En este año 2014 se cumplen
100 del establecimiento de la
Farmacia Chacón. Esta farmacia, de la que he hablado en varias
ocasiones, es una veterana institución en Palma del Río. Recientemente la
web Palma del Río Info ha publicado unas entrevistas sobre esta farmacia, con varios de sus antiguos empleados y con
Sebastián, el sobrino de
Carmela Chacón, que también sale al final del reportaje. En éste se recoge someramente parte de la historia de la farmacia y se nombran a muchas personas que han pasado por allí. Pero se han dejado atrás a otras, por lo que aprovecho para, además de hacer el homenaje a esta centenaria botica, también reseñar a otros de los palmeños que prestaron sus servicios en ella.
La farmacia la funda en 1914
D. Sebastián Chacón Díaz, farmacéutico y funcionario de sanidad local, proveniente de Prado del Rey (Cádiz), junto con otro empleado nacido en dichas tierras. Ocupa un edificio con fachada neobarroca (protegida en el Plan General de Ordenación Urbanística), exento, como una isla en la zona comprendida ente las calles Portada, Travesía Alamillos y Alamillos. Encima de la farmacia está la vivienda, con entrada por la calle Portada. A su lado estuvo la
armería de José García, conocido por “Pepe el gafas”, que frecuenté de niño también. Por encima hay un piso que conocí alquilado a la profesora de Diseño del
Instituto de Bachillerato, Juana Mangas, y donde anteriormente vivieron otros profesores del centro como Patricio de Blas Zabaleta y su mujer Cochi, el director, que llegó a ser Subdirector General de Ordenación Académica del Ministerio de Educación en los gobiernos de Felipe González. El mismo Felipe pasó alguna jornada en ese piso en aquellos tiempos, en la clandestinidad, como ya comenté en otra ocasión. En esta parte del edificio, con entrada por la calle Alamillos 1 (entonces calle Presbítero José Rodríguez), estuvo en los años 60 la
Notaría, primero a cargo del notario Antonio Alarcón (que tuvo un accidente en una curva cercana a Moratalla, por lo que desde entonces se conocía aquella como la “curva del notario”) y luego de José Antonio García-Calderón, antes de su traslado a la Calle Cigüela, cerca de la Calle Sánchez (entonces Ruiz y Navarro) en los 70.
La farmacia la frecuenté mucho de
niño, cuando
José Domínguez Godoy,
mi padre, prestaba allí sus servicios de practicante: ponía inyecciones, realizaba extracciones de sangre para los análisis, realizaba curas, etc. Éramos también, como no, clientes de la casa, tanto en éste como en el segundo establecimiento que tenían en la
Calle Cigüela (más aquí por su cercanía). Buena parte de la jornada laboral la realizaba en sus dependencias, sobre todo después de su jubilación como
practicante titular de Asistencia Pública Domiciliaria en 1968, pues siguió trabajando para completar los ingresos necesarios para mantener su familia y que no aportaba la exigua
jubilación anticipada por imposibilidad física que tenía. En su rebotica participaba de las tertulias que allí se celebraban con los diversos asistentes, un lugar con una ventana que permitía observar con detenimiento toda la vida cotidiana que se desplegaba en la Plaza de España (entonces Plaza del General Sajurjo).
De niño no conocí, pues ya había fallecido, a Sebastián Chacón, pero sí a su viuda, Doña Ana, una mujer muy mayor en mis recuerdos. De carácter amable, siempre de luto y recluida en sus habitaciones por su mala salud. Al morir su marido se hizo cargo de la farmacia su hija Leocadia, la Señorita Leocadia o también la Señorita Leo, en boca de sus empleados y de mi padre. Leocadia Chacón Chacón, estudió farmacia en los años 50 en Madrid y fue la regente en el tiempo en que conocí de niño la botica. Era persona seria, pero amable y cariñosa con nosotros, estaba casi siempre en el interior de local con sus tareas de administración o de preparación de las fórmulas magistrales. Su hermana Carmen, Carmela, era y es (pues todavía vive, con 82 años de edad) persona alegre y dicharachera, y atendió la venta de productos farmacéuticos, junto a los mancebos, pues fue la única hija de Don Sebastián y Doña Ana que no estudió en la universidad. La señorita Leo falleció en 2003, siendo sustituida por Josefa Domínguez como regente, hija de Germán el del Remolino, que también ha fallecido no hace mucho tiempo a edad temprana.
Recuerdo haber visitado esta casa para alguna fiesta organizada por sus dueños y para ver a las dos “señoritas” y su madre, o con ocasión de estar allí alguno de sus familiares. Incluso pudimos ver el paso de alguna procesión de semana santa desde el balcón principal, creo recordar. Además de acompañar a mi padre, alguna vez, por sus tareas. Cosa que podía ocurrir en cualquier momento del día, pues era frecuentemente avisado, sobre todo en casos de urgencia, cuando algún vecino sufría una lesión u otro percance que necesitase de atención. Recordemos que en aquellos tiempos solo existía el ambulatorio de la calle Belén, y en un determinado momento no había atención de urgencias. Me han contado que hubo un caso en que lo llamaron para que fuese a la farmacia donde se encontró con el juez, el médico, el farmacéutico y un señor con una oreja colgando desprendida de la cabeza, pues se la habían cortado en una pelea. Mi padre tenia algo más de veinte años. Entre el médico y el juez decidieron que "el niño" (como le conocían en aquellos tiempos) le tenía que coser su apéndice auditivo. Con muchos casos similares tuvo que lidiar por aquellos años y después.
