En estos días pasados hemos recorrido una buena parte de la llamada "piel de toro", de la península ibérica. Ya iremos contando parte de nuestras visitas, repletas de jugosas vivencias. Hoy os voy a enseñar una curiosidad, una sorpresa, de entre otras varias, que encontramos en Palencia, la ciudad castellano-leonesa en que pasamos una primera etapa, tras un receso del viaje en Salamanca. Su catedral, a la que llaman "la bella desconocida" (que para nosotros dejó de serlo, y espero que para vosotros pueda serlo en breve), esconde muchas curiosidades y sorpresas. Una de ellas es una cuadro, con un ancho marco formando una caja alargada, junto a la puerta del museo de la catedral, con un frontal de cristal, que esconde una pintura aparentemente sin sentido. Es alargada como el marco y no se aprecian bien los trazos, ni los colores apuntan a algo concreto.
El secreto está en mirar por un agujero lateral. Al ver desde allí encontramos un retrato de un personaje famoso, concretamente de Carlos I de España y V de Alemania, el césar Carlos, el emperador. Eso nos dice, en latín, el rótulo que aparece en el interior de estuche. El cuadro está pintado con la técnica llamada anamorfosis, creando un efecto óptico, que obliga al espectador a adoptar una determinada postura si quiere contemplar lo pintado. Muchos nos acercamos al orificio para ver con claridad su contenido, volviendo sobre nuestros pasos con una sonrisa. Aquí os dejo las dos visiones que presenta: la apariencia y la sorpresa.
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