Celtibético
domingo, 31 de diciembre de 2023
lunes, 25 de diciembre de 2023
martes, 6 de junio de 2023
Las discotecas, de las pioneras a hoy día
Salón del Club Juvenil, con los aparatos de efectos luminosos que instaló la OJE. Foto del Archivo municipal. |
El Candil o Munsters Club. Entre otros, Antonio Peréz Limones, Conchi Vargas, Paqui Ruiz. Y Julio Lopera. Principios de los setenta. Foto de Manolín Fernández, cedida por Paqui Ruiz. |
En invierno existió durante unos años el Mesón El Candil, en la Calle Cuerpo Cristo, que en verano se trasladaba, como hemos dicho, al Paseo. Lo fundó el cura Don Tomás, Tomás Pérez, sacerdote que dejó una profunda huella en Palma y que murió en Villafranca hace años. El Mesón El Candil ocupaba una casa antigua con un bonito patio, donde edificaron la sala de baile y la barra de bar, al que se entraba por un largo pasillo. Tenía árboles y el sabor de una casa típica de la arquitectura popular palmeña. En la planta alta había una vivienda donde se alojó la familia Lopera, cuyos hijos fundaron la Imprenta Lopera con empleados de la antigua Imprenta de Leonardo Fijo. La discoteca tuvo varias épocas de vida, siendo gestionada por varias personas, entre otras, Antonio Pérez Limones y Manolín Fernández, los dos del grupo local de "música ligera" (como se decía entonces) Los Munsters, y con el nombre de Munsters Club fue conocida, desde entonces. Ahora permanece cerrada.
Otra discoteca o baile frecuentado era el de la Organización Juvenil Española, que compartía el edificio anejo al Ayuntamiento, entrando por al calle Ruiz Muñoz, con la Escuela Unitaria de Niños dependiente del Consejo de Protección Escolar del Frente de Juventudes que dirigía Antonio García Chaves. El salón del edificio disponía de salas de juegos, de lecturas, de televisión, etc, y era la sede de la OJE, que ofrecía sus actividades como los campamentos, excursiones, actividades deportivas o la famosa banda de cornetas y tambores, y era usado los fines de semana como discoteca, a la que asistíamos dando los primeros pasos como jóvenes "bailongos" los amigos del barrio y del instituto. En la Transición Democrática se abrió allí el Club Juvenil, gestionado por diversas asociaciones juveniles y culturales. Sus bailes se siguieron desarrollando en el salón principal, ocupando los disc-jockeys una parte que se había cerrado con una valla de ladrillo y reja en el zaguán de la entrada por Ruiz Muñoz. Djs fueron, por ejemplo, Francisco Gómez, "Quiquín", y mi hermano Roberto, amantes de la música y los aparatos eléctricos.
Caseta de verano de la OJE, luego del Club Juvenil. Foto del Facebook de Pepe Ortega. |
Entrada del Munsters Club en la Feria. Foto de Francisco Gómez, "Quiquín". |
Componentes del grupo Los Munsters. Foto del Facebook de Paqui Ruiz. |
Entrega de premios deportivos de Radio Palma en la terraza de Tato´s. Foto de M. Muñoz Rojo. |
En la calle Coronada, encontrábamos la discoteca Géminis, otra veterana, fundada por Rafael García Belmonte, que también fue Mesón, más tarde trasladado a la calle José de Mora, junto a la piscina que abrió en el antiguo solar de la casa que le vendió mi padre al principio de los años ochenta. Tuvo varias épocas, con otros gerentes, y ambientes (por ejemplo, fue disco-joven, en horarios vespertinos, sin servir alcohol, e incluso en horario nocturno abría desde los jueves). Ya cerró hace varios años.
Interior de la discoteca Géminis. Foto del Facebook de Paqui Méndez. |
Funcionaron además disco-pubs, como el Disco-pub Lord Byron, junto a la Pizzería Michelangelo, de Jesús Morales, dueño del pub del mismo nombre, pionero de los pubs en Palma y de muy grata memoria. Y otro en la calle Ana de Santiago. Además en la calle Río Seco funcionaron el Cubo´s (más tarde Coco Bongo) y El Patio (luego La Barraca).
Entrada actual del inmueble donde se ubicó el Mesón El candil. Foto del autor. |
El fenómeno de las discotecas fue menguando con el tiempo. Abrieron la Orange en las inmediaciones del Paseo, que creo que es la única que resiste. El botellón y el acceso a la música por internet y con baratos medios de reproducción han hecho que estos negocios dejasen de ser rentables en nuestro municipio (no en las zonas costeras y de gran afluencia turística, ni en las ferias, con las disco-casetas que sí proliferan). También los que frecuentábamos estos establecimientos nos hemos hecho mayores y hemos cambiado nuestras costumbres de ocio. Pero no está mal haber echado la vista atrás y haber recordado estos espacios que un tiempo fueron lugar de encuentro y diversión cada fin de semana de nuestras vidas.
(Artículo publicado en la revista de Feria de Mayo de 2023)
sábado, 31 de diciembre de 2022
¡Feliz año nuevo!
lunes, 26 de diciembre de 2022
Murió Francisco Santos, el de las tortillas
El domingo 25 murió, con 94 años, Francisco Santos, el regente de la taberna que hay junto a la Mezquita de Córdoba, la Taberna Santos, famosa por sus grandes tortillas de patata. Un local pequeñito al que muchísima gente acudía a degustar un pincho de su famosa tortilla de varios kilos, casi siempre fuera del local, haciendo largas colas, junto a los muros del también famoso antiguo templo musulmán cordobés de la época califal.
De joven, cuando estudiaba Derecho en la Universidad de Córdoba, fui muchas veces a esa taberna. Uno años viví en el piso de mi amigo Leonardo, con el que estoy en la foto, y la teníamos cerca. Su dueño era un tipo magnífico, de buen trato y su exquisita tortilla nos sirvió más de una vez de cena. Hablamos de hace más de 35 años (¡como pasa el tiempo!), pero todavía sigue existiendo. De esta foto hace más de once años, cuando Ana y yo fuimos a Córdoba a pasar el día, y nos encontramos con Leo, y degustamos su tortilla, recordando vivencias de juventud, como comenté en una entrada del blog.
Espero que su recuerdo, encarnado en su taberna y en sus tortillas, siga presente entre nosotros.
sábado, 24 de diciembre de 2022
jueves, 2 de junio de 2022
Zapateros y lateros en el recuerdo
En Palma del Río tenemos feria desde que, en 1451, el rey Juan II de Castilla concedió el privilegio a Martín Fernández Portocarrero, VI señor de la Villa, de organizar una feria libre y perpetua desde el 15 de agosto, celebración de la Asunción. Es decir, el rey nos otorgó el privilegio durante unos días de poder comerciar con nuestros productos y comprar los que nos trajesen otros foráneos, en tiempos donde la subsistencia era lo principal, en los que no existía la libertad que concede la economía de mercado. Esta feria, ganadera y agrícola fundamentalmente, fue ampliando su objeto y rodeándose de otras actividades festivas y lúdicas, que han terminado copando la mayor parte del tiempo de cada evento.
El origen de la Calle Feria está precisamente en la zona donde se desarrollaba antaño la feria comercial. En esta calle, que pasó a llamarse así en 1521, los bajos de los edificios estaban repletos de accesorias o locales donde abrían sus puertas multitud de establecimientos, proporcionando ingresos a los propietarios de los inmuebles, además de a quienes se instalaban allí. Las tiendas, bares o mesones y los locales de los artesanos llenaron de vida esta vía principal de Palma, hasta bien entrado el siglo XX, sumándose además las viviendas de los que ocuparon el antiguo arrabal extramuros de la zona noble, extendiendo el casco urbano con otras vías que desembocaban en esta calle y comunicaban nuevos asentamientos urbanos.
En mi niñez todavía había artesanos y otras personas que desempeñaban oficios hoy día muchos de ellos prácticamente desaparecidos. Hoy nos referiremos a dos de esos oficios que estaban presentes en aquel lugar, uno que pervive a pesar de todo y el otro ya olvidado.
Uno de mis recuerdos más entrañables es el de Agustín y Juan José, los zapateros de la calle Feria. Su zapatería, su taller de reparaciones de calzado estaba en una accesoria que había en la casa de la maestra Rosarito Rodríguez. Más de una vez llevé o recogí zapatos para repararles algún desperfecto en la suela (coserla si se había despegado o añadir “medias suelas” si estaban desgastadas), o pegarle el tacón, o para que los metieran en la horma y así ajustarlos mejor a nuestros pies. Desde que el ser humano bajó de los árboles y empezó a caminar erguido ha necesitado cubrir sus pies con calzado, para protegerlos. Así que los zapatos, zapatillas, sandalias, botas y otros elementos de la indumentaria para los pies han sido desde antiguo un artículo de primera necesidad, sobre todo en las zonas templadas y frías del globo terráqueo. De ahí que los cuidásemos y los zapateros fuesen los encargados del cuidado más esmerado y su reparación cuando sufrían algún daño que mermaba su funcionalidad.
La zapatería de Agustín y su hermano Juan José era un local pequeño, repleto de zapatos en las estanterías y por los suelos, y de los utensilios que usaban (martillos, clavos, cordones, betún, esos yunques pequeños donde martillear, las tijeras para cortar el cuero, las leznas, las tenacillas ...). El olor a cuero y betún era constante. Ellos estaban siempre sentados en sillas o bancos bajos, siempre reclinados, con unos mandiles para protegerse, y encorvados. Agustín era el más serio, y los recuerdo a los dos ya muy mayores afanándose siempre en su artesanal tarea.
Juan José era un cliente habitual de un bar ya desaparecido, con mucho encanto, también ubicado en la calle de la que hablamos, el “Bar El latero” que regentaba Manuel Godoy, “Manolo el latero”. El nombre venía por el hojalatero que había a continuación, cuyo establecimiento conocí de niño. Recuerdo los cubos de lata o similares, las aceiteras de latón, las lecheras, los jarrillos, las palanganas, regaderas, candiles ... apilados en lo que sería el portal de la casa. Eran otros tiempos en los que estos útiles domésticos y también empleados por otros oficios se hacían de hojalata y llamábamos lateros a quienes los fabricaban y también reparaban cuando sufrían abolladuras, se soltaba algún asa, se taladraba algún molesto agujero en la chapa, etc. Los plásticos no se habían impuesto, afortunadamente, todavía en nuestras vidas cotidianas, y los útiles de hojalata, además de adornar eran un complemento imprescindible.
En la fotografía de la comida (cedida por Francisco Godoy, “Pin”, sobrino de Manolo el latero) aparecen Miguel Santos (mi suegro), Juan José el zapatero, asomando a su lado, otros comensales, Manolo, el tabernero, en medio (bebiendo), y a su derecha, Agustín. Seguidamente a ellos, Salvador Caamaño y Almenara.
El bar era pequeño, pero ampliamente decorado como podemos ven en las fotografías, con la barra paralela a la fachada y con poco espacio para la clientela. El nivel del suelo estaba por debajo del de la calle, con lo que había que sortear un escalón para entrar y salir. Tenía en su fachada una ventana con una especie de barandilla, donde muchos clientes aprovechaban para apoyarse mientras se tomaban sus vinos y sus tapas, desde la calle, de tertulia con quienes estaban dentro del local. Esa imagen del “Romeo” tomando su copa frente al balcón de la “Julieta” (o más bien, “Julieto”) que hacía lo mismo asomada a la ventana se quedó para siempre en mi memoria. Y me hubiera gustado protagonizar dichas escenas, pero por mi edad no hubo muchas ocasiones. En otra fotografía de 1979, del Instituto de Patrimonio Cultural de España, podemos ver el estudio de Foto Rueda y a su derecha la fachada del bar con su ventana.
De niño era el lugar ideal para conocer las vicisitudes de liga de fútbol, ya que en una repisa que tenía por encima del frigorífico, y a lo largo de la barra, se mostraban banderines de los equipos, colgados y ordenados según la clasificación de cada jornada. Así, cada domingo, cuando mi madre nos llevaba de paseo, después de misa, pasábamos por allí y yo miraba impaciente por la ventana para saber cómo iba la liga y si mi equipo favorito de entonces iba bien clasificado, pues Manolo, diligentemente, cambiaba la posición de los banderines, una vez terminados los partidos. Un servicio más que prestaba a su clientela y viandantes, además de despachar tras la barra.
Manolo fue el primero en imponer un día de descanso a la semana, cosa que no ocurría en la hostelería palmeña hasta bien entrados los años setenta. Y también tuvo el primer televisor en color de este tipo de establecimientos. Entre la clientela que vemos en las fotos está Miguel Santos, amigo del dueño hasta bastante tiempo después de sus jubilaciones, cuando los veía muchas veces dando sus paseos, muchos de ellos fotográficos, pues ambos compartían la afición a la fotografía (y profesión también durante un tiempo de mi suegro), siendo las que publico del bar del archivo de El latero.
Del bar y sus clientes se pueden contar algunas anécdotas, como es natural de un lugar así. Algunas relacionadas con los zapateros de los que hablábamos al principio. Cuentan que cada año, por Todos los Santos, el nicho que hay en el cementerio de uno de esos zapateros, seguramente el de Juan José, en lugar de flores recibía la “ofrenda” de un catavinos y una botella de vino. Se sospecha que podían ser de un cliente con el que compartía tertulia y esparcimiento, o, tal vez, las llevara el mismo Manolo el del bar. Misterios no resueltos, quizá simple leyenda urbana, o entretenimiento de vecindario jocoso.
También me han contado por diversas fuentes que Juan José, que tenía un quiste grasiento, verruga o lobanillo en la nariz, un día perdió el equilibrio al salir del bar y tropezar con el escalón. Tal vez su agilidad no era ya la de un chaval y los efectos del refrigerio que se había tomado no facilitaban sus movimientos. El caso es que con el tropezón se cayó golpeándose el rostro con el bordillo de la acera, y el famoso lobanillo terminó, como si un diestro cirujano se lo hubiese extirpado de raíz, rodando calle abajo como una canica. Cuentan que se volvió al bar y “se curó la herida” con un nuevo vaso de vino, por el poder desinfectante del alcohol. Luego, cuando solo tenía la cicatriz en la nariz, bromeaba diciendo que el lobanillo lo había perdido gracias al “Montilla”.
Anécdotas divertidas que envuelven a los protagonistas de dos de los oficios más antiguos que se vieron por Palma, alguno, como la zapatería, todavía vivo. Otro ya solo presente en el recuerdo.
(Artículo publicado en la revista de Feria de Mayo)
viernes, 7 de enero de 2022
El colmenero o apicultor
Colmenas en huerta de La Pimentada, junto al antiguo embarcadero de la Barqueta (Foto del autor) |
Rafael Lora, con Mariano Rosa Castiñeyra y alumnos de apicultura (Foto Museo Municipal) |
Interior de colmena (Foto Museo Municipal) |
Desoperculando el panel de una colmena mediante un cuchillo o peine (Foto Museo Municipal) |
Prensa para sacar la cera (Foto Museo Municipal) |
Colmena silvestre en edificio (Foto Museo Municipal) |
viernes, 31 de diciembre de 2021
Feliz año nuevo