domingo, 3 de marzo de 2013

Paseos por la Palma de la juventud: El instituto (primera parte)



Retomo los paseos por la Palma de etapas de mi vida anteriores, para hacer recuerdo de una época muy importante, los cuatro años que pasé en el Instituto de Bachillerato. Empecé a cursar estudios en este centro en 1976, después de dejar el Colegio San Sebastián. Fueron los años de la adolescencia, una etapa crítica en la vida de las personas. Por eso guardo recuerdos intensos y emotivos de ella. Fue la época del despertar a la vida exterior, de forma abrupta, la de los primeros amores y las primeras decepciones, esa en que te crees el centro del universo, donde todo es fundamental, imprescindible, en la que cualquier problema te parece que es de vida o muerte. También es la etapa en que te encaminas por el futuro de tu vida, donde se cimentan los elementos definitorios de tu personalidad, en la que las amistades son las más sinceras, duraderas y profundas. Cuatro años que me parecieron una vida entera. En este artículo no me puedo extender en todos mis recuerdos, demasiados para ser relatados en un formato como el del blog, por lo que me limitaré a dar algunas pinceladas.

El instituto nació como una sección delegada del Instituto Séneca de Córdoba en 1967, y se independizó en el curso 1970-71. Entonces el bachillerato era diferente, se entraba con menor edad que con la que accedimos los de mi generación, y el curso de preparación a la universidad era el PREU. Cuando empecé ya había desaparecido la vieja enseñanza primaria en los colegios, siendo sustituida por la EGB (educación general básica) que tenía ocho cursos, por lo que la entrada en el instituto se retrasaba unos años. El bachillerato pasó a ser denominado BUP (bachillerato unificado polivalente) y era de tres cursos. Luego estaba el COU (curso de orientación universitaria). Todos los cursos los aprobé sin ningún suspenso en el expediente, y luego me examiné de Selectividad (“pruebas de aptitud para el acceso a la universidad”) superándola con un 6.1 de nota media. Entonces el centro se llamaba Instituto Nacional de Bachillerato de Palma del Río (el INB), y posteriormente se le denominó InstitutoAntonio Gala, en 1982, pero yo ya no estaba allí.

Fotografía aérea, obtenida de la web del instituto

Además de otras novedades en el ámbito académico que la diferenciaban de la etapa de la educación primaria, una de las de mayor impacto entonces fue que el centro era mixto. Ya había conocido la presencia de niñas en el San Sebastián, pero no compartíamos aulas, ni siquiera formalmente eran el mismo centro, solo compartíamos el patio, que estaba dividido por una línea imaginaria. En el instituto, niños y niñas nos sentábamos en la misma clase, no había diferencias, salvo en la educación física. Muchos profesores y profesoras tuvimos aquellos años. En aquellos tiempos de precariedad, un colectivo, el de los llamados “penenes” (por las siglas PNN, profesores no numerarios), se distinguía claramente del cuerpo de los catedráticos, y eso también tenía su repercusión, tanto en el ambiente académico, como en el personal, y en las relaciones entre alumnos y profesores. Y también tenía su traducción política, pues eran los años vibrantes de la Transición Democrática, y el instituto fue otro campo de batalla por las libertades y la mejora de las condiciones de vida, entre socialistas, centristas, comunistas, anarquistas y hasta fascistas. De muchos de aquellos enseñantes guardo agradables recuerdos, de la mayoría. Mis primeros docentes fueron Bartolomé, un cura de Hornachuelos al que llamábamos, para su disgusto, “Bartolo”, que impartía Música, Conchi, la mujer de Patricio de Blas (el director), que daba Historia, Santiago Moncalián, de Matemáticas, y su mujer, a la que llamábamos “Marichó”, de Ciencias Naturales, Antonio García Chaves, de Educación Física, Rafael Caballero, el cura Rafa de la parroquia de la Asunción, que nos dio Religión (entonces era obligatoria, como algunos quieren imponer también ahora) en primero y segundo, pues en tercero fue Gabriel Castilla el profesor.

En segundo y tercero cursé EATP (siglas de las que no recuerdo su significado), materia que se dividía en dos optativas: Hogar y Diseño. Yo escogí Diseño, a pesar de que la mayoría se inclinase por Hogar, pues no tenía para ellos ninguna dificultad. Me gustaba el arte y en tercero pasé a Diseño Artístico, a pesar de que Juana Mangas, la profesora, pensase que se me daba mejor el Diseño Industrial. Juana, además, era una estupenda persona. Vivía en un piso de las hermanas Chacón, en el edificio donde está la farmacia. En ese piso, por encima de la antigua armería de Pepe “el gafas”, también vivieron Conchi y Patricio de Blas, el director, que llegó a ser Subdirector General de Ordenación Académica del Ministerio de Educación en los gobiernos de Felipe González. El mismo Felipe pasó alguna jornada en ese piso en aquellos tiempos, en la clandestinidad. También en segundo de BUP cursé Física y Química, con Juana Márquez, una veterana del instituto. Era severa pero no dura. Recuerdo que su “ojito derecho” era Manolo Ostos, un clásico entre los alumnos durante bastantes años, al que hacía salir a la pizarra siempre a pocos minutos de sonar el timbre del cambio de asignaturas, con lo que casi siempre se libraba de ser preguntado por la lección (y si no era así, él se encargaba de entretenerse por el camino esperando el timbre).

