En dos entradas del año 2009 hacía mención de las
huertas de Palma. Concretamente en los post
“Norias y huertas” y en
“Encuentro familiar estival”, hablaba de la relación entre mi familia materna y este medio tan palmeño. En este último artículo, muy veraniego, comentaba una fotografía donde aparece mi abuela materna, Belén Nieto, ya viuda, con mis tíos Rafalito y Curro, y mis tías Ascensión y Belén, delante de un pozo, en una huerta. Una reunión familiar veraniega, tras la obligada dispersión de algunos miembros, en busca de mejores oportunidades de trabajo, que las que había en el campo. Esta era la fotografía.
Mis abuelos paternos vivían en el campo. Mi abuelo Sebastián Peso era hortelano, es decir, que vivía de cultivar y cuidar la huerta, aunque no era propietario de las tierras que trabajaba. Era ésta una forma habitual de gestionar las tierras, propiedad de grandes terratenientes. Una familia cuidaba la tierra, se encargaba del cultivo principal (olivos o naranjos, fundamentalmente), aunque hubiese mano de obra contratada para otras tareas (como la recolección), y vivía de un jornal y lo que podía cultivar de hortalizas o la cría de ganado (gallinas, cerdos...), en pequeña explotación, habitando en las tierras de las que se ocupaba.
Lo normal en los pagos de huerta palmeña era el sistema de propiedad, que condujo a la división de tierras en pequeñas explotaciones, por las sucesivas herencias, aunque jurídicamente no se diesen los pasos necesarios. Buenos problemas ha causado esto posteriormente, al no poderse demostrar la división y titularidad separada, por no existir escrituras de propiedad que las repartiesen entre herederos o que no diesen fe de las ventas entre ellos o terceros. Pero este, repito, no era el caso de mis abuelos. Ellos vivían en tierras de otros dueños. Eso hizo que se trasladasen en alguna ocasión de huerta, para encontrar mejores condiciones de trabajo. Es lo que menciono en el otro artículo, “Norias y huertas”, donde incluyo una fotografía de mi madre, con un grupo de vecinos de “El Higueral”, pago de huertas del grupo que envuelve el Genil y el Guadalquivir, donde vivió mi madre siendo ya joven. La fotografía es, además, interesante por estar hecha junto a una noria, de las que irrigaban esas tierras con aguas del Genil, siendo mi madre la que está situada a la derecha del grupo.
Antes, siendo ella una niña, vivieron el el pago de La Barqueta, llamada así porque uno de los accesos, desde el núcleo urbano, era cruzando el río con una barca. Otro camino a este pago era por carretera, pero había que subir por la Carretera de las huertas, ahora llamada, en mi opinión, de una forma algo cursi, de Los naranjales (desde que asumió su titularidad la Diputación), y luego desviarse y bajar por otro camino rural cerca del camino que lleva al cortijo El Alamillo, haciendo un gran trayecto.
En Palma del Río existen 13 pagos que dividen las huertas, que se pueden clasificar en tres grupos. Un grupo formado por las tierras que dan al Guadalquivir y el Genil: El Higueral, El Corvo, Las Delicias y Las Huertas de Belén. Otro de las que dan al Genil, junto al casco urbano y por el Oeste: El Pizón, La Chirritana, junto a Duque y Flores, por el Este. Y un tercer grupo de huertas, las más alejadas de la desembocadura del Genil: El Carrascal, La Pimentada, La Barqueta, El Rincón, Arriel, Pedro Díaz y La Graja. Algunos de estos pagos tuvieron en su día recursos suficientes: comercio (tienda y bar, y comercio itinerante), agua (de fuentes y pozos), colegio (en El Rincón o Pedro Díaz y La Graja), iglesia (en El Paguillo de Pedro Díaz). Para otros servicios debían ir “a Palma”. La Barqueta no tuvo tanta suerte. Mi madre me contaba que sus condiciones de vida eran muy simples y pobres. Recuerdo, por ejemplo, el recurso a la medicina natural y a las hierbas, salvo cosas más graves, para lo que debía ir al pueblo. Mi abuelo murió antes de nacer yo, y mi abuela, un año después, ambos por enfermedades no tratadas convenientemente.
Las comunicaciones eran fundamentales. Una red de caminos rurales conectaba las huertas entre sí y con el casco urbano, recorrida a pie, bicicleta, en bestias (mulos y burros) y en carro. Pero, como también el río estaba presente, las comunicaciones en barca tenían un papel importante. La Barqueta se llamó así porque, al no haber puente para sortear las aguas del Genil, había que cruzarlo en una barca de grandes dimensiones. Es la que vemos en la fotografía que encabeza este artículo. Había más en otros puntos, así como algún puente, como el de madera que unía La Chirritana y el camino de El Pizón, el puente de San Francisco Javier, mucho tiempo desaparecido después y hoy día sustituido por una pasarela metálica, situada sobre el pilar de piedra que quedó en medio del río. Era de propiedad privada entonces.
En la fotografía de la barca (de 1944, facilitada por Francisco Godoy) encontramos a miembros de la
familia Onieva, la de la
Cantarería de la que escribía la semana pasada. Vemos a Juan López y Rosarito Onieva, a Pepe Onieva (el de la fotografía del torno) y Belén Espejo, y a su hermana María, con otras personas. Los padres de Belén y María Espejo tenían una huerta en el pago de La Barqueta. Aparece un hombre con su burro aparejado, con los
serones o las
angarillas. Una de las mujeres sonríe mientras sujeta el
timón de la barca. Y se ve la
maroma o
andarivel que cruzaba el río, por donde se va desplazando a mano una especie de palanca, que va impulsando a la barca, de orilla en orilla. Al fondo vemos el talud por donde se subirán o bajarán los viajeros y sus carros o monturas, para subir al terreno o embarcar, según el caso. Se divisa algo que podría ser la vivienda del barquero, persona encargada del viaje, y pagada por los vecinos y usuarios.
La barca dejó de funcionar hace muchos años. Mi madre nos llevó a mi hermano Roberto y a mí a verla, de pequeños. Estaba semihundida en la orilla contraria a la del camino por donde entramos desde el casco urbano, continuación de la actual avenida que tomó su nombre, y que se pavimentó sobre ese camino, lindante con el antiguo Llano de La Era, en el actual límite entre el barrio de la Soledad y el del V Centenario. Años después fuimos por allí, paseando con unos amigos, y no recuerdo verla más. Seguro que desapareció en alguna crecida del río. Ya no era necesaria, pues la facilidad posterior para tener vehículos a motor, que hizo más cómodo el viaje y acortó el tiempo en llegar por el otro trayecto, hizo innecesaria la existencia de la barca. Como también el despoblamiento de este pago, como ocurrió con la mayoría, que ha pasado de ser usado para vivienda habitual de los hortelanos, a convertirse en zonas de segunda residencia y ocio actualmente, para los propietarios de las huertas y otros vecinos. Yo solo he visto usar una barca para cruzar el río, cuando las obras de reparación del tablero del puente de hierro del Guadalquivir, a principios de los años setenta, pues el intento de usar una cuando se reparó el tablero del puente de La Alegría, sobre el Genil, no cuajó debido a las críticas y fue sustituida por un puente provisional, sobre tubos de hormigón, mientras duraron las obras. Sabemos que hubo más, aunque ésta será la barca, la barqueta, más entrañable de nuestra historia.