdo muy bien que ocurrió despues pero pienso que nuestras madres encima nos darian un buen tortazo......
.
PDT Mi gramatica no es muy buena pero *no di pa más*y no tengo un *negro^que me escriba.
Vaya, vaya, Carmela, ya sabía yo que esa historia era real y no una leyenda.
ResponderEliminarMuchas gracias, María. Ven cuando quieras. Aquí estaremos, porque durante unos meses, por las oposiciones, no podré moverme de aquí.
ResponderEliminarSaludos.
Fant'astico art'iculo paiasano. Gracias.
ResponderEliminarDe nada, anónimo paisano.
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