El antiguo edificio visto de la Avda de la Paz

En Latín tuve a varios profesores. Una fue Cristina, una psicóloga muy parlanchina que me dijo una vez que yo era “descaradamente de ciencias”. Tal vez fuese por mi manera de estudiar esa lengua, al “estilo de las matemáticas”, como me decía mi compañero FranciscoJ. Fernández Cabanillas (“Fran”). Aunque otros profesores pensasen que era “descaradamente” lo contrario. Cosas de aquella absurda división en compartimentos estancos entre los saberes de Ciencias y Letras, que nos obligaba a decantarnos ya en tercer curso por una de las ramas. Cristina murió sin terminar el curso, por un accidente de tráfico en sus vacaciones. Otro de Latín fue Pepe Moya, que fue secretario del centro. Una vez le dibujamos una abeja en la pizarra y él nos preguntó si aquello ere una indirecta (le llamaban “la abeja Moya”, por el dibujo animado). Otra anécdota curiosa fue cuando hicimos de autores. Pepe tenía la costumbre de encargar trabajos de análisis y traducción de frases de autores clásicos, para al día siguiente exponerlos en la pizarra. Al grupo se le ocurrió traducir al latín la famosa frase del cantante Ramoncín de su época punk: “soy el rey del pollo frito”. La frase resultó así: “polli fricti rex sum” y uno de nosotros salió voluntario al examen. Recuerdo que el grupo de las “empollonas” protestó al ver la frase en la pizarra (“Don José, Don José, esa frase no tocaba”) y el maestro miró y tradujo en voz alta, sin pensarlo. Las carcajadas duraron varios minutos. En COU también tuve latín, con Maribel, una historiadora muy linda pero con los imprescindibles conocimientos de la materia que le tocó impartir, por lo que nos volvimos “traviesos”. Frecuentemente yo le corregía en sus explicaciones (entonces sí había aprendido bastante de esta lengua) con lo que le alborotaba las clases. Además estábamos pocos varones, la mayoría eran mujeres, y eso hacía que nos envalentonáramos. Una de nuestras costumbres era ir “a la mezquita” entre cambio de clases, eso significaba ir al servicio (la “mezquita de Benamear”, de ven-a-mear), para luego quedarnos en el pasillo de la entrada, con lo que controlábamos el paso por tres direcciones (la puerta de entrada, el pasillo de las aulas y la puerta del patio), sobre todo el paso de las alumnas. Una vez, como de costumbre, nos ordenó que fuésemos para la clase y nosotros nos retrasamos. Al llegar a la puerta nos impidió entrar, muy enfadada porque siempre le tomábamos el pelo. No hubo un solo varón ese día en clase de latín, todos fuimos expulsados. La única “falta” que tuve en los cuatro años.

También se me dieron bien otros idiomas, la lengua extranjera: el inglés. De esta asignatura recuerdo especialmente a Lola, una chica especial, muy divertida y marchosa, que terminó, no sé cómo, en un grupo musulmán y se convirtió al Islam. Y eso que había sido comunista, como otros miembros de los sucesivos claustros. En Matemáticas de segundo es donde peor nota saqué en todo el periodo: un suficiente. Como me pasó con Lengua y Literatura de tercero (algo raro, pues la lengua se me daba muy bien). El profesor era Julián de las Heras. Era buena gente, pero nos presionó demasiado en la parte final del curso. El nivel general bajó mucho y por ello me decidí a no optar por esta asignatura en tercero. En la Lengua y Literatura de segundo, sin embargo, obtuve un notable. El profesor era Salvador Campillo, un penene comunista, poco amigo del aseo personal, al que vi posteriormente en Córdoba, cuando yo estaba ya en la Facultad de Derecho y me dijo que se había quedado en paro. Una pena. Fue el que nos dio a conocer al grupo Veneno y a esa maravilla de trabajo musical que hizo Amancio Prada sobre los versos del Cántico Espiritual de San Juan de la Cruz.

