Como decía el 21 de septiembre pasado, el Diccionario Palmeño de la Parcelilla ha estado haciendo un paréntesis invernal en espera de abrir la temporada del bar Guerra. Pero como apuntaba en septiembre, hoy lo abrimos de nuevo “por razones de evidente urgencia o necesidad perentoria”, ya que hemos encontrado “palabras que sea menester comentar aquí.”
Llevamos unos días de intenso frío, con nevadas abundantes, aunque por ahora en Palma no ha nevado, como hace 3 años, pero el frío se hace notar, con heladas de madrugada incluidas, tan malas para las plantaciones. Y con el frío se propaga más fácilmente el virus de la gripe y se contagian los resfriados. Yo ya os comenté que la enfermedad me cogió de lleno a fines del año pasado, concretamente el domingo 28 de diciembre (menuda inocentada), obligándome a pasar el fin de año recogido en casita, tras la cena y una efímera copita con la familia. Y sigo soportando sus efectos.
Los enfermos colapsaron desde hace días los servicios de urgencia de los hospitales, aunque sepamos que contra los resfriados no hay medicamentos que lo curen, sino remedios para aplacar los molestos síntomas de la tos y el moqueo, o la fiebre, cuando se da ésta. Esta es una de las negativas consecuencias (que también las tiene) del Estado del Bienestar: el acceso universal a la sanidad ha provocado una muchas veces excesiva presencia de pacientes o “presuntos enfermos” en los servicios públicos de salud, evitable en muchos casos, que generan masificación y pérdida de calidad en la atención sanitaria, sobre todo en las urgencias, que pasan a convertirse en el punto de acceso “normal” del usuario (normalmente exageradamente asustado), generando más problemas de los debidos, que dañan la imagen del servicio público (cosa de la que se aprovechan los defensores de la asistencia sanitaria privada, para favorecer su negocio).
De pequeño, por razones familiares (mi padre era practicante, ahora llamados ATS-DUE, mi hermano Pepe médico y mi hermana Mari enfermera) he tenido mucho contacto con la medicina. Y una palabra que he oído mucho (y que me recordó hace días mi señora), sobre todo en épocas como ésta de epidemia gripal, era MERINGOTE. (“¿Estás malito?, pues tómate estos meringotes”.) He buscado el término en el Diccionario de la Real Academia de la Lengua Española y en el Diccionario de Uso del Español, de María Moliner, y no viene. Solo he encontrado dos referencias en internet, que lo relacionen con su significado al uso (otra es el nombre de un puerto de Bahía, Brasil), una en una página de formación de opositores, en un cuestionario, y la otra de un diccionario popular localista, concretamente de Cañaveral de León, pueblo de la provincia de Huelva, que sí lo define como medicamento.Parece que no es habitual su uso en otras latitudes, aunque sí en el habla popular andaluza se emplee.
Por estas razones de coyuntura (y porque estoy atiborrado de estos productos) hoy incluimos este vocablo en nuestro diccionario:
Meringote
1. Medicamento. Sustancia que, administrada interior o exteriormente a un organismo animal, sirve para prevenir, curar o aliviar la enfermedad y corregir o reparar las secuelas de esta.
Llevamos unos días de intenso frío, con nevadas abundantes, aunque por ahora en Palma no ha nevado, como hace 3 años, pero el frío se hace notar, con heladas de madrugada incluidas, tan malas para las plantaciones. Y con el frío se propaga más fácilmente el virus de la gripe y se contagian los resfriados. Yo ya os comenté que la enfermedad me cogió de lleno a fines del año pasado, concretamente el domingo 28 de diciembre (menuda inocentada), obligándome a pasar el fin de año recogido en casita, tras la cena y una efímera copita con la familia. Y sigo soportando sus efectos.
Los enfermos colapsaron desde hace días los servicios de urgencia de los hospitales, aunque sepamos que contra los resfriados no hay medicamentos que lo curen, sino remedios para aplacar los molestos síntomas de la tos y el moqueo, o la fiebre, cuando se da ésta. Esta es una de las negativas consecuencias (que también las tiene) del Estado del Bienestar: el acceso universal a la sanidad ha provocado una muchas veces excesiva presencia de pacientes o “presuntos enfermos” en los servicios públicos de salud, evitable en muchos casos, que generan masificación y pérdida de calidad en la atención sanitaria, sobre todo en las urgencias, que pasan a convertirse en el punto de acceso “normal” del usuario (normalmente exageradamente asustado), generando más problemas de los debidos, que dañan la imagen del servicio público (cosa de la que se aprovechan los defensores de la asistencia sanitaria privada, para favorecer su negocio).
De pequeño, por razones familiares (mi padre era practicante, ahora llamados ATS-DUE, mi hermano Pepe médico y mi hermana Mari enfermera) he tenido mucho contacto con la medicina. Y una palabra que he oído mucho (y que me recordó hace días mi señora), sobre todo en épocas como ésta de epidemia gripal, era MERINGOTE. (“¿Estás malito?, pues tómate estos meringotes”.) He buscado el término en el Diccionario de la Real Academia de la Lengua Española y en el Diccionario de Uso del Español, de María Moliner, y no viene. Solo he encontrado dos referencias en internet, que lo relacionen con su significado al uso (otra es el nombre de un puerto de Bahía, Brasil), una en una página de formación de opositores, en un cuestionario, y la otra de un diccionario popular localista, concretamente de Cañaveral de León, pueblo de la provincia de Huelva, que sí lo define como medicamento.Parece que no es habitual su uso en otras latitudes, aunque sí en el habla popular andaluza se emplee.
Por estas razones de coyuntura (y porque estoy atiborrado de estos productos) hoy incluimos este vocablo en nuestro diccionario:
Meringote
1. Medicamento. Sustancia que, administrada interior o exteriormente a un organismo animal, sirve para prevenir, curar o aliviar la enfermedad y corregir o reparar las secuelas de esta.
2. En plural, conjunto de potingues, mejunjes, pastillas o grageas, y jarabes u otras sustancias en solución o disolución que se nos daba de niños para calmar los efectos “de estar malitos” y así evitar que nos convirtiésemos en unos niños malos, latosos y molestos por causa de nuestras enfermedades. Que vaya lata que damos de niños, con quejas, llantos, lamentos y esa nuestra resistencia para tomarnos esos malditos brebajes, que tan mal saben. ¡Qué ganas tengo de curarme, rediós!
Cosas curiosas, muy curiosas.
ResponderEliminarSaludos!
Curiosas y hartantes. ¡Qué malos están los meringotes! ¡puaj!.
ResponderEliminarSaludos.