Retomo los paseos por la
Palma de etapas de mi vida anteriores, para hacer recuerdo de una
época muy importante, los cuatro años que pasé en el Instituto
de Bachillerato. Empecé a cursar estudios en este centro en
1976, después de dejar el Colegio San Sebastián. Fueron los años
de la adolescencia, una etapa crítica en la vida de las personas.
Por eso guardo recuerdos intensos y emotivos de ella. Fue la época
del despertar a la vida exterior, de forma abrupta, la de los
primeros amores y las primeras decepciones, esa en que te crees el
centro del universo, donde todo es fundamental, imprescindible, en la
que cualquier problema te parece que es de vida o muerte. También es
la etapa en que te encaminas por el futuro de tu vida, donde se
cimentan los elementos definitorios de tu personalidad, en la que las
amistades son las más sinceras, duraderas y profundas. Cuatro años
que me parecieron una vida entera. En este artículo no me puedo
extender en todos mis recuerdos, demasiados para ser relatados en un
formato como el del blog, por lo que me limitaré a dar algunas
pinceladas.
El instituto nació como
una sección delegada del Instituto Séneca de Córdoba en 1967, y se
independizó en el curso 1970-71. Entonces el bachillerato era
diferente, se entraba con menor edad que con la que accedimos los de
mi generación, y el curso de preparación a la universidad era el
PREU. Cuando empecé ya había desaparecido la vieja enseñanza
primaria en los colegios, siendo sustituida por la EGB (educación
general básica) que tenía ocho cursos, por lo que la entrada en el
instituto se retrasaba unos años. El bachillerato pasó a ser
denominado BUP (bachillerato unificado polivalente) y era de tres
cursos. Luego estaba el COU (curso de orientación universitaria).
Todos los cursos los aprobé sin ningún suspenso en el expediente, y
luego me examiné de Selectividad (“pruebas de aptitud para el
acceso a la universidad”) superándola con un 6.1 de nota media.
Entonces el centro se llamaba Instituto Nacional de Bachillerato de
Palma del Río (el INB), y posteriormente se le denominó InstitutoAntonio Gala, en 1982, pero yo ya no estaba allí.
Fotografía aérea, obtenida de la web del instituto |
Además de otras
novedades en el ámbito académico que la diferenciaban de la etapa
de la educación primaria, una de las de mayor impacto entonces fue
que el centro era mixto. Ya había conocido la presencia de
niñas en el San Sebastián, pero no compartíamos aulas, ni siquiera
formalmente eran el mismo centro, solo compartíamos el patio, que
estaba dividido por una línea imaginaria. En el instituto, niños y
niñas nos sentábamos en la misma clase, no había diferencias,
salvo en la educación física. Muchos profesores y profesoras
tuvimos aquellos años. En aquellos tiempos de precariedad, un
colectivo, el de los llamados “penenes” (por las siglas
PNN, profesores no numerarios), se distinguía claramente del cuerpo
de los catedráticos, y eso también tenía su repercusión,
tanto en el ambiente académico, como en el personal, y en las
relaciones entre alumnos y profesores. Y también tenía su
traducción política, pues eran los años vibrantes de la Transición
Democrática, y el instituto fue otro campo de batalla por las
libertades y la mejora de las condiciones de vida, entre socialistas,
centristas, comunistas, anarquistas y hasta fascistas. De muchos de
aquellos enseñantes guardo agradables recuerdos, de la mayoría. Mis
primeros docentes fueron Bartolomé, un cura de Hornachuelos al que
llamábamos, para su disgusto, “Bartolo”, que impartía Música,
Conchi, la mujer de Patricio de Blas (el director), que daba
Historia, Santiago Moncalián, de Matemáticas, y su mujer, a la que
llamábamos “Marichó”, de Ciencias Naturales, Antonio García
Chaves, de Educación Física, Rafael Caballero, el cura Rafa de la
parroquia de la Asunción, que nos dio Religión (entonces era
obligatoria, como algunos quieren imponer también ahora) en primero
y segundo, pues en tercero fue Gabriel Castilla el profesor.
En segundo y tercero
cursé EATP (siglas de las que no recuerdo su significado), materia
que se dividía en dos optativas: Hogar y Diseño. Yo escogí Diseño,
a pesar de que la mayoría se inclinase por Hogar, pues no tenía
para ellos ninguna dificultad. Me gustaba el arte y en tercero pasé
a Diseño Artístico, a pesar de que Juana Mangas, la profesora,
pensase que se me daba mejor el Diseño Industrial. Juana, además,
era una estupenda persona. Vivía en un piso de las hermanas Chacón,
en el edificio donde está la farmacia. En ese piso, por encima de la
antigua armería de Pepe “el gafas”, también vivieron Conchi y
Patricio de Blas, el director, que llegó a ser Subdirector General
de Ordenación Académica del Ministerio de Educación en los
gobiernos de Felipe González. El mismo Felipe pasó alguna jornada
en ese piso en aquellos tiempos, en la clandestinidad. También en
segundo de BUP cursé Física y Química, con Juana Márquez, una
veterana del instituto. Era severa pero no dura. Recuerdo que su
“ojito derecho” era Manolo Ostos, un clásico entre los alumnos
durante bastantes años, al que hacía salir a la pizarra siempre a
pocos minutos de sonar el timbre del cambio de asignaturas, con lo
que casi siempre se libraba de ser preguntado por la lección (y si
no era así, él se encargaba de entretenerse por el camino esperando
el timbre).
