Amaneció el día lloviendo, y así se mantuvo toda la mañana. Una mañana ajetreada, llena de idas y venidas, a pesar de la lluvia, para atar los últimos cabos. Sobre las tres de la tarde, él se fue con su hermano menor y unos amigos a tomar unas cervezas. Había que relajarse. Por la tarde era el esperado acontecimiento. Dejó de llover. Mientras, ella preparaba sus cosas junto a sus hermanas, en casa de su madre: peluquería, maquillaje, el vestido, los accesorios... Había que seguir la tradición y el novio no podía ver a la novia hasta el momento solemne.
Cuando fueron a recogerles ya no llovía. Incluso el sol brilló por algún tiempo, sin nubes que le amedrentaran, antes de que fuese anocheciendo. Cuando llegaron a la puerta del ayuntamiento, nadie podía pensar que la lluvia habría podido aguarles la fiesta. Hacía un tiempo espléndido, una tarde hermosa y brillante.
Subieron al salón de plenos y tomaron asiento. El oficiante de la ceremonia, hermano de ella, dirigió los rituales de rigor. Además, algunos familiares, amén del concejal delegado, ofrecieron unas emotivas palabras. Concluyó la ceremonia con la firmas en el acta, las fotos, y el arroz en la puerta, con una banda sonora de ruidosos fuegos artificiales, antes del convite que degustaron y disfrutaron hasta la madrugada.
Así terminó todo, ese relato de dos personas que habían decidido unir sus vidas ese día. O más bien empezó, comenzó otra parte de la historia. Una historia de ocho años en convivencia, de ayuda mutua, construyendo el futuro día a día, una historia de amor y felicidad, con sacrificios y alegrías, no exenta de inconvenientes, como todo en la vida, pero con balance muy positivo. Ese relato es nuestra historia, que tuvo su empujón con aquella ceremonia en que hicimos pública nuestra intención de vivir juntos, los dos, más el hijo que Ana aportaba. Cuando expresamos ante nuestros allegados nuestro deseo de formar nuestra familia.
Fue un 18 de octubre, de 2008. El ocho me sigue a todas partes. Nací un 8 de noviembre, y hoy hace 8 años de aquel acto. Ese ocho que, si lo inclinamos, se convierte en el símbolo del infinito. Infinitos deseos de que esto dure... hasta el infinito.
2 comentarios:
Y aprobe las oposiciones en el 88. Gracias por todo lo pasado y por lo que nos queda por compartir, por tus palabras y tus rosas.
Gracias a ti. Eres lo mejor que me ha pasado.
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