En todos los tiempos y territorios los humanos hemos buscado el lugar y la forma de dar rienda suelta a nuestra fogosidad, a nuestras necesidades carnales. Pero no todos hemos tenido siempre un espacio donde gozar en plena libertad, por no tener hogar propio u otras razones. Por eso en cada población siempre ha existido algún lugar apartado donde disfrutar con nuestra pareja, alejados de indiscretas miradas, ya sea pelando la pava o disfrutando de nuestras anatomías por puro placer. Son generalmente zonas alejadas de viviendas y lugares transitados. En nuestro pueblo hay varios de estos lugares conocidos,que van cambiando a medida que se ven frecuentados por mirones indeseados. Uno de ellos es el camino de El Corvo que lleva a varios pagos de huerta. De allí es la foto, que me ha pasado mi hermano Roberto. Se aprecia que es lugar de frecuentes lides amorosas y sexuales, ocultas de molestas interrupciones. Esa impunidad hace también que los residuos del fragor erótico nocturno se viertan sin control. Y eso, precisamente, es lo que motiva la queja del hortelano, que ha colocado el cartel. Ya que es él el que sufre la suciedad resultante. Es simpática su reclamación, pues no censura la fogosidad de los visitantes (la aplaude, e incluso admite que se tomen las lógicas precauciones para evitar resultados no queridos), sino la mala educación al dejar basuras. Una queja razonable y justa. No reprimamos nuestros deseos sexuales, pero no provoquemos molestias innecesarias a quienes dan cobijo a los lances amorosos.
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