
Con el tiempo, no obstante, llegó la educación (o la domesticación), los modales menos ásperos y el comportamiento más refinado, hasta sibarita. Pues descubrió en el convite de la primera comunión de su hermano mayor el placer del marisco. Eso sí, convenientemente desprovisto de sus caparazones y cáscaras, para lo que me buscaba con insistencia: para pelarle las gambas y los langostinos que él se comería. Entonces le recordé yo sus anteriores comportamientos, exigiéndole como condición, para que le ayudase, que no volvieran a repetirse esas acometidas. Entre risas accedió, al recordarle el adjetivo que le impuse entonces, y me confirmó su gusto por los crustáceos. De ahí que el “palabro” sumase un nuevo significado: el gusto por el marisco, especialmente las gambas. Muy apropiado, pues si quería comida, era necesario no meter la pata, o lo que es lo mismo, no “meter la gamba”. Hemos, pues, de definir este nuevo término, como entrada en nuestro Diccionario Palmeño de la Parcelilla:
gamburro.
1 .m. sust. adj. Niño u hombre travieso y obstinado, que además se comporta como un animal de carga, por su tozudez, rudeza y modales poco refinados.
2. m. sust. adj. El anterior, si además, comparte el gusto por el marisco con personas de gustos más cultivados que él en las artes gastronómicas, demostrando su salida del mundo incivilizado.
3. m. sust. adj. colq. Todo lo anterior si se da entre familiares o amigos, convirtiéndose entonces en un epíteto cariñoso, entrañable y nada ofensivo, como solemos hacer los andaluces con algunos calificativos: "¡vente pa'cá, gamberro, gamburro!"
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