miércoles, 19 de agosto de 2009

El contraste de los tiempos


Los restos de la cultura de nuestros antepasados más remotos emergen muchas veces como monumentos decorativos en alguna glorienta, área de descanso o jardín, como el que vemos. Desprovistos de su significado de nacimiento, injertados en nuevos espacios humanos.

Un dolmen ubicado en una pradera de césped, de igual manera que se podía haber colocado un juego de niños (un tobogán, unos columpios...). Casi nadie repara en su presencia. ¿Era real o una recreación moderna en el jardín de un aparcamiento?. ¿Eran conscientes de su valor, si era original, los que lo respetaron situándolo entre ruidos de vehículos, gases contaminantes, manchas de grasa, una minúscula gasolinera aparentemente abandonada?. No lo sabremos. Allí estaba, sin embargo, soberbio, inmune al paso del tiempo, cumpliendo tal vez el papel que le reservaron quienes, hace miles de años, lo edificaron en aquel lugar del Pirineo navarro. Buscando la inmortalidad o el recuerdo perenne de quienes fueron alojados en él.

A pesar de lo que los nuevos moradores del lugar hayan hecho luego: la antena de televisión, cuya sombra se dibuja encima de la del tendedero de las ventanas del edificio moderno, sobrevuela su espacio, como amenazante, apuntando al culpable del delito. Del delito de durar, de prolongarse eternamente, de no pasar rápidamente, como las imágenes del aparato catódico, o las de las modas que dejan viejo algo recientemente creado. Allí seguía, sin hacernos caso. Eterno.

3 comentarios:

Francisco Javier Domínguez Peso dijo...

Sí, seguro que alguien ha estado tentado en convertirlo en piedras con las que hacer la solería o el tejado de su casa. Al menos lo han conservado. Repito, si es real, que lo mismo lo ha construido algún albañil del ayuntamiento, para dar lustre al jardín.

Besos.

Anamari dijo...

Comimos muy bien en Isaba. Y la temperatura, fantástica, nos permitió un paseito para bajar la comida a las cuatro de la tarde.

Francisco Javier Domínguez Peso dijo...

Di que sí, Anamari. Lo mismo que ahora aquí, que a las dos ya no se puede estar en la calle de la caló que hace.