Hace 224 años, el 14 de julio de 1789, se produjo la toma de la Bastilla. Aquella nefanda prisión que simbolizaba la opresión que sufría el pueblo, a manos de la monarquía absoluta en Francia. Una monarquía corrupta que despilfarraba y hacía caso omiso a las demandas ciudadanas, mientras el pueblo pasaba hambre. El poder lo ostentaba la nobleza y el clero. La burguesía y el pueblo llano solo podían contribuir al estado, pagando impuestos para atender los caprichos de los gobernantes. La ruina financiera y la crisis económica empeoró la situación, lo que provocó que las ideas ilustradas de libertad, democracia, derechos humanos, se extendieran. Con la toma de la Bastilla, tras el fracaso de los Estados Generales convocados por la corona, y la instauración de la Asamblea Nacional, que intentó boicotear la monarquía absoluta, el cambio de régimen estaba asegurado. El asalto a la prisión fue el detonante de la Revolución Francesa, que acabó con el llamado Antiguo Régimen.
De esto me he acordado hoy, tras la nueva entrega de los papeles de Bárcenas. Y el revuelo montado. Por la decadencia de nuestro país y su clase política. Y la del pueblo que la sostiene. Es lamentable que no haya reacción contundente ante el desmantelamiento del estado y la pérdida de derechos que estamos sufriendo. Eso pronostican todas las encuestas. Europa nos está relegando a ser el "bar y el hotel de Europa" para solaz de sus jubilados, mientras ellos se llevan nuestras mejores generaciones de estudiantes y científicos, para que trabajen por cuatro euros en sus países. Ni la agricultura, el tradicional medio de vida español, es ya un refugio para los desclasados, como aquellos que fueron expulsados de la construcción. Y nadie se mueve. La tenaz política del "ya escampará" de nuestro presidente del gobierno está haciendo estragos, tanto en la "res publica" como en la ciudadanía, hastiada, harta de que no se le haga el más mínimo caso, gracias a esa pesada losa en que se ha convertido la mayoría absoluta.
Aquí en España, desde hace decenios, se desprestigió la alternancia, a pesar de manosear obscenamente el término en los medios de comunicación. Solo cabía la destrucción del adversario político, para llegar al poder. El acoso y derribo de Suárez, primero, y de Felipe González, después, son la muestra palmaria de que aquí no gana nadie por sus méritos, sino por el demérito y la destrucción del contrario. Y así estamos. Con un enorme desprestigio de los políticos y una crisis institucional gravísima.
"Donde las dan, las toman", ese parece el único movimiento político que vemos. Embustes como el de que la culpa de la crisis financiera mundial fue culpa de Zapatero, por el matrimonio gay y el plan E, traen estos lodos. La política se ha convertido en un "y tú más" solo dirigido a desgastar al contrario, sin proponer alternativas válidas. Da igual ya que nuestro país sea "la chacha de la criada de Europa" o de Estados Unidos y sus aliados principales. Lo importante es el descarado enriquecimiento de algunos, que, a falta de reconocimiento y arrepentimiento, termina convirtiéndose en la causa de todos los males, y en el núcleo de todas las consignas políticas. "Ayer me mataste tú, hoy te mato yo". El cainismo tradicional de esta España que parece no aprender de su historia. Incluso hay quien se conforma con que los adversarios se queden en casa en las elecciones, aunque ellos obtengan poco respaldo, con tal de ganarlas. Eso es lo que nos han dejado. Para esto nos tienen amaestrados. Y nos han dejado impotentes ante esta política de tan baja calidad.
En abril clamé por la aparición de alguien que ocupara el papel de los intelectuales que impulsaron la instauración de la República. O el que representaron los ilustrados. Una lástima que no aparezca nadie por el horizonte que ofrezca la anhelada regeneración. Los partidos no están dando precisamente ejemplo. No se está a la altura de las circunstancias que vivimos. Incluso impiden que esa regeneración se haga realidad. Y la decepción es profunda y se extiende cada vez más. De ahí que me haya acordado de la fecha de hoy. Necesitamos una, aunque sea simbólica, "toma de la Bastilla". Un "nuevo régimen", democrático por supuesto, sin nuevos salvapatrias que nos opriman una vez más, que ilusione a la ciudadanía y nos saque del socavón en el que estamos.
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