El antiguo edificio visto de la Avda de la Paz |
En Latín tuve a varios
profesores. Una fue Cristina, una psicóloga muy parlanchina que me
dijo una vez que yo era “descaradamente de ciencias”. Tal vez
fuese por mi manera de estudiar esa lengua, al “estilo de las
matemáticas”, como me decía mi compañero FranciscoJ. Fernández Cabanillas (“Fran”). Aunque otros
profesores pensasen que era “descaradamente” lo contrario. Cosas
de aquella absurda división en compartimentos estancos entre los
saberes de Ciencias y Letras, que nos obligaba a decantarnos ya en
tercer curso por una de las ramas. Cristina murió sin terminar el
curso, por un accidente de tráfico en sus vacaciones. Otro de Latín
fue Pepe Moya, que fue secretario del centro. Una vez le dibujamos
una abeja en la pizarra y él nos preguntó si aquello ere una
indirecta (le llamaban “la abeja Moya”, por el dibujo animado).
Otra anécdota curiosa fue cuando hicimos de autores. Pepe tenía la
costumbre de encargar trabajos de análisis y traducción de frases
de autores clásicos, para al día siguiente exponerlos en la
pizarra. Al grupo se le ocurrió traducir al latín la famosa frase
del cantante Ramoncín de su época punk: “soy el rey del pollo
frito”. La frase resultó así: “polli fricti rex sum”
y uno de nosotros salió voluntario al examen. Recuerdo que el grupo
de las “empollonas” protestó al ver la frase en la pizarra (“Don
José, Don José, esa frase no tocaba”) y el maestro miró y
tradujo en voz alta, sin pensarlo. Las carcajadas duraron varios
minutos. En COU también tuve latín, con Maribel, una historiadora
muy linda pero con los imprescindibles conocimientos de la materia
que le tocó impartir, por lo que nos volvimos “traviesos”.
Frecuentemente yo le corregía en sus explicaciones (entonces sí
había aprendido bastante de esta lengua) con lo que le alborotaba
las clases. Además estábamos pocos varones, la mayoría eran
mujeres, y eso hacía que nos envalentonáramos. Una de nuestras
costumbres era ir “a la mezquita” entre cambio de clases, eso
significaba ir al servicio (la “mezquita de Benamear”, de
ven-a-mear), para luego quedarnos en el pasillo de la entrada, con lo
que controlábamos el paso por tres direcciones (la puerta de
entrada, el pasillo de las aulas y la puerta del patio), sobre todo
el paso de las alumnas. Una vez, como de costumbre, nos ordenó que
fuésemos para la clase y nosotros nos retrasamos. Al llegar a la
puerta nos impidió entrar, muy enfadada porque siempre le tomábamos
el pelo. No hubo un solo varón ese día en clase de latín, todos
fuimos expulsados. La única “falta” que tuve en los cuatro años.
También se me dieron
bien otros idiomas, la lengua extranjera: el inglés. De esta
asignatura recuerdo especialmente a Lola, una chica especial, muy
divertida y marchosa, que terminó, no sé cómo, en un grupo
musulmán y se convirtió al Islam. Y eso que había sido comunista,
como otros miembros de los sucesivos claustros. En Matemáticas de
segundo es donde peor nota saqué en todo el periodo: un suficiente.
Como me pasó con Lengua y Literatura de tercero (algo raro, pues la
lengua se me daba muy bien). El profesor era Julián de las Heras.
Era buena gente, pero nos presionó demasiado en la parte final del
curso. El nivel general bajó mucho y por ello me decidí a no optar
por esta asignatura en tercero. En la Lengua y Literatura de segundo,
sin embargo, obtuve un notable. El profesor era Salvador Campillo, un
penene comunista, poco amigo del aseo personal, al que vi
posteriormente en Córdoba, cuando yo estaba ya en la Facultad de
Derecho y me dijo que se había quedado en paro. Una pena. Fue el que
nos dio a conocer al grupo Veneno
y a
esa maravilla de trabajo musical que hizo Amancio Prada
sobre los versos del Cántico Espiritual de San Juan de la
Cruz.
Vista del antiguo edificio desde el camino del cementerio. Al fondo otro símbolo perdido: el chimeneón |
Filosofía de tercero nos
la dio Antonio Montero (que también fue secretario). Un tipo
peculiar. A todo el que pasó por su aula le explicó su etapa de
sacerdote, su paso por Hispanoamérica, y su repentino abandono del
ministerio al ver a la que luego sería su mujer una vez, sentada en
una mesa camilla, con un niño en brazos “como la estampa de la
Virgen”, de la que se enamoró perdidamente, dedicándose a la
enseñanza después. Tras su muerte se le puso su nombre a una de las
aulas. En COU nos dio Filosofía un profesor, cuyo nombre no
recuerdo, que fumaba en pipa, delgado, calvo y algo encorvado, al que
llamábamos “el Oxford”, pues nos instruía en los comentarios de
texto filosóficos con el método de esta prestigiosa Universidad,
según refería una y otra vez.
De COU otro recordado
profesor fue Juan Aranda, que nos dio Historia del Arte. Tenía fama
de duro y muy conservador, algo que le diferenciaba de la mayoría
del profesorado. Pocos también fuimos los que nos arriesgamos a
cursar su asignatura. El mencionado anteriormente “Fran”,
Federico Navarro, actual decano de la Facultad de Ciencias del Trabajo
de la Universidad de Córdoba, y yo compusimos un grupo para
prepararnos las clases. Desde el primer momento formamos una piña
los tres, presentándonos voluntarios a exponer los comentarios de
“las manifestaciones artísticas”, es decir, de las láminas que
debíamos comentar en clase, relativas a los diferentes estilos
pictóricos, arquitectónicos o escultóricos, a través de la
Historia. Sobre todo cuando supimos de la amistad entre nuestro
profesor y Manuel Nieto Cumplido, el tío de Federico,
historiador y canónigo archivero de la Catedral de Córdoba. El
trabajo de fin de curso lo hicimos sobre la Mezquita y Medina
Azahara, para lo que contamos con material y las explicaciones en
vivo en la misma mezquita cordobesa del insigne canónigo, acompañado
de nuestro profesor. La “estrategia” resultó fructífera. En
COU, salvo en literatura que obtuve un Bien, las demás asignaturas
las superé con Notable.
De aquellos tiempos
recuerdo a muchos compañeros. Mis “primeras compañeras”, Chari
García Pando y Juana Bolancé, que se sentaban en las bancas de
delante, en primero, y Maribel Egea. También nos relacionábamos los que veníamos
del San Sebastián (Manolo Pérez, mi hermano Roberto, Salvador
Vázquez, Salvador Fuentes, José Ángel Carnicero, Antonio López Alonso, Salvador Caamaño) y otros que
habíamos conocido en otros tiempos (Federico Navarro, Antonio
Flores). Luego conocimos a los de fuera. El instituto tenía alumnos
de Hornachuelos, Almodóvar del Río, Fuente Palmera, Peñaflor y la
Puebla de los Infantes. Un grupo muy unido fue con alumnos de estos
dos últimos pueblos sevillanos (Antonio Mantero, Mariano Mantero,
“Juanito” Morgado, Paco Adarve Barco, Manolo Ostos, “Fran” F.
Cabanillas (éste de Hornachuelos, como su hermano Andrés), Pedro González Chincolla, Francisco J. Chica Carranza,
José Naranjo, Paqui Sosa, Inmaculada Sánchez Fernández, Mª Luisa Cruz, Inmaculada Velasco...), y de Fuente Palmera, Antonio Peña
Mohigefer. Otros palmeños con que empezamos a relacionarnos fueron
Pepe Lora, Leonardo Pérez, Mª Carmen Romero, Rafa Limones, Merche Collado, Mari
Carmen Navarro, Quini, Rueda, Berta Ceballos, Setefilla Saldaña, que se casó con Juan
Antonio Jerez, onubense hijo del director del Banco de Andalucía,
gran aficionado al karate y la música. Y muchos más que estaban en
otras clases de los mismos cursos o de cursos diferentes, como Mari Paqui, la
sobrina de Rafa el cura, con los que coincidimos en muchas
actividades.
Las antiguas dependencias, a la izquierda "La Moncloa" |
El viejo edificio de dos
plantas en forma de estrella octogonal se fue ampliando para acoger a
nuevos alumnos y dotarse de nuevos servicios. Así nació el edificio
al que llamábamos “La Moncloa” por ser de ladrillo visto y
parecerse a este palacio. Posteriormente se construirían nuevas
dependencias que ya no disfruté, como el gimnasio y pabellón
polideportivo, que por las tardes está abierto al público. Su
historia de más de 40 años se ha enriquecido notablemente hasta la
implantación de los nuevos planes de estudios, con la ESO y el
Bachillerato actual. Lo que ha dado lugar a un considerable aumento
de alumnos y profesores, que han obligado a hacer un nuevo edificio
adaptado a las nuevas exigencias. Pero eso es ya otra historia. La de
mi paso por allí se complementará en la segunda parte, que
publicaré próximamente, con anécdotas emotivas unas, tristes
otras, divertidas también otras, como las de el rayo, la meningitis
y las andanzas y luchas por una educación mejor.
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