Europa está moribunda. Esa es, en estos tiempos que corren, mi impresión. Lo de los pepinos españoles en Alemania lo demuestra. Es la lógica consecuencia de la deriva que vino con el abandono de la Constitución europea, síntoma evidente del desinterés de la mayoría conservadora por el proyecto europeo, tras la caída del muro de Berlín.
Solo el euro les interesó por reforzar el mercado intracomunitario y las economías nacionales. Y ni eso fue suficiente para unir a los diferentes estados miembros. Gran Bretaña no quiso entrar, España y otros países hicieron trucos de todo tipo para pasar el examen de entrada en la moneda única, como se ha venido comprobando ahora con los problemas financieros. Sin duda, el nuevo patrón monetario supuso un impulso a las economías internas de las viejas naciones-estado, al abaratar el precio del dinero, que empezó a circular sin trabas en el territorio comunitario. A diferencia de la mano de obra, a pesar del tratado de Schengen, puesto en entredicho ahora, por la inestabilidad migratoria, que encontró todo tipo de pegas para su establecimiento, más que para su circulación.
El crecimiento del ladrillo y la movilidad del crédito y la inversión fueron las claves de la expansión de una economía europea en permanente fragmentación. Y las medidas tomadas no iban encaminadas a reforzar los lazos entre los diferentes estados, sino más bien en intentar aprovechar el nuevo marco financiero para sacar tajada interna. Hubo un momento de euforia nacional, como vimos aquí con aquel “España va bien” de Aznar, que relegó la construcción europea a mero apoyo sin sentido solidario entre las economías de los diferentes estados miembros.
La integración de Rumanía y Bulgaria, abrió nuevos mercados y reportó una ingente cantidad de mano de obra barata, gracias a su situación menos favorecida (se les introdujo en el selecto club, con menos exigencias que anteriores naciones, como España y Portugal). Y con la trampa del periodo transitorio en que no se permitía trabajar, legalmente, claro, durante unos años, con lo que se fomentó el tráfico de mano de obra “sin papeles”, con jornadas más largas que las de los nacionales, con salarios a la mitad, sin negociación colectiva, sin seguridad social (perdón, sin cotizaciones empresariales a la Seguridad Social, que sí sostuvo el coste de la atención sanitaria gratuita), sin derechos, con hacinamiento en las viviendas...todo muy barato y rentable.
¿Para qué tanta unión europea, si el negocio era floreciente? Las políticas conservadoras coparon los gobiernos nacionales y unas instituciones europeas faltas de brío, de interés, sin apoyo popular, con abstenciones de campeonato en las elecciones, fomentadas por los que sí siempre votan. Y con una burocracia institucional absurda, improductiva e ininteligible para el ciudadano de a pie, como se plasmaba en el proyecto de Constitución abortada.
Y llegó el crack. La globalización hizo que la falta de control de los capitales permitiese a éstos circular sin trabas por todo el mundo. El rápido desarrollo financiero-inmobiliario atrajo al dinero que, procedente de fondos de inversión y de pensiones, necesitaba colocarse para producir beneficios a corto plazo. Pero el sistema tenía truco, y, cuando el castillo de naipes se vino abajo, nos dimos cuenta de que habíamos basado nuestro bienestar y crecimiento en bases ficticias. Empezó la crisis y sonaron las alarmas: ¡sálvese quien pueda! Los mercados pidieron su dinero, gastado en ladrillos inhabitables, o con hipotecas insolventes, en autos de lujo, en derroche de todo tipo. Y cada país se miró a sí mismo, intentado solventar sus problemas, a costa de los demás. Se empezó a hablar de los PIGS (Portugal, Irlanda, Grecia, España) como piezas de caza a batir para salvar los mercados nacionales de las economías más fuertes (Gran Bretaña, Francia, y, sobre todo, Alemania, la antigua locomotora de Europa).
Llegó el rosario de intervenciones, de sustos...de recortes, en mayo de 2010. Había que tranquilizar a los mercados, pues las instituciones europeas seguían “en sus problemas” y el dinero quería tranquilidad y, sobre todo, garantía de no perderse. La prueba de la inutilidad del entramado institucional europeo fue el no muy lejano nombramiento de sus cargos unipersonales (exteriores, economía, ¿alguien sabe de quiénes hablamos?). Los viejos líderes nacionales que impulsaron la Unión estaban fuera de combate (Helmut Kohl, François Mitterrand, Felipe González, Jacques Delors...) Y Alemania, dirigida por la nueva “dama de hierro”, la canciller Angela Merkel se dedicaba a arreglar sus problemas internos, al más puro estilo neo-liberal, nacionalista, machacando a los demás, para salvarse ellos.
Lo del pepino, decía al principio, es una prueba, un síntoma, un ejemplo claro. “Al perro flaco, todo se le vuelven pulgas” recordaba el viernes pasado. Y hablaba en mi post de una clara guerra comercial. Los hechos posteriores, desgraciadamente, me han dado la razón, en lo que solo era una intuición. Las muertes de Hamburgo no estaban causadas por la ingesta de pepino español. Pero rápidamente las autoridades alemanas se sacaron de la manga un argumento nacionalista para culpar a otros del desastre, y, de paso, “hacer caja”, fastidiando a los demás. Vieja política conservadora ésta, viejo problema comercial no resuelto con nuestros vecinos. Poco después han tenido que reconocer la verdad, aunque el daño ya estaba hecho.
La canciller Merkel debería pagar el daño causado, pero sigue escondida, guardando silencio. Esa indemnización es lo que están planteando los productores, los comercializadores y las autoridades españolas: que compense Alemania. Sin embargo, sus correligionarios hispanos vuelven a usar la ambigüedad calculada, dando pie a que algunos usen el oprobioso argumento moralista de la violación. “Es una pena que violen a esa muchacha, pero la verdadera culpable es la joven, que se viste de esa manera y va provocando”. Es lo que dice un argumentario interno del PP con otras palabras, doctrina que circula plasmada a la perfección por los comentarios y opiniones de los medios de comunicación que les sirven de apoyo: la culpa la tiene Zp, o, incluso, Rubalcaba, por no ser diligentes. Importan menos las pérdidas injustamente causadas, no importa castigar al culpable, cobarde, miserable y ventajista. Da igual mantener la coherencia y la supervivencia del experimento europeísta, en un mundo cada vez más parecido a una selva plagada de fieras salvajes. Importa sacar rédito político una vez más. Ya sabemos, es lo que hemos contado, que a la vieja derecha española, Europa siempre “le ha importado un pepino”.
2 comentarios:
Un ejemplo más del "patriotismo" del PP, por otra parte y a pesar de que ciertos partidos de ultraderecha florecen y cada país va a lo suyo es condición humana la globalización, para lo bueno y lo malo. Quizás tengamos ahora un traspiés pero creo que la unión de Europa a niveles ahora inimaginables acabará produciendose tarde o temprano.
No soy tan optimista como tú, Quinto Forajido. Llevamos demasiados años de "deconstrucción" europea. Y con la crisis ya ni se habla de proyecto común. Ojalá aciertes.
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