Vista del antiguo edificio desde el camino del cementerio. Al fondo otro símbolo perdido: el chimeneón

Filosofía de tercero nos la dio Antonio Montero (que también fue secretario). Un tipo peculiar. A todo el que pasó por su aula le explicó su etapa de sacerdote, su paso por Hispanoamérica, y su repentino abandono del ministerio al ver a la que luego sería su mujer una vez, sentada en una mesa camilla, con un niño en brazos “como la estampa de la Virgen”, de la que se enamoró perdidamente, dedicándose a la enseñanza después. Tras su muerte se le puso su nombre a una de las aulas. En COU nos dio Filosofía un profesor, cuyo nombre no recuerdo, que fumaba en pipa, delgado, calvo y algo encorvado, al que llamábamos “el Oxford”, pues nos instruía en los comentarios de texto filosóficos con el método de esta prestigiosa Universidad, según refería una y otra vez.

De COU otro recordado profesor fue Juan Aranda, que nos dio Historia del Arte. Tenía fama de duro y muy conservador, algo que le diferenciaba de la mayoría del profesorado. Pocos también fuimos los que nos arriesgamos a cursar su asignatura. El mencionado anteriormente “Fran”, Federico Navarro, actual decano de la Facultad de Ciencias del Trabajo de la Universidad de Córdoba, y yo compusimos un grupo para prepararnos las clases. Desde el primer momento formamos una piña los tres, presentándonos voluntarios a exponer los comentarios de “las manifestaciones artísticas”, es decir, de las láminas que debíamos comentar en clase, relativas a los diferentes estilos pictóricos, arquitectónicos o escultóricos, a través de la Historia. Sobre todo cuando supimos de la amistad entre nuestro profesor y Manuel Nieto Cumplido, el tío de Federico, historiador y canónigo archivero de la Catedral de Córdoba. El trabajo de fin de curso lo hicimos sobre la Mezquita y Medina Azahara, para lo que contamos con material y las explicaciones en vivo en la misma mezquita cordobesa del insigne canónigo, acompañado de nuestro profesor. La “estrategia” resultó fructífera. En COU, salvo en literatura que obtuve un Bien, las demás asignaturas las superé con Notable.

De aquellos tiempos recuerdo a muchos compañeros. Mis “primeras compañeras”, Chari García Pando y Juana Bolancé, que se sentaban en las bancas de delante, en primero, y Maribel Egea. También nos relacionábamos los que veníamos del San Sebastián (Manolo Pérez, mi hermano Roberto, Salvador Vázquez, Salvador Fuentes, José Ángel Carnicero, Antonio López Alonso, Salvador Caamaño) y otros que habíamos conocido en otros tiempos (Federico Navarro, Antonio Flores). Luego conocimos a los de fuera. El instituto tenía alumnos de Hornachuelos, Almodóvar del Río, Fuente Palmera, Peñaflor y la Puebla de los Infantes. Un grupo muy unido fue con alumnos de estos dos últimos pueblos sevillanos (Antonio Mantero, Mariano Mantero, “Juanito” Morgado, Paco Adarve Barco, Manolo Ostos, “Fran” F. Cabanillas (éste de Hornachuelos, como su hermano Andrés), Pedro González Chincolla, Francisco J. Chica Carranza, José Naranjo, Paqui Sosa, Inmaculada Sánchez Fernández, Mª Luisa Cruz, Inmaculada Velasco...), y de Fuente Palmera, Antonio Peña Mohigefer. Otros palmeños con que empezamos a relacionarnos fueron Pepe Lora, Leonardo Pérez, Mª Carmen Romero, Rafa Limones, Merche Collado, Mari Carmen Navarro, Quini, Rueda, Berta Ceballos, Setefilla Saldaña, que se casó con Juan Antonio Jerez, onubense hijo del director del Banco de Andalucía, gran aficionado al karate y la música. Y muchos más que estaban en otras clases de los mismos cursos o de cursos diferentes, como Mari Paqui, la sobrina de Rafa el cura, con los que coincidimos en muchas actividades.

Las antiguas dependencias, a la izquierda "La Moncloa"

El viejo edificio de dos plantas en forma de estrella octogonal se fue ampliando para acoger a nuevos alumnos y dotarse de nuevos servicios. Así nació el edificio al que llamábamos “La Moncloa” por ser de ladrillo visto y parecerse a este palacio. Posteriormente se construirían nuevas dependencias que ya no disfruté, como el gimnasio y pabellón polideportivo, que por las tardes está abierto al público. Su historia de más de 40 años se ha enriquecido notablemente hasta la implantación de los nuevos planes de estudios, con la ESO y el Bachillerato actual. Lo que ha dado lugar a un considerable aumento de alumnos y profesores, que han obligado a hacer un nuevo edificio adaptado a las nuevas exigencias. Pero eso es ya otra historia. La de mi paso por allí se complementará en la segunda parte, que publicaré próximamente, con anécdotas emotivas unas, tristes otras, divertidas también otras, como las de el rayo, la meningitis y las andanzas y luchas por una educación mejor.  

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