jueves, 21 de mayo de 2009

Feria de mayo 09

Hoy comienza la feria de mayo en Palma del Río. El año pasado relaté algunas cuestiones sobre las dos ferias que tenemos aquí, la de primavera en mayo, y la de verano, la original, en agosto. La que da comienzo hoy, hasta el domingo (el lunes es fiesta local, pero no hay feria, es para descansar) tiene su origen en el siglo XIX, en 1886, cuando por una epidemia de cólera asiática no se realizó la feria de agosto el año anterior, al estar restringida la circulación de ganados. No quisieron perder la oportunidad de resarcirse de la pérdida de ventas, tanto de los productos agropecuarios, como de las diversiones y los beneficios de alojamientos, comidas, transportes, etc, y aprobó el ayuntamiento la celebración de esta feria de primavera, que de excepcional pasó a ser regular, y se ha venido celebrando hasta hoy día.

Esta feria se coge con muchas ganas, al haber pasado los fríos del invierno, tomando el Paseo con nuevos bríos durante todo el verano, hasta septiembre (y algo más, si el clima lo permite). De niños teníamos ganas de que llegara la feria, y tras ella, se acababan las clases por la tarde en el colegio, y el fin de curso estaba a la vuelta de la esquina. Las fotos que ilustran el artículo son una muestra de lo que, para mí, era ir de feria. En dos de ellas estoy con mi tía Adelina, una hermana menor de mi padre que ayudaba a mi madre en las tareas de la casa, durante mi niñez. En una se me ve con ella sentada detrás, en un aguaúcho con sillas y veladores de tijera (madera), y cajas con cascos de bebidas al fondo. Estos quioscos, o aguaúchos, eran los lugares tradicionales, además de las pocas casetas de entonces, para tomar un refrigerio.

En la otra fotografía estamos mi tía, mi hermano Roberto y yo, junto a un tiovivo, un aparato tradicional y común en ferias y parques de atracciones. Nos encantaba montarnos, en estas y otras atracciones, lo que nos permitía la economía de la época, siempre menos de lo que hubiésemos querido. Porque había que guardar para todos los días de fiesta y para otros menesteres, como el de la otra fotografía. En ella estoy con un juguete que me encantaba que me compraran: una escopeta "de tapones", como la llamaba. Era una rudimentaria escopeta de aire comprimido, de plástico, que funcionaba con un émbolo de alambre sobre un muelle que se tensaba hacia atrás y que, al soltarse por medio del gatillo, producía la presión que hacía saltar el corcho con el que se tapaba el cañón. Producía un sonido, como de un disparo, y el corcho se quedaba siempre a mano, pues estaba sujeto por un cordel a la escopeta. Así no se perdía entre las macetas de mi madre, aunque más de una vez intentáramos quitarle la cuerda para que pudiésemos "hacer blanco".

Al final del recorrido ferial (siempre corto, a nuestro juicio) tocaba pararse en otro de los sitios esenciales del ritual: el puesto de turrón. La feria, junto a las navidades, era la ocasión de comer turrón y otras golosinas, como almendras de azúcar, garrapiñadas, tiras de coco, etc. Una vez en cada feria, pues también el quiosco de churros era punto de encuentro con vecinos o familiares a la hora de volver a casa, para comprar las ruedas correspondientes o las patatas fritas artesanas, tan ricas y diferentes de las habituales en otros momentos del año.

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