“¡Arrepentíos, el fin del mundo está cerca!”. Esta frase es una de las típicas que se oyen en algunas películas americanas, sobre todo ambientadas en Nueva York, en algunas grandes avenidas o en el famoso Central Park. Un personaje típico es el predicador chiflado, subido a un cajón, a modo de púlpito improvisado, mientras grita esta frase apocalíptica, blandiendo una biblia como si de la espada de un arcángel se tratara. No es raro, muchos de los inmigrantes que crearon esta nación norteamericana eran cristianos heterodoxos que huyeron de Europa cuando las guerras y persecuciones religiosas se pusieron de moda, al amparo de reformas de todo tipo que surgieron en el viejo continente, como en los primeros tiempos del cristianismo. Y muchos de estos nuevos credos perseguían conseguir adeptos, preparados para la inminente vuelta de Cristo a salvar a los píos y condenar a los infieles.
En los últimos años, con la mil veces repetida crisis de valores, profetas de todo tipo hacen negocio prediciendo catástrofes, ya sea a través de horóscopos varios, lecturas interesadas de supuestos visionarios, como Nostradamus, conjunciones o eclipses planetarios (como en la antigüedad), rituales exóticos, o descubrimientos científicos o arqueológicos, reinterpretados, para conseguir siempre el mismo fin: que la parusía (Advenimiento glorioso de Jesucristo al fin de los tiempos) está a punto de suceder, como esperan desde hace más de 2000 años los seguidores de Jesús de Nazaret, en busca de la salvación. El fin del mundo como obsesión.
La última predicción es la que recoge la película 2012. Una típica película de catástrofes, al estilo americano, donde la excusa es la supuesta profecía maya que dicen algunos que se va a cumplir dentro de algo más de tres años. Los mayas fueron una civilización importante en el ámbito centro-americano. Tenían grandes conocimientos de astronomía y matemáticas, poseían un sistema de escritura jeroglífico y construyeron monumentales edificaciones. Entre estos jeroglíficos se han encontrado textos que hablan de unos ciclos temporales diferentes a los de nuestra cultura. Uno de esos ciclos terminará el 22 de diciembre de 2012, pero se iniciará otro ciclo largo de más de 5000 años. Los mayas no creían que llegaría el fin del mundo, como se entiende en occidente, donde concebimos el tiempo como una sucesión lineal de periodos (días, meses, años, siglos) con principio y fin, sino en un tiempo cíclico. Por eso no previeron un fin de los tiempos, sino un fin de ciclo (como un fin de año, tras el que viene otro año). Lo más interesante ese día será la conjunción planetaria entre Marte, Saturno y Júpiter, por lo que podrá verse como un gran planeta en el firmamento por el efecto de la superposición. Pero ni los mayas advirtieron del fin del mundo, ni éste vendrá. Una pena.
Lo cierto es que estas curiosidades provocan miedo entre los crédulos y débiles mentales. Los milenios (ya contamos dos desde que se decidió fechar la historia desde el supuesto nacimiento de Cristo) han levantado polvaredas. En la Edad Media, al acercarse el primer milenio, muchos se prepararon para el advenimiento del fin del mundo, por ser una fecha con un número “mágico”, sugerente, que daba lugar a todo tipo de interpretaciones. Se nos cuenta que la vuelta del Mesías ocurriría antes de transcurrir una generación, pero pasado el tiempo (sin el advenimiento) estos fenómenos extraños, como los eclipses, conjunciones planetarias y fechas simbólicas, ocuparon el lugar del acontecimiento prometido. También pasamos al siglo XXI, entrando en el tercer milenio, y la vida sigue siendo prosaicamente aburrida, sin catástrofes especiales. Hasta el cambio climático es cuestionado por algunos de lo lento que van produciéndose sus efectos. El vacío espiritual de muchos se llena ahora con religiones venidas de ultramar (orientales, animistas, santería...), impulsados por la zozobra que provoca la incertidumbre económica presente, como ocurría antaño. Y el mestizaje religioso hace su aparición buscando adeptos, cansados de la vida material y de dogmas sabidos. El caldo de cultivo, también para la catástrofe artística, está servido.
El cine, que busca siempre el factor entretenimiento y el factor sorpresa, para enganchar a los espectadores, ahora se ha acordado de los mayas y de su calendario, algo exótico, como decía. Y al más puro estilo americano, protestante, milenarista y evangélico-apocalíptico, nos “coloca” esta supuesta profecía, como argumento para llenar metros de celuloide con imágenes espectaculares de terremotos, maremotos, hundimientos de edificios, carreras, y toda la parafernalia típica del cine hollywoodiense. Los efectos especiales, gracias a la informática, serán espectaculares, pero a mí no me atrae un panorama como este, demasiado superficial.
¡Arrepentíos!, sí, los que busquéis algo serio o clarificador, los que busquéis respuestas a vuestros temores, que yo no me arrepentiré de no ver esta patochada fílmica, una simple película de aventura más. A fin de cuentas, si los mayas hubiesen sido unos buenos profetas, seguro que habrían podido evitar que su civilización no hubiera desaparecido, perdida en la selva. Lo habría adivinado y, por tanto, se habrían anticipado. No les pasaría como en el chiste del adivino, que al llamar un cliente a la puerta de su consulta, preguntó “¿Quién es?”. Y el otro contestó: ¿Qué quien es?, ¿no lo sabes?, ¡menuda mierda de adivino!. A menos que creamos que los mayas se quisieran suicidar. Pero este es otro cantar.
2 comentarios:
muy buena reflexión y muy buena la sincronía...
un abrazo compañero...
Muchas gracias, compañero, sigue así en tu blog y en tu vida. Un abrazo
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