
En estos días mucho se vuelve a hablar
del golpe del 23F. El 23 de febrero de 1981 yo estaba de vacaciones por los exámenes extraordinarios de febrero. Al compartir sede la Facultad de Derecho y la de Filosofía y Letras (la titular del edificio) en la judería cordobesa, en un viejo hospital, se suspendían las clases para dejar espacio para los exámenes. Como los de primero no teníamos, nos dieron vacaciones esa semana.
Mi padre compró el piso donde nos trasladamos, tras la venta de la casa donde nací, el 6 de febrero de 1981. Así que en esos días empezamos la mudanza, de forma progresiva. Mudanza que se terminó el sábado de la semana del 23, aprovechando que mi hermano Roberto venía de Sevilla y conseguimos un camión para el traslado de los últimos muebles (antes se trasladaron algunos, entre ellos la radio y equipo de música).
Yo entonces era miembro del
PCE, anteriormente vicesecretario político, (ahora llamado vicesecretario general) de la agrupación local, pero en ese momento miembro de la agrupación universitaria, al trasladarme a Córdoba.
La primera noticia que tuve de un posible
golpe de estado fue en las vacaciones de navidad, en el pub Lord Byron, de Jesús Morales, que se había enterado a través de la CNT. No hicimos caso. Los anarquistas siempre me habían parecido unos ilusos. Sin embargo, de esta conversación me acordaría esa tarde de febrero.
La tarde del lunes 23 mis padres se fueron de casa y no me enteré de algo hasta que puse un
transistor pequeñito, para saber cómo iba la investidura de Calvo Sotelo. Primero pensé que había algo raro, pues a la hora de la votación no había retransmisión, luego, cambiando de emisora, pillé algo que hablaba de guardias civiles en el congreso. Pensé en un
atentado terrorista, lógico con los acontecimientos previos (secuestros, atentados, manifestaciones con el anagrama de ETA, gritos y cantos para interrumpir al rey en Gernika...). Puse la televisión y no había noticias, solo programación infantil. En la radio seguía el
“apagón”. Pensé en un golpe de estado y me fui a esconder los documentos que tenía del partido, en el trastero de mi casa. Luego pensé que no serviría de nada si venían a por mí, no me iban a juzgar, no lo necesitaban y sabían de mis actividades públicas. Fue un momento de nerviosismo, pero no podía obtener noticias allí, solo con el pequeño transistor.
Me fui entonces a la sede de
Vientos del Pueblo, una asociación cultural a la que pertenecía, de clara tendencia izquierdista. El recibimiento despejó mis dudas:
música militar desde la radio que teníamos. Las caras de algunos amigos eran de lo más expresivas. Uno me informó: era
Tejero, el de la
Operación Galaxia, el que había secuestrado el congreso.
Desde allí fuimos a ponernos en contacto con gente de los partidos de izquierda. Las calles estaban desiertas. Entramos en el bar “Los novios”, establecimiento cercano a mi casa, y Manolo, su propietario (reconocido franquista, que tenía el retrato del general en sus paredes) miraba la televisión, mientras asentía al ver las noticias que daban, como reprimiendo su alegría, porque temía algo peor, una guerra. Nos fuimos y nos encontramos con una amiga del instituto, hija de un miembro del
servicio de información de la guardia civil (era la que me tenía al tanto, en tiempos de la clandestinidad, sobre lo que tenían de información sobre mí) y la acompañamos a las cercanías de la casa cuartel. Vimos, al pasar, como en el bar Guanche (cuyo empresario era un destacado y activo miembro de la extrema derecha local) había varios jóvenes como esperando instrucciones del dueño, que hablaba por teléfono con alguien. Eso no era precisamente tranquilizador.
Nos fuimos al Paseo, al bar Guerra, que era punto de reunión habitual de obreros y miembros del PCE, y que era el único abierto allí. Poca clientela había, y los camaradas que encontré era de la base, no había allí ningún dirigente. Se habían escondido documentos para salvaguardar identidades, sobre todo, y se quitaron de en medio los cabecillas, como pasó en otros grupos de izquierda (y, según parece, también destacados empresarios conservadores, que pusieron tierra por medio, temiendo represalias, como en la
guerra civil). Todo estaba en calma, a la espera recibir instrucciones. Carrillo y otros destacados dirigentes estaban secuestrados. Y la información no fluía como ahora, gracias a internet, la telefonía móvil, las televisiones privadas...todo era un monopolio en manos de un estado secuestrado por unos arribistas políticos.
Volví a mi casa sin poder hacer nada más que esperar acontecimientos. Mi padre, en un clima sombrío, me preguntó. “¿Sabes lo que ha pasado?”. Sí, le respondí. “Pues de casa no sales hasta que se aclare esto”. Nada, que si venían a por mí, no tendrían problemas en localizarme pesé, pero...¡que remedio!. Se acostaron pronto mis padres y yo me quedé viendo la televisión, ya que se volvió a informar al salir los militares de los estudios de TVE. Vi las varias películas de aventuras que emitieron, incluido también el mensaje del rey (algo se aclaraba). Cuando me acosté fue al conocer que
habían entrado militares en el congreso, creyendo que era para detenerlos, cuando en realidad era para unirse a ellos. Lo demás es ya conocido y yo me enteré de la rendición, tras ir a comprar pilas por la mañana, para mi pequeña radio, como muchos españoles hicieron al agotarlas para tener noticias, pues las cadenas improvisaron un servicio informativo independiente de emergencia, por el que la mayoría pudo estar mínimamente al tanto de lo que pasaba.
Unas
semanas después, en
Córdoba, al llegar a la sede del PCE, con un amigo, nos encontramos a algunos camaradas empaquetando otra vez documentos. Nos dijeron que de nuevo había llegado, por la misma fuente, los
anarquistas, la información de un
nuevo golpe. Y se preparaba todo, por si fuese verdad, volver a la clandestinidad. Algo hubo, pero lo más gordo fue el 27 de octubre de 1982, el día anterior a las elecciones que llevaron al PSOE al gobierno, por primera vez tras la guerra civil. Esta vez el gobierno de Calvo Sotelo lo abortó, al enterarse a tiempo. Esta victoria socialista, con el apoyo popular inequívoco, sirvió de freno a intentonas similares posteriores.
La
extrema derecha ha enredado mucho sobre la
autoría del golpe, gracias a que los golpistas intentaron engañar a sus compañeros de armas haciéndoles creer que era
una orden del rey, para ganar su adhesión. Ese día se dio la coincidencia de
varias intentonas, que intentaron aprovecharse por los diversos golpistas, por eso fracasó. De los que entraron en el congreso, muchos se libraron por el llamado
pacto del capó, por el que Tejero asumió la responsabilidad, aduciendo que muchos guardias civiles participaron confundidos, cumpliendo órdenes. Eso les garantizaba la
coartada “real”, para también buscar un motivo de culpar a otro. Por una
fuente muy cercana, bien informada por motivos profesionales, tuve conocimiento de que eso no era así. Los que entraron en las cortes sabían a lo que iban desde antes de montar en los autobuses, iban voluntariamente (por convicción ideológica), y tenían órdenes incluso de asesinar a Carrillo, Felipe González y Alfonso Guerra, entre otros. Si no terminaron su “trabajo” fue por el lío de órdenes que se cruzaron. El golpe fracasó
porque no había UNA cadena de mando, precisamente. Unos ejecutaron y otros intentaron aprovecharse (el bando de Alfonso Armada por un lado, y el de Miláns del Bosch por otro). Pero la mentira de los últimos enredó y paralizó a los primeros, impidiendo que el “efecto dominó” funcionase. De estas
mentiras incluso la
derecha “civilizada” ha intentado
aprovecharse, aceptando tácitamente la culpabilización del rey, del presidente de la Generalitat catalana en la transición, Josep Tarradellas (que habló alguna vez de “golpe de timón”), y hasta del
PSOE (por una entrevista que tuvieron Enrique Múgica y Alfonso Armada, cuando éste era gobernador militar de Lérida). La derecha siempre busca culpables fuera de sí, cuando surge un problema (y menudos problemas internos tenían luchando unos contra otros, provocando la salida de Suárez, con un congreso catastrófico que llevó a la ruina de UCD), como los tiene ahora con la
corrupción. Y con la
cobardía manifiesta de los golpistas han jugado también éstos, para sacar rédito político.
Aquello no volvió a repetirse con éxito, y España vio
consolidada su democracia, eso sí, condicionada por un anhelo de estabilidad que impidiera a aventureros por el estilo ilusionarse con convertirse en “salvadores de la patria”. Pero también es cierto que el precio que pagamos fue un
sentido más conservador y menos arriesgado que se impuso en la política nacional desde entonces, donde las reformas han venido ocurriendo de forma más pausada y prudente. Pues cuando se arriesga, como está pasando con algunas
reformas del Gobierno de Zapatero (matrimonio para homosexuales, educación para la ciudadanía, separación iglesia y estado real...), todavía se oyen voces pidiendo, algunas veces, que se vuelvan a oír los
"ruidos de sables", felizmente silenciados en la actualidad.