Hace 27 años estuve por primera vez en Italia. Era el mes de julio, en un viaje de jóvenes, heredero de los que se hacían a Francia, a la comunidad de Taizé, por semana santa, pero ya totalmente desligado de motivos religiosos. Por eso se hizo en verano, para hacer turismo, en vacaciones, aprovechando la experiencia en organizar viajes al extranjero por medio de fiestas, rifas y otras actividades recaudatorias que nos permitían contratar un autobús y pagarnos los alojamientos (en campings o albergues) y parte de la alimentación. Fue al único que me apunté, ya que para mí no tenía interés alguno la peregrinación religiosa que el encuentro de jóvenes, que allí se celebraba, suponía. Y fue una experiencia que, ahora, recuerdo con agrado, aunque también pasásemos las penalidades propias de esa forma de viajar (sin un duro apenas en el bolsillo, con tiendas de campaña y mochilas, pasando mucho hambre, durmiendo en el suelo...) que en estos momentos no repetiría.
En ese viaje pudimos ver, por primera vez, monumentos y otras obras de arte que conocía por los estudios de bachillerato y mis propias aficiones. Como no, las visitas a iglesias y catedrales, además del Vaticano, eran citas obligadas. Como decía, era verano, y el clima italiano no nos dio tregua, por lo que para moverse, sobre todo en horario vespertino, era fundamental llevar poca ropa. Yo usaba frecuentemente pantalón corto, camisetas y camisas, que muchas veces llevaba desabrochadas. Cuando empezamos el periplo por los templos llegó el problema. Nos encontramos que el recato al vestir era obligatorio: pantalón largo, los hombres; hombros tapados, las mujeres, como mínimo; y nada de minifaldas, camisetas de tirantes, y, ni mucho menos, el torso desnudo o con prendas desabrochadas. Para evitarlo, nos acostumbramos a llevar prendas en macutos o bolsas que nos colocábamos a las puertas de los templos y nos quitábamos a la salida. Eso era incuestionable. Recuerdo una discusión de un compañero con el portero de un templo, que le reprochó su semidesnudez, impidiéndole la entrada, y aquel le señaló un crucifijo, donde Jesús aparecía como habitualmente se le representa, solo vestido con un taparrabos, más o menos amplio, según la época histórico-artística de su elaboración. Si Jesús estaba con menos ropa, ¿por qué él no podía entrar con pantalón corto?. La respuesta no daba lugar a alegatos posteriores: "él era Dios", el turista no. Punto.
Viene esto a cuento de la imagen que motiva el post. En nuestra visita a Vitoria-Gasteiz (Álava) nos enseñaron la Catedral Nueva (no la vieja gótica Catedral de Santa María, para verla en obras, como me hubiera gustado; esa misma que dicen que inspiró a Ken Follett en su segunda parte del libro "Los pilares de la tierra", "Un mundo sin fin"), la catedral de María Inmaculada, un edificio moderno que no llegó a terminarse, aunque lo inauguró Franco en 1969 (lo que queda atestiguado por el escudo que reproduce la fotografía) y que actualmente no se usa para el culto de forma normal, solo para museo diocesano. Allí reparamos en este Cristo, cubierto con un ligero taparrabos, que nos recordó a un moderno y lujurioso tanga. Menuda frivolidad, ¿no?. Tan minúscula vestimenta, ¿era adecuada?. No pudimos preguntar a nuestra guía, pero me parecía raro que una figura así adornase un templo, precisamente inaugurado por el Generalísimo de la Cruzada. Ahora bien, y es que, ya lo dijo aquel cancerbero italiano, "Él es Dios", y no le afectan las normas del decoro. O cualquiera se las impone....
2 comentarios:
Buenas, muy buen blog!
Te invito a que visites nuestro blog y que luego consideres darnos tu voto en la sección SOLIDARIOS.
Damos de comer a los jóvenes que viven en la calle y el premio redundaría en beneficio de ellos.
Gracias por tu valioso tiempo!!!
Paula y Manuel
www.elmacarronsolidario.blogspot.com
Muchas gracias. Me pongo a ello. Un saludo solidario.
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