Otra persona que frecuentaba la farmacia fue el médico Don José Jiménez Molina, nombrado hijo adoptivo en junio de 1981, además de ostentar su nombre una calle de nuestra ciudad, en el barrio de “Las Palmeras” (Zúñiga). Persona de personalidad grave (según dicen por ser granadino) pero educada y excelente en el trato, que fue siempre servicial y dejó un magnífico recuerdo entre sus pacientes. Fue además nuestro médico de cabecera, al que acudíamos mucho de niños, para que nos atendiera por los percances lógicos de nuestras travesuras.
Cuando se jubiló Rafael Carrasco Torres, practicante titular, le sustituyó José Lorenzo Rodrigo Sales, en 1979. También prestó sus servicios en la Farmacia de Chacón, como mi progenitor. En 1981 nos mudamos de nuestra antigua casa de la calle José de Mora y fuimos vecinos de Lorenzo y su familia. Mi padre entabló relación con él, aconsejándole en sus tareas y llegó a regalarle alguno de sus útiles de practicante. Luego Lorenzo se integró en el personal de la Seguridad Social, al extinguirse los cuerpos de sanidad local con la Ley General de Sanidad de 1986. También compartí con él los 18 años que fue concejal en el Ayuntamiento de Palma del Río, y en 2011 fue nombrado hijo adoptivo, ya que nació en Valencia y se crió en Lora del Río, antes de trasladarse a Palma del Río.
Entre los varios empleados de la farmacia, durante este largo periodo de tiempo, conocí especialmente Eusebio López García, a Nicolás Franco González, y a Francisco López Rodríguez También a Rafael Lora López, hijo de Rafaela López, la de la miel de la calle Manga de Gabán (la calle “mangueta”), que trabajó allí recomendado por mi padre (cosa que me recuerda muchas veces y de la que está muy agradecido) antes de irse al Ejército del Aire. Y creo recordar a Nati, la segunda esposa de Rafael Carrasco Caamaño, el hijo practicante de Rafael Carrasco Torres.
Nicolás Franco, “Nico”, recientemente jubilado, era el menor de los tres mancebos. Siempre servicial y especialmente simpático, mi padre le
apreciaba mucho. Y nosotros también. Una excelente persona que me ha tratado con mucho cariño. Lorenzo Rodrigo trabó amistad con él. No puedo olvidar que él y
Lorenzo se ofrecieron para testificar en el proceso de jurisdicción voluntaria necesario para inscribir el fallecimiento de mi hermana
Sole en España, pues había muerto en Argentina, habiendo adquirido también la nacionalidad del país del Cono Sur americano. El cariño hacia mi familia se plasmó también de esta manera. Algo por lo que le quedo muy agradecido. Le está intentando proponer como
Rey Mago en la próxima Cabalgata, algo que le haría mucha ilusión. Y yo, por supuesto, lo apoyo. Se lo merece.
Francisco López Rodríguez “Currito”, estuvo primero trabajando aquí y luego pasó a atender la farmacia de la
Calle Cigüela, que montó la Señorita Leocadia. Es primo de mi hermano mayor, pues su padre era hermano de la primera esposa de mi padre, Soledad. Rafael López, el padre de Curro, fue detenido en Córdoba a principios de la Guerra Civil y allí murió en manos de los nacionales. El caso opuesto de su hermano Antonio, que fue asesinado en Palma en los sucesos de agosto de 1936, y cuya
imagen vemos en una fotografía que publiqué hace meses donde mi padre le está curando una pierna, viviendo entonces (pocos días antes de su ejecución) en la calle Barbera. Curro se crió con unos familiares y pasó joven a trabajar para la farmacia. Currito es persona simpática y amable, siempre servicial y se ganó la simpatía de los clientes, además de otras personas, pues en sus ratos libres hacía de
masajista del club de fútbol local. Y terminó su vida laboral en la botica que abrieron en la Avenida de la Paz, cuando cerraron la oficina de la calle Cigüela, pasando un tiempo ella, hoy ya sin servicio. También fue galardonado con el título de
hijo predilecto en junio de 2000.
Con esto cierro mi repaso por la historia de esta farmacia y algunos de sus personajes en este siglo de vida y actividad. Una farmacia entrañable, donde siempre se ha vivido una relación amistosa entre sus empleados y con los clientes, a los que siempre han ofrecido un trato amable, servicial y a los que han tratado como si fuesen de la familia. Algo que les ha granjeado el cariño y respeto de la clientela. No me queda más que enviar mis felicitaciones y desearle que duren otros 100